Carlos Ruiz.

Opinión

Dislexia patriota

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El abuso de poder político corrompe y desemboca en patologías con síntomas inequívocos y perennes; corruptela, sociopatía, nula empatía, pérdida del sentido del riesgo, humillaciones públicas, excesos relacionados con el sexo y las drogas, instrumentalización de las instituciones para lograr fines propios, juicio simplista, etcétera.

El maquiavélico está perfectamente diagnosticado, pero la bajeza tipifica y salpica aún más a sus secuaces, que asumen un rol imprescindible, con buenas tragaderas, que callan impasibles, degluten moralidad y sortean cualquier atisbo de dignidad y decoro. 

Sobrecoge con estupor, el porcentaje de gobernantes incapaces y acomplejados, adictos a la improvisación, que desoyen el sentir del pueblo y se mantienen a flote con la mentira. El colmo del escarnio y la deshonra ha supuesto hincar la rodilla y firmar el pacto de la vergüenza con los que odian a España, menospreciando a la Constitución, dinamitando la separación de poderes y pisoteando la igualdad entre españoles. Lastrados por un afán enfermizo de mando, sin sonrojo y miramientos, saquean con alevosía perversa a los patriotas que sí cumplen la ley. La enésima bajada de pantalones de la podredumbre progre pospone la decencia hasta más ver, difama el pundonor español y nos conduce a un daño social irreparable.

La codicia de una mente torcida es infinita, hasta el punto de blanquear, manipular la verdad y normalizar una crueldad ilimitada. Las cifras de la barbarie de ETA; más de 850 asesinatos, 2.600 heridos y casi 90 secuestrados. Ni olvido ni perdón.

Empleo

El enjambre de parásitos profesionales que sostiene el estado es inasumible y vestir la careta colectivista parece que otorga carta blanca. Las cuentas rebosan capas de maquillaje y la caja común no da más de sí; España está al borde del nocaut técnico. El PIB crecerá, previsiblemente, por debajo del 2%, cifra poco alentadora para generar trabajo, el menor crecimiento en una década, exceptuando el año de la pandemia. 

Los continuos y crecientes costes laborales repercuten negativamente en el elemento clave para mejorar una nómina, la productividad, que se hunde un 4% y anota el peor registro de la OCDE. Este descenso se traduce inevitablemente en el retroceso del PIB per cápita, riqueza por persona de un país. Simplemente, sin rendimiento no hay empleo ni prosperidad.

Únicamente la cultura del esfuerzo asegura la creación de riqueza y no está precisamente en auge, cuando se potencia más el subsidio que la generación de empleo. El salario mínimo interprofesional ha aumentado un 46'8% desde 2018 y, por cortesía de algún iluminado woke, continuará al alza, lo que redundará nefastamente en la economía. 

Como obsequio estrella de la era sanchista, 2024 será un año todavía más agobiante para el ciudadano y se recaudarán más de 6.500 millones de euros extra en impuestos. La realidad numérica es desoladora; España pierde 51.000 empresas, la inflación general cerró en el 3’1%, la deuda pública de 1,57 billones de euros continúa imparable, el déficit público supera el 3% del PIB y se desploma alarmantemente la inversión extranjera; herencia izquierdosa y sobrecosto que tendremos que asumir los de siempre.

Desempleados demandantes de empleo se contemplan como trabajadores y los fijos discontinuos no ocupados figuran igualmente como cotizantes. En definitiva, un demandante de empleo nunca fue un ocupado si no trabajaba. Ahora sí.

Maquillaje

El desempleo real es cuando terminas tu formación. Las empresas empiezan a cotizar por los becarios, incluso los no remunerados, según dispone su nuevo estatuto. Curiosamente, la mayor tasa de desempleo se da en los jóvenes; un maquillaje atroz de la cifra de paro que reduce la estadística del desempleo juvenil. Otra inédita intervención en el sector productivo, al que asfixian sin reparo y que los comunistas venden como una nueva conquista social.

Solo en 2022, más de medio millón de jóvenes talentosos se fueron de España en busca de empleo.

La proporción de autónomos que cobran menos del salario mínimo interprofesional se dispara, entre otros motivos, por no haber podido trasladar la inflación a sus facturas.

Ser autónomo en España es un drama y lejos de ser admirados, son permanentemente sometidos a sucesivas cargas fiscales y sociales. Los autónomos y las microempresas son la modalidad empresarial predominante. España se sostiene gracias a la microeconomía, nada más y nada menos, que el colectivo de trabajadores más amplio y que más aporta al PIB.

Migrantes

La llegada y el acogimiento de inmigrantes ilegales no cesa. En un alarde hipócrita de pantomima social estéril, que se escenifica en el mercadeo de su reparto, excepto en el territorio separatista de la raza superior, los miles de recién llegados sin oficio ni beneficio son abandonados a su suerte, y se les deja pocas opciones que no pasen por la delincuencia. A saber cuántos ilegales deambulan por nuestro país, después de conocer, que el gobierno de España no estaba contabilizando correctamente los funcionarios públicos y suman 300.000 más.

El reciente Foro de Davos establece la desinformación como la mayor amenaza global de los próximos años. Este original embrollo zurdo, disfrazado como una preocupación por la verdad y transparencia, rezuma un matiz diabólico; el control de la diagnosis y, consecuentemente, la facultad de decidir autocráticamente qué es desinformación, abocándonos, inexorablemente, a la abolición de la libertad de expresión.

Bukele, Milei, Meloni, Ayuso, sencillamente gustan, porque se muestran sin trampa ni cartón, son predecibles, no esconden, dicen lo que piensan sin tapujos, no mienten.

“El socialismo fracasa cuando se les acaba el dinero… de los demás”. (Margaret Thatcher)

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