En el corazón de Fuerteventura, rodeada de montañas suaves y valles dorados, se encuentra Betancuria, el pueblo más antiguo de Canarias, que este año celebra 620 años desde su fundación en 1404. Sus calles empedradas, su arquitectura tradicional y su silencio sereno guardan el testimonio de los primeros capítulos de la historia del Archipiélago.
Aunque está lejos en el tiempo del primer pueblo de España, Brañosera (Palencia) —fundado en el año 824—, Betancuria representa el inicio del legado histórico de Canarias, marcando el punto de partida de la colonización europea en el Atlántico.
Orígenes normandos
La villa fue fundada por los conquistadores Jean de Bethencourt y Gadifer de La Salle, dos nobles normandos que lideraron la conquista de Fuerteventura. El nombre de Betancuria proviene del propio Bethencourt, cuya huella sigue presente en la identidad del lugar.
Durante siglos, el municipio fue el centro político y religioso de la isla, llegando a ser la capital de Fuerteventura desde el siglo XV hasta mediados del XIX, cuando ese título pasó a Puerto del Rosario. Pese a su tamaño —es el municipio más pequeño de la isla—, su historia es inmensa.
Patrimonio y fe
Entre los tesoros del pueblo destaca la Iglesia de Santa María, erigida en 1410 como el primer templo cristiano de Canarias. Su historia, sin embargo, no estuvo exenta de adversidades: fue saqueada y destruida en varias ocasiones por incursiones piratas antes de ser reconstruida en siglos posteriores. Hoy, su arquitectura combina influencias góticas, mudéjares y barrocas, reflejo de las distintas etapas de su historia.
Según la tradición, los restos de los fundadores descansan bajo sus cimientos, ya que en aquel entonces no existía cementerio. Frente a la iglesia se abre la plaza central de Betancuria, donde comienza el casco histórico, declarado Bien de Interés Cultural y repleto de rincones que evocan el pasado colonial.

Herencia franciscana
A pocos pasos del centro se encuentra el Convento de San Buenaventura, otro símbolo de la localidad, fundado por los franciscanos en el siglo XV. Durante años, fue el único centro educativo de la isla, donde los habitantes de Fuerteventura aprendían a leer y escribir.
También destaca la ermita de Nuestra Señora de la Peña, patrona de Fuerteventura, que guarda la segunda imagen mariana más antigua de Canarias, solo precedida por la Virgen de las Nieves, en La Palma. No muy lejos, la ermita de San Diego se oculta en una cueva donde, según la tradición, el santo oraba alrededor de 1440.
Un museo al aire libre
Para quienes desean adentrarse en la historia local, el Museo Arqueológico y Etnográfico de Betancuria ofrece un recorrido por tres ámbitos: arqueología aborigen, paleontología y etnografía, mostrando cómo era la vida en la isla antes y después de la conquista.
Su entorno natural es igualmente cautivador. El municipio se sitúa en pleno Parque Rural de Betancuria, un espacio protegido que conserva algunos de los paisajes más tranquilos y agrestes de Fuerteventura. Sus miradores, sus caminos y su gastronomía —con el queso majorero y las papas arrugadas como protagonistas— completan la experiencia de un viaje al origen de las Islas.
Miradores y legado aborigen
En las cercanías se alzan dos de los miradores más espectaculares de Canarias. El Mirador de Morro Velosa, diseñado por César Manrique, ofrece vistas panorámicas del norte y centro de Fuerteventura. Por su parte, el Mirador de Guise y Ayose permite contemplar el Valle de Santa Inés y el casco histórico de Betancuria.
Este último mirador también alberga dos estatuas monumentales de los antiguos reyes aborígenes, Ayose y Guise, obra del escultor Emiliano Hernández. Desde lo alto, sus figuras miran hacia el horizonte recordando que Betancuria no solo es un lugar, sino también la raíz de la historia majorera.