Hay un dueño que decide y todo lo demás es espejismo, o sentimentalismo, o infantilismo de quienes seguimos creyendo que la Unión Deportiva Las Palmas es el equipo de todos, el que preserva la memoria de nuestros padres y de nuestros abuelos. No, la Unión Deportiva es una empresa, y cuando nosotros salimos a celebrar un ascenso o nos creemos inmortales por ganarle a un grande, lo que estamos haciendo es aplaudir por el éxito o por las ganancias del dueño de esa empresa; eso sí, la empresa juega en un estadio que es de todos nosotros, se nutre de nuestra épica y abre puertas en todo el mundo gracias a la memoria de Alfonso Silva, de Rafael Mujica, de Tonono (el auténtico, el único que yo reconozco cuando hablo de Las Palmas), de Guedes, de Germán Dévora, de Castellano, de Aparicio, de León, de Roque, de Felipe, de Martín Marrero, de Narciso, de Noly, de Páez, de Pepe Juan y de decenas de canarios que lograron que nuestro equipo, aquel equipo de todos que jugaba en el Estadio Insular, estuviera muchos años en Primera División. Y también era el equipo de Pepín, de Ulacia, de Oregui, de Wolff, de Brindisi, de Morete o de Koke Contreras, que no eran de las islas pero que, cuando se enfundaban la camiseta amarilla, nos ayudaban a marcar las diferencias, a ser más grandes, y a vernos reconocidos dentro de un terreno de juego, por la templanza, por el saber estar, y, sobre todo, por una manera de jugar que muchos identifican con el inicio de tiquitaca o el fútbol de toque, con el balón siempre rodando por el césped y con jugadores que sabían lo que suponía vestir los colores de Las Palmas.
Ahora no, ahora hemos perdido la categoría, el norte, el saber estar, la templanza y, además estamos echando abajo el sueño de los niños que no han tenido la suerte que tuvimos nosotros. Cuando era niño, yo vi a Las Palmas siempre en Primera y siempre con canarios, hasta el peor día que recuerdo si hablo de fútbol, el del descenso contra el Bilbao. Yo tenía quince años y estaba en el estadio, y aquello parecía un mal sueño, con toda la mala suerte concentrada en un una sola jornada y con una historia que, de repente, se rompía en mil pedazos. Desde aquel día ya nunca sería lo mismo, y lo de ahora es una consecuencia de muchos errores que, sumados, dan como resultado esa forma de actuar de quienes dirigen, esa caída con patadones y balonazos, como un equipo sin alma, sin historia y sin identidad, un conjunto que reniega de su cantera y de su pasado, y que juega con la ilusión de quienes tenemos a la Unión Deportiva como una de las pocas certezas que realmente nos apasiona, y también lo que nos une con el sentimiento de miles de seguidores a los que nos tiembla el alma cuando recordamos y compartimos las gestas deportivas.
Pero, como dije al principio, todo eso tiene que ver con un quijotismo en el que queremos transformar lo que es cada día más negocio en aquella luz de noches de jareas, corneta de Fernando el Bandera y un amarillo que brillaba rutilante en el verde iluminado por los focos. Ya eso pasó, y a no ser que tengamos suerte y el equipo lo compre alguien con ese sentimiento a flor de piel, alguien que hubiera vivido esos momentos y supiera lo que buscamos los seguidores de Las Palmas, ya va siendo hora de que asumamos que esto es otra traición a nuestra memoria y a la de nuestros ancestros, y quizá sea el momento de parar y de respetar lo que sí fue grandioso sin compararlo jamás con lo que estamos viviendo en estos tiempos. Ya están tardando en vendernos nuevos proyectos ilusionantes; pero esta vez sí sabemos que aunque subamos bajaremos de nuevo con Ayestaranes y Martínez que no entienden lo esencial de lo que queremos. Sí lo entendió Quique Setién, esa es la pena que nos queda a muchos, en aquellos días todos creímos que era posible regresar al paraíso de la infancia futbolera. Ya saben cómo terminó todo aquello, como esto de ahora, como acaba todo lo que no se hace por amor al arte y a unos colores. Negocio, Low Cost, especulación, llámenlo como quieran; pero no lo comparemos nunca más con aquello que sabemos que vivimos en los sesenta y los setenta, y que les juro, hoy más que nunca, que fue cierto.
