Víctor Yanes

Opinión

El cartero Bukowski

Guardar

Lejos del estereotipo de escritor maldito y borracho, de tradicional buen encaje en principiantes mentes lectoras, según señala la solemnidad del dictamen de ciertos críticos, considero meridianamente acertado afirmar que Charles Bukowski es un escritor a reivindicar, en este tramo de nuestra historia contemporánea, en el que el cortocircuito de la autocomplacencia y del febril narcisismo es un espejismo idiota e infantil de paupérrima alegría. El valor más relevante y atrayente de Bukowski se sustenta, de forma precisa, en la constatación de estar ante el escritor de la cosmovisión sin teoría, que siente un hondo y convencido desapego hacia la música pontificante de las “grandes ideas”, plausibles y regeneradoras de la ética y que, presuntamente, mueven al ser humano hacia un loable objetivo de justicia colectiva. Es más, Bukowski a través de su alter ego, el rebelde y desvergonzado Henry Chinaski, nos muestra a un hombre que toma en sus manos el timón de la acción para vivir y ser y desarrollar la aventura silvestre y antisistema de su propia existencia. Chinaski tiene sus normas, muy por encima de cualquier otra consideración normativa de orden social, político o económico.

La primera incursión en la narrativa de Charles Bukowski lleva por nombre “Cartero”. Una novela en la que exhibe una admirable, radical y honesta aceptación de la derrota. Derrota entendida como cúmulo engordado de circunstancias que conducen a una persona, al cabo de los años, a un determinado punto de encubierta insatisfacción. “Cartero”, nos cuenta un largo fragmento de 12 años de la vida laboral Henry Chinaski (o Bukowski), describiendo con clarividente dureza las multitudinarias jornadas de trabajo en la oficina de correos y en el reparto de la correspondencia de “Los Estados Unidos”. Atrapado en la bestialidad de un engranaje económico y burocrático que posee el carácter asesino para el buen estado del ánimo, Chinaski (o Bukowski) decide, a los 49 años, abandonar su empleo como cartero y dedicarse plenamente a la escritura. 

Reivindico a Bukowski, no solo por su elevado vuelo de escritor libre, sino por la abierta franqueza de su antinarcisismo. Su vuelo es alto y su vitalismo fatalista es una enseñanza en estos tiempos, en los que tantos y tantas no conocen las mieles de la introspección sino la mediocridad de la autoventa barata de sí mismos.