Nunca suelo hablar de mi trabajo. No lo hago por pudor ni por falta de orgullo, sino porque creo que los espacios donde se genera opinión deben estar más al servicio del pensamiento colectivo que del protagonismo individual. Cada vez que escribo un artículo, lo hago desde la necesidad de abrir una conversación, de dejar caer una pregunta, de invitar a una reflexión compartida con quienes, desde hace años, me regalan su lectura.
Pero esta vez, algo me tocó distinto
Llevo semanas impartiendo una formación orientada a quienes cuidan de personas en situación de dependencia o con discapacidad. No es una gran noticia, ni tiene nada de excepcional. Pero lo que ha ocurrido en esas sesiones, en cada conversación, en cada pausa para el café, me ha revuelto por dentro. Me ha hecho pensar, con más fuerza que nunca, en el valor silencioso de aquellas personas que cuidan. Y en cómo, como sociedad, seguimos sin saber mirarles a los ojos con la gratitud que merecen.
Hay personas que cuidan como si no les costara. Están siempre, aunque nadie les llame. Se convierten en muros, en brújulas, en redes invisibles que sostienen la vida de alguien. Son madres, padres, hijas, vecinos, hermanos, parejas, amigas. A veces lo hacen por decisión propia. Otras, porque la vida no les dio otra opción. Pero en todos los casos hay algo en común: cuidan con una entrega que no se contabiliza, que no se mide, que no se valora, y que sin embargo sostiene hogares, equilibra emociones y mantiene a flote miles de realidades que ni siquiera imaginamos.
En cada grupo al que acompaño, aparecen historias que duelen. Personas que dejaron su trabajo para cuidar. Gente que ha reorganizado su vida entera para atender a alguien querido. Mujeres que llevan años durmiendo mal porque cada noche hay que levantarse varias veces. Jóvenes que no conocen otra vida que la del cuidado. Algunos no sabían que eso tenía un nombre. Otros no sabían que podían hablarlo sin sentirse culpables.
Primera gran injusticia
Y ahí está la primera gran injusticia: cuidar se ha convertido en un deber silencioso, en un acto heroico que se espera, pero que rara vez se acompaña. La mayoría de estas personas no han recibido ninguna formación, ni ayuda, ni apoyo psicológico. Aprenden sobre la marcha, improvisan soluciones, hacen malabares con el tiempo y con la paciencia. Y muchas veces, se olvidan de sí mismas.
He aprendido que el cuidado no es solo dar la medicación a tiempo, o acompañar a una cita médica. Cuidar también es estar presente cuando el otro se derrumba, contener el miedo ajeno sin dejar que el propio estalle, saber cuándo callar y cuándo hacer un gesto. Es tener la fuerza de sonreír cuando por dentro se llora. Es posponer los propios deseos porque alguien más los necesita antes. Cuidar, en muchos casos, es amar sin condiciones en los márgenes del olvido.
Y sin embargo, lo que más me impacta no es la dureza de sus historias, sino la manera en que las cuentan. Con una dignidad tan honda que uno no puede evitar emocionarse. No piden reconocimiento, ni aplausos. Solo quieren herramientas, un poco de comprensión, y tal vez, alguien que les diga que lo están haciendo bien.
Reflexión
Reflexiono mucho estos días sobre lo que nos dice la sociedad sobre el cuidado. Nos enseñan a competir, a producir, a liderar. Pero muy poco se nos habla de cuidar. Y aún menos, de hacerlo bien. El cuidado se ha relegado al ámbito privado, a lo doméstico, a lo femenino. Como si fuera un asunto menor, como si no tuviera implicaciones económicas, emocionales y políticas de primer nivel.
Quizás el mayor fracaso colectivo sea haber convertido el cuidado en una carga individual. Hacemos como si no existiera. Lo dejamos en manos de las familias. Lo convertimos en asunto íntimo. Pero la verdad es que el cuidado es el corazón de cualquier comunidad. Lo que mantiene viva una sociedad no es el PIB, ni la tecnología, ni los rankings de competitividad. Lo que nos sostiene de verdad es el amor puesto en práctica. La compasión organizada. La ternura con método.
Y no, no hablo de romanticismos. Hablo de justicia. Hablo de cómo muchas de las personas que cuidan se empobrecen. De cómo miles de mujeres dejan de cotizar, de tener tiempo, de participar activamente en lo público. Hablo de cómo los hombres aún siguen ausentes en este terreno que históricamente no se les ha permitido habitar emocionalmente. Hablo de cómo cuidar sigue siendo un verbo conjugado en femenino, y en silencio.
Cuidar
Cuidar también agota. Cuidar también enferma. Cuidar sin apoyo es una forma lenta de deshacerse. Por eso me parece urgente que empecemos a construir nuevas conversaciones sobre este tema. Que lo hablemos en las aulas, en los medios, en los espacios políticos. Que dejemos de mirar hacia otro lado cada vez que alguien nos cuenta que cuida de un familiar y no puede más.
Quiero pensar que todavía estamos a tiempo de hacerlo distinto. Que podemos construir una cultura del cuidado en la que proteger a alguien no sea sinónimo de perderse a uno mismo. Que podamos cuidar y cuidarnos. Que podamos reconocer el valor del cuidado sin necesidad de convertirlo en sacrificio.
Tengo la esperanza de que un día, cuando se hable de los grandes motores que mueven el mundo, no solo se mencione la innovación o la inteligencia artificial, sino también la capacidad de cuidar con humanidad. De acompañar con ternura. De sostener sin condiciones.
Frente al ruido de los egos, los que cuidan.
Frente al griterío del poder, los que acompañan en silencio.
Frente a la prisa por producir, los que se sientan a escuchar.
Este artículo no busca convencer a nadie. Solo intenta rendir homenaje a quienes, sin hacer ruido, están salvando vidas a diario. A quienes aprenden a cuidar mientras cuidan. A quienes cuidan mientras el mundo gira demasiado rápido como para detenerse a mirarles.
Y si tú, que estás leyendo esto, cuidas de alguien, quiero decirte algo: no estás sola. No estás solo. Lo que haces tiene un valor inmenso, aunque no lo digan los periódicos. Aunque no lo entiendan en tu entorno. Aunque te sientas agotada o roto. Aunque tengas miedo.
Porque cuidar no es solo un acto de amor. Es también un acto de resistencia. De humanidad. De coraje.
Y si algún día este mundo mejora un poco, será gracias a ti.
Cuidar es lo que importa.