Carlos Ruiz.

Opinión

Sociedad simbólica

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Estamos en este mundo para ayudar, ofrecer, sentirnos útiles; no habrá razón más confortante y motivadora. La preocupación por los demás es un sentimiento magnánimo que nos conduce a un atracón de fascinantes descubrimientos y notables beneficios. Explotemos nuestra capacidad de ser virtuosos y apacibles; invertir altruistamente tiempo en terceros nos lanzará en el crecimiento personal y engrandecerá nuestro bienestar. Eduquemos en valores humanos, con la empatía como pegamento social y que la única seña de superioridad que sobresalga sea la bondad.

Vivimos en sociedad, las acciones y los comportamientos para mantener el equilibrio y orden están regulados. Los copartícipes se obligan, en común acuerdo, a hacer aportes, estableciéndose un sistema colaborativo y recíproco con la colectividad, permitiendo de este modo, que los aliados dispongan de beneficios sociales; la cultura mantiene cohesionada a la sociedad y al compartirla, se instauran valores comunes que establecen patrones de conducta, derechos y obligaciones para reglar y normar la interacción social.

Imaginemos una sociedad más fuerte, noble y generosa, pero sobre todo, autosuficiente, que nos ayude a crecer con valentía, firmeza, atrevimiento; que nos forme y capacite para despejar con solvencia y determinación los vaivenes y dificultades que se interpongan en el maravilloso viaje de la vida.

Auxiliar, proteger, amparar, pero desde la lógica y no tanto desde el deseo. La economía social debe sustentarse en un engranaje reflexivo, seamos prudentes y meditemos antes de tomar una decisión. Esa calma mental y buen juicio podrían evitar adentrarnos en un camino de fango o amortiguar un final doloroso. Cuando la caja es común, pensar con el corazón, en la mayoría de las ocasiones, turba el juicio y nos arroja al abismo —pan para hoy y hambre para mañana—. 

El trabajo dignifica y, en ningún caso, debería inculcarse como un castigo. Si queremos ser afortunados tiene que haber esfuerzo, ahondemos en la cultura del ahínco, la perseverancia y tenacidad; sintámonos orgullosos de ejercer un rol provechoso dentro de una sociedad. Aprendamos de los errores, aferrémonos a los éxitos y conquistas que descuellan de la historia. Pongamos en valor el respeto, la integridad, justicia, prudencia y lealtad. 

El ser humano se forma por imitación, por la observación de las conductas ajenas, sin tener consciencia, muchas veces, acerca de su decencia, aceptación social o idoneidad. Demos relevancia al tándem trabajo-esfuerzo, al buen hacer y al resto de valores que enaltecen a las personas. No parece sensato y justiciero que se premie y promueva al vago, tramposo y corrupto.

Confiemos en los valientes profesionales que han jurado o prometido dar su vida en defensa de nuestra patria común e indivisible, de sus habitantes, tal como proteger los valores humanos más enriquecedores. Semejante decisión de aceptación y entrega merece una profunda reflexión y el máximo respeto. Así como esos intrépidos desconocidos regalan ese comodín al resto de compatriotas, quizás debiera exigirse una dádiva equiparable a nuestros dirigentes políticos; gobernantes, que pudiendo ser candorosos y manifestar sin adornos ni tapujos sus intenciones y sentimientos, eligen, por el contrario, orar con sagacidad y picardía; discursos, que debieran articularse desde la sencillez, sin doblez ni engaño, priorizando su inteligibilidad y obviando la ostentación y farsas.

La vida es como una montaña rusa. Da lo que eres y no lo que recibes.

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