Sindudamente

Estar con el poeta cubano Manuel Díaz Martínez siempre es importante, siempre aprendo, y nunca termina el anecdotario ni tampoco las carcajadas y el humor en todas las circunstancias

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El poeta cubano Manuel Díaz Martínez en una fotografía de la escritora Belkys Rodríguez
El poeta cubano Manuel Díaz Martínez en una fotografía de la escritora Belkys Rodríguez

El pasado jueves fui a visitar a uno de los poetas que más admiro y quiero. Vive en La Puntilla, en Las Palmas de Gran Canaria. Lo conocí en una entrevista que le hice hace más de veinte años. Desde entonces, nos vemos de vez en cuando, muchas menos veces de las que yo quisiera; pero con esa intensidad con la que se viven los momentos que uno sabe que son importantes. Estar con el poeta cubano Manuel Díaz Martínez siempre es importante, siempre aprendo, y nunca termina el anecdotario ni tampoco las carcajadas y el humor en todas las circunstancias. El jueves nos volvimos a reír mucho. Fui para una hora y estuve tres. Si los dos no hubiéramos tenido compromisos esa tarde, yo creo que todavía estaríamos hablando de literatura, de la existencia y de lo cotidiano, porque con Manuel uno habla siempre de lo cotidiano volviéndolo grandioso en los detalles.

En la visita del jueves estaba su hija Gabriela Díaz Gronlier. Siempre están sus hijas cerca de él, Claudia y Gabriela, como cuando lo conocí estaba Ofelia, una mujer culta y elegante que fue durante muchos años la secretaria personal de Lezama Lima. Le llevé helados de gianduja y de mango, piña y maracuyá. También unas tartaletas. Otras veces le llevo dulces de Guía, pero esta vez no tenía por casa. Subí a un taxi en la zona de Rafael Cabrera para ir a La Puntilla, y lo primero que me dice educadamente el taxista es que no me puede cobrar el trayecto. La condición que me pone es que la hable de poesía y de literatura. Casi no arrancamos de la parada, y al final aceptó un adelanto de mi nuevo libro de reflexiones y aforismos y una tartaleta. Él no sabía que yo iba a visitar a un poeta. Tiene alguno de mis libros y dice que quería devolverme la felicidad que le habían regalado. Uno escribe realmente para vivir momentos tan mágicos y literarios como ese. No me cobró, es la primera vez que me llevan en taxi y no me cobran por ser poeta. Esa anécdota me sirvió para entrar en casa de Manuel como quienes llevaban una exclusiva a gritos en las antiguas redacciones de los periódicos. Manuel fue director de un periódico en La Habana muchos años y esa mirada creo que es clave en su cercanía poética. Manuel quiso llamar al taxista para agradecerle ese hilo de esperanza para los poetas que tuvo con su gesto.  Y fuimos hilando a partir de ese momento, haciendo cuentos, que es como Manuel y mis abuelas llamaban a esas charlas en las que, como los buenos libros, se apagan de repente las luces de todo lo que no importa y que, a veces, nos quita el sueño.

Manuel es el último testigo del caso Heberto Padilla, el único miembro del jurado que otorgó el premio de la UNEAC a Padilla que queda vivo. Formó parte de aquel jurado que en 1968 premió al poeta cubano al que luego obligaron a retractarse por ir contra el castrismo. Manuel lleva muchas décadas fuera de Cuba, exiliado, y después de haber participado activamente en la utopía de la revolución contra Batista no le dejaron firmar con su nombre en los libros y los periódicos durante años como represalia por aquel acto de valentía poética en el caso Heberto Padilla.

Siempre que nos vemos improvisamos literatura, esta vez con El Quijote y Moby Dick como ejemplos de obsesiones y como pruebas literarias de que no hay texto que merezca la pena que no nazca de esa búsqueda febril y mística de lo que nunca sabemos que vamos a encontrar en la página siguiente. Volvimos a los poetas, a Nicanor Parra y, sobre todo, a Vallejo y a Antonio Machado. Recitamos con la memoria que guarda lo que emociona algunos versos de Los heraldos negros y de Campos de Castilla, y al final, sin necesidad de debates ni de tesis, los dos coincidimos en que A un olmo seco de Antonio Machado tiene todo lo que tantas veces buscamos entre los huecos invisibles de los versos. Los dos esperamos libros la semana que viene. Están en imprenta. El de Manuel se edita en Miami. Me enseñó la portada y sus ojos brillaban como si fuera su primer libro. Luego se acercó a la estantería y me dedicó una antología poética traducida al italiano por Giuseppe Bellini y publicada en Italia por Bulzoni Editore. Nos despedimos hasta la semana que viene y, como siempre, Manuel repitió su sindudamente como si fuera una consigna secreta. Sindudamente, uno a veces tiene suerte, por viajar gratis en un taxi gracias a la poesía y por encontrarse luego la poesía cuando llega a la casa del poeta. Sindudamente es una suerte inmensa para Gran Canaria que viva aquí ese guajiro que siempre sonríe con la mirada limpia de quien se asoma a la existencia con la liviandad de los versos.