El arte y el baile de las flores

La ciudad también son sus flores y sus cuadros

Guardar

https://schema.org/VideoObject

La belleza es un camino que uno se traza. La buscamos y nos busca. Como el amor. Como el aire que pasa. Está en los museos y está en la calle. Y en los espejos en los que te vas mirando. La belleza, con los años, es la búsqueda incesante de lo que te detiene y te hace sentir eterno unos instantes. Para el tiempo y renueva la esperanza. Estos días de procesiones por Vegueta, yo me quedo con el baile de las flores en la calle, con la melodía improvisada de un músico anónimo que toca cerca de una fuente y de las flores de buganvillas que mueve el viento en remolino, igual que a veces remueve nuestros adentros enlazando las vivencias de lo que realmente fue importante.

Hace unos días giraban unas flores secas con el viento entre la Casa de Colón y el CAAM, donde se puede visitar esa colección que ya nos pone los dientes largos para lo que nos espera en el Museo de Bellas Artes de San Martín en poco tiempo. Se titula Isla de Arte y hace un viaje por la presencia de  muchos de los que se empeñaron en dejar belleza en medio de la nada, o donde no la encontraban sino adentrándose en sus estudios y en sus resquicios cotidianos salvados del tedio o de la fealdad de los que se empeñan en ennegrecer los caminos por donde pasan. Hay un viaje de más de quinientos años en esas salas que uno va recorriendo desde la oscuridad de los tenebristas a las telas flamencas, desde las pintaderas canarias a las nuevas miradas que se asoman a este tiempo extraño tratando de seguir buscando, porque no acaba nunca la búsqueda de la belleza, en ningún museo, ni en ninguna página.

En la Casa de Colón aparece de repente Jorge Oramas, su autorretrato bello cuando ya era un hombre moribundo en el momento que pintaba, los riscos inventados desde la necesidad de ver más allá de lo que estaba viendo, buscando unos colores que no existían y una armonía que nos diera pistas a los que hemos llegado más tarde. Con el paso de los años, esos colores son los de los Riscos que recreaba Oramas hace casi cien años desde San Martín, que es a donde volverán, como un juego milagroso de la vida, cuando abran el museo, a la misma habitación en la que pintaba aquel joven tuberculoso que no llegó a cumplir los veinticuatro años. Quienes visiten la exposición se verán cegados por la clarividencia de su luz al fondo de la sala de la Casa de Colón en donde están expuestos sus cuadros.

Y es la belleza quien llama a la belleza. Si uno viene de contemplar los cuadros de una exposición como Isla de Arte, ya no pasa de largo por unas flores de buganvillas que bailan con la música y el viento. La ciudad también son sus flores y sus cuadros, sus pájaros y sus cielos, sus azoteas, sus playas, sus fuentes, todo lo que nosotros queramos ver por donde otros pasan de largo y se pierden toda vida que regala a veces la mirada.