En la vida hay decisiones que parecen pequeñas en el momento, pero que acaban dibujando un destino entero. La de José Fernando Cabrera fue una de esas. Ingeniero industrial de formación y funcionario del Cabildo de Tenerife durante casi una década, tomó un camino poco transitado: renunciar a la seguridad de la función pública para construir su propio proyecto empresarial. Aquel paso, que en su momento muchos vieron como una temeridad, acabaría por definir una de las trayectorias más sólidas y reconocidas del sector turístico en Canarias.
La caricatura que acompaña este perfil lo muestra como un Clark Kent a punto de transformarse en Superman, rasgando la camisa y revelando en el pecho una E de empresario. No es una metáfora casual. Cabrera encarna ese salto entre dos mundos: el de la estabilidad burocrática y el del vértigo creativo que exige el emprendimiento. “Siempre quise ser empresario. En casa lo había vivido y era algo que me atraía”, ha confesado más de una vez al recordar aquellos años en los que ya intuía que la vocación pública no bastaba para satisfacer su curiosidad y su impulso creador.
Impulso emprendedor
Al terminar la carrera universitaria, Cabrera vino a Tenerife para trabajar con la Westinghouse. Tenía incluso pactadas unas prácticas en Estados Unidos, pero el destino tenía otros planes. Conoció a su mujer, Maña, y decidió quedarse. Trabajó cinco años en la eléctrica del Puerto de la Cruz y después, tras un breve intento fallido de entrar en banca, preparó oposiciones al Cabildo de Tenerife, donde ejerció durante nueve años, entre 1978 y 1987.

Aquel trabajo le dio una valiosa perspectiva sobre la gestión pública, pero también le hizo ver sus límites. Cabrera quería construir, crear, asumir riesgos. Y lo hizo. El Día de Reyes de 1988 fundó IGS, una empresa dedicada inicialmente a proyectos de ingeniería y construcción. No podía saberlo entonces, pero aquella pequeña compañía se convertiría en el primer eslabón de un grupo empresarial que, con los años, llegaría a emplear a casi 300 personas y a convertirse en un símbolo de la profesionalización y modernización del turismo tinerfeño.
Los comienzos no fueron fáciles. Los años noventa trajeron una crisis profunda en el sector de la construcción, y Cabrera lo vivió en primera persona. Una obra en Radazul, el residencial El Mirador, y le hizo pasarlo mal: estuvo cinco años sin apenas beneficios. Pero la resistencia formó parte de su ADN. En un contexto de tipos de interés elevados y dificultades de financiación, IGS sobrevivió y salió reforzada. Resistió y luego vinieron promociones en Santa Cruz y La Laguna, para más tarde dar el salto al Sur de la isla, donde empezó a construir para terceros y terminó como gestor de un establecimiento.
Mundo hotelero
De aquella experiencia surgiría un viraje decisivo. Cabrera y su esposa Maña habían sentido siempre fascinación por el turismo. Les interesaba el sector y decidieron embarcarse en la gestión de hoteles. Así comenzó una etapa en la que el empresario tinerfeño pasó de construir para otros a levantar su propio grupo hotelero, con una visión clara: apostar por la calidad y la diferenciación.
Su primera gran apuesta fue el Royal Garden Villas, en el sur de Tenerife, un establecimiento de lujo que marcó un antes y un después en el concepto de hotel boutique en las Islas. Luego vendrían otros proyectos y, con ellos, la consolidación del grupo. Pero sería con el Royal River Luxury Hotel & Spa cuando Cabrera alcanzó el reconocimiento nacional e internacional.

