La Rama en abril. / ÁNGEL MEDINA G.-EFE
La Rama en abril. / ÁNGEL MEDINA G.-EFE

La Rama en abril

El fútbol es eso. Lo de anoche en el Gran Canaria

A veces sucede. No por la tele, ni cuando te lo cuentan. Estás allí. Estuviste allí, y cuando estás y vives algo intensamente, el recuerdo se vuelve épica, se une con los otros recuerdos similares, y aparecen caras, colores, sonidos, olores y todo lo que guarda el cerebro sin que nosotros nos enteremos de lo que está haciendo. Buena parte de lo que fue intenso sucedió en la infancia porque no conocíamos nada y la vida era un acontecimiento improvisado todo el tiempo. Esa es la razón por la que el fútbol nos sigue fascinando a los que regresamos una y otra vez a los estadios sabiendo que es un gran negocio, que sus valores como deporte están cada día más comprometidos y que, en el caso de la Unión Deportiva Las Palmas, uno no reconoce a veces más que el equipaje. Pero volvemos soñando con noches como la de ayer, para intentar ganarle a los grandes, para que esa victoria sea en el descuento, para saltar como niños con miles de aficionados, para volver a tener a nuestros padres y a nuestros abuelos a nuestro lado y para que reaparezcan los jugadores que salían en las estampas.

Nos jugábamos mucho anoche contra el Atlético de Madrid, un conjunto querido en esta isla, del que nuestros padres siempre nos hablaban maravillas cuando jugaban con los colchoneros Alfonso Silva, Mujica, Lobito Negro, Miguel el Palmero o Rosendo Hernández. De esa grandeza del Atleti cuando jugaba en Vallehermoso viene la Unión Deportiva, un equipo que se funda para que nuestros mejores jugadores pudieran quedarse y competir con los grandes. Por eso yo sigo sin entender el desprecio que hay ahora mismo por la cantera que, como digo, es la razón de los amarillos, su santo y seña, y lo que también hace que volvamos al estadio en todas las categorías en las que juegue. Pero Las Palmas también se ha hecho grande gracias a la presencia de inolvidables jugadores de fuera de las islas que sudaron esa camiseta que tanto cambia nuestros estados de ánimo.

Los jugadores de la UD Las Palmas celebran la victoria contra el Atlético de Madrid. / ÁNGEL MEDINA G.-EFE
Los jugadores de la UD Las Palmas celebran la victoria contra el Atlético de Madrid. / ÁNGEL MEDINA G.-EFE

Gol a gol

Hoy amanecemos como niños contentos. Ayer descargamos toda la adrenalina cantando el gol dos veces y celebrando el final del partido, el triunfo in extremis, como decían los cronistas de antes, en el último suspiro, que es también una expresión de Antonio Lemus, Nanino Díaz Cutillas o Segundo Almeida. Lo del VAR sí que ha sido el peor invento para la infancia de nuestros ojos futboleros, sobre todo cuando estás en el campo y no sabes lo que está pasando, y te das cuenta de que el gol que celebrabas desaparece, y luego, como anoche, vuelve a aparecer como por arte de birlibirloque cuando lo dice el árbitro, o los que están en una sala lejos del césped, que es donde, para lo bueno y para lo malo, se dirimían todas las batallas futboleras, que por eso decíamos siempre que lo que pasaba en el campo se quedaba entre esa rayas de cal que dibujaban la geometría de todos nuestros sueños.

Anoche vivimos esa locura tecnológica que nos ha robado tantos puntos este año. Nos tocó cara en la moneda de ese azar en el que lo arbitrario se empeña en sacarnos de la catarsis. Saltamos, nos quedamos roncos y terminamos bailando La Rama con las bufandas al aire cuando el árbitro pitó el final y volvimos a ganarle a un grande, como tantas otras noches inolvidables. Así se escribe la historia de los equipos de fútbol sin presupuestos millonarios, fogonazo a fogonazo, secuencia a secuencia, para que luego nosotros, cuando recordamos o nos pide alguien que le contemos las vivencias amarillas, armemos la épica como hacíamos con los rompecabezas o los legos de la infancia, gol a gol, regate a regate; pero siempre con el estruendo inolvidable de la alegría compartida en un solo segundo con miles de gargantas y de abrazos. El fútbol es eso. Lo de anoche en el Gran Canaria.