Víctor Yanes

Opinión

Canto a mí mismo

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Descubrí a Whitman cuando yo vivía para sumergirme en las psicológicas galerías subterráneas, llenas de palabras y medio. Las palabras, en su grandiosidad bipolar, también pueden ser la tierra de por medio que nos aleje de la realidad del amor y del disfrute y que, con desgraciada perseverancia, nos conduzca a una forma de delirio. La entronización de la palabra y del trabajador que la trabaja, no es más que una ridiculez de la que reírse. Yo estaba en la oscuridad, detrás de un biombo como el profesor bacterio, tímido e ignorante, acotando la vida a golpe de definición, inventando lúgubres o desternillantes mundos paralelos que inspiré en el profesor Doc de Regreso al futuro. En ese gris trayecto hacia ninguna parte, apareció Walt Whitman como un padre de voz generosa. Apareció, porque un amigo de mi hermana me prestó, 104 años después de la muerte del genial poeta norteamericano, un libro llamado Canto a mí mismo. 

A veces, las palabras pueden minimizar al hombre que somos, porque el único proceso de liberación no puede ser, solamente, la construcción de identidades intelectuales. Hay algo más telúrico, tan sísmico como el sueño y tan profundamente bello como cantarse la vida a uno mismo. 

En 1996, no sabía que el hombre y la mujer podían cantarse a sí mismos la vida, celebrar su propia existencia, sentir que son muchísimo más que los designios de la educación y de las jerarquías de la cultura. Canto a mí mismo me abrió el cuerpo en canal, porque el entusiasmo luminoso, la dignidad de no ser una sola cosa sino varias en una sola personalidad, me proporcionó una alegría nueva y por mí no antes sentida. Bailé con Whitman y amé la vida con Whitman. Su pensamiento, profundamente plural, en el que no existe el sufrimiento ni el fracaso. No existe el fracaso. Brutal alegría al saber, por fin, que no existe el fracaso ya que el fracaso puede ser también una desfachatez de nuestro pensamiento que nos odia. Es un milagro tremendo e inimaginable pero que se hace carne y hueso. El amor a la vida, a través del placer más elevado, deja fuera de cualquier posibilidad de victoria al narcisismo. Whitman fue un revolucionario, porque amarse a uno mismo y a la vida, siempre será un acto revolucionario.

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