En plena pandemia de COVID-19, cuando muchos empresarios optaron por detener las obras, decidió seguir adelante, convencido de que el sector saldría reforzado. Fue una decisión valiente que le dio la razón: el Royal River fue distinguido en 2023 en Fitur como Mejor hotel del año por la Asociación Española de Periodistas y Escritores de Turismo (Fijet World). Aquella apuesta por la excelencia, por la experiencia única del huésped, lo situó en la cúspide del sector.
Voz comprometida con Tenerife
Pero José Fernando Cabrera no se ha limitado a dirigir sus empresas. Durante años, ha sido una de las voces más respetadas y escuchadas del turismo canario. Como presidente de Ashotel, la Asociación Hotelera y Extrahotelera de la provincia de Santa Cruz de Tenerife, advirtió con tiempo de la fragilidad del modelo basado en el precio. En 2006, cuando las Islas batían un récord turístico en ocupación, lanzó un aviso: la competencia no se podía centrar en abaratar tarifas, sino elevando la calidad para atraer a un cliente de alto poder adquisitivo. El paso del tiempo confirmó aquella visión.
Su diagnóstico sobre los desafíos de Tenerife ha sido siempre claro: la isla necesita infraestructuras de nivel para aspirar a un turismo de élite. Cabrera recalca que hay más turistas con alto poder adquisitivo que nunca, pero no basta con renovar hoteles: hacen falta marinas, parques temáticos o campos de golf. Tenerife está infradotada de ese tipo de instalaciones. Además, no rehúye la controversia. Sus críticas a la pasividad institucional o a la falta de estrategia en la promoción turística son conocidas y, en muchos casos, compartidas por buena parte del empresariado local.
En paralelo, ha sido presidente del Foro de Amigos del Sur de Tenerife (FAST), desde donde ha defendido proyectos clave como la ampliación del Aeropuerto del Sur, una demanda histórica del sector que finalmente se ha materializado. Su activismo cívico se combina con un pragmatismo que rehúye la confrontación estéril: “Creemos en el futuro de Tenerife, pero hay cosas que no podemos hacer nosotros… ni nos dejan”, resume habitualmente con ironía.
Familia dedicada a la excelencia
Más allá de los negocios, José Fernando Cabrera es un hombre de familia. Su esposa Maña ha sido su socia y compañera en todos los proyectos. Y sus hijos, Javier y Carlos, han seguido sus pasos, incorporando una visión moderna y cosmopolita a la empresa familiar tras crecer con una exigencia altísima porque, como pregona Cabrera, la excelencia no se impone, se aprende.

Bajo su dirección, los restaurantes Monkey se han convertido en un referente gastronómico en Tenerife, con premios nacionales que reconocen su apuesta por la innovación, el producto local y el diseño de experiencias únicas. Sus locales ya han ganado los cuatro premios gastronómicos más importantes del país, aunque el empresario siempre se mantiene con los pies en el suelo: “No se trata de acumular galardones, sino de mantener el nivel cada día”, recalca.
Historia de riesgo y convicción
Cinco décadas después de su llegada a Tenerife, Cabrera sigue mirando hacia adelante. Mantiene su despacho lleno de planos y proyectos, pero también de recuerdos de una vida que podría contarse como una novela sobre el espíritu emprendedor canario: un joven que soñaba con Estados Unidos, un funcionario que decidió cambiar de rumbo y un empresario que levantó, desde cero, un grupo reconocido dentro y fuera de las Islas. Su historia, como la de tantos que apostaron por la iniciativa privada en tiempos de incertidumbre, demuestra que el riesgo también puede ser sinónimo de libertad.
Hoy, mientras se prepara para nuevos retos, José Fernando Cabrera mira el futuro con el mismo optimismo con el que fundó su primera empresa hace casi cuarenta años. Sabe que el turismo cambia, que los hábitos evolucionan, que el cliente es más exigente que nunca. Pero también sabe que hay valores que no caducan: el trabajo, la honestidad y la pasión por lo que se hace. Quizás por eso su caricatura no le muestra volando sobre la ciudad, sino rompiendo la camisa para revelar la E de empresario. Porque en esa E están condensadas sus tres grandes virtudes: energía, esfuerzo y excelencia.
Y porque, en el fondo, José Fernando Cabrera nunca dejó de ser ese Clark Kent que decidió que la verdadera heroicidad está en construir, crear empleo y creer en su tierra.
