“Gran Canaria no está dispuesta a blanquear el genocidio del Estado de Israel a través del deporte o de cualquier otra actividad”. Esta declaración tiene padre —Antonio Morales, presidente del Cabildo insular— y tiene una motivación —explicar por qué la isla renuncia a acoger etapas de La Vuelta España 2026—. Hasta aquí, todo en orden. Sin embargo, la superioridad ética de Morales se desploma por completo cuando, pocos días después de pronunciar esas palabras, vemos al ciclista Tadej Pogačar recorrer varias carreteras grancanarias con el maillot de su equipo —el UAE Team Emirates— en medio de una verbena promocional que paga, en medio de una paradoja de tamaño considerable, el propio Cabildo.
Lo de la paradoja con la que se maneja el Cabildo en este asunto, por cierto, no me lo saco de la chistera ni lo suelto al libre albedrío. Basta con navegar un poco en internet, elegir un buscador e introducir dos conceptos: derechos humanos y Emiratos Árabes Unidos. La entrada mejor posicionada en Google la firma Amnistía Internacional, una organización que no es sospechosa de trabajar para el mal y/o el capital. Lo primero que apunta el informe sobre esta federación compuesta por Abu Dabi, Dubái, Sharjah, Ajmán, Umm al-Quwain, Ras al-Jaima y Fuyaira es que "mantuvo sólidas relaciones económicas con Israel en pleno conflicto armado en Gaza". La primera, en la frente.
Pero hay más. El documento de Amnistía Internacional denuncia que el 19 de julio, las autoridades de EUA llevaron a cabo detenciones masivas y un juicio colectivo apresurado de 57 bangladeshíes que habían protestado pacíficamente en varias ciudades emiratíes contra las medidas del gobierno de su país; también revela que 43 disidentes —en su mayoría en la cárcel desde 2013— fueron declarados culpables a cadena perpetua; y recuerda que Emiratos Árabes aún criminaliza el derecho a la libertad de expresión mediante múltiples leyes y castigando a quienes criticaban, real o supuestamente, al gobierno —en abril, para mayor escarnio, expulsó a un docente palestino del campus de Abu Dabi de la Universidad de Nueva York por sus opiniones políticas, que había expresado ante sus colegas—.
Autocracia islámica
Con todo esto, que sólo es un pequeño detalle de cómo en Emiratos Árabes se pasan los derechos humanos por el arco del triunfo, al ver las imágenes de Pogačar y varios compañeros luciendo maillot del UAE Team Emirates por la Cumbre de la isla, no queda más remedio que preguntarse por qué el Cabildo sí acepta —en base a los términos utilizados por Morales— blanquear a una autocracia islámica y sin embargo rechaza a una prueba como La Vuelta España ante la posibilidad de que en el pelotón se cuele un equipo ligado a Israel —pese a que para septiembre del próximo año tal vez ya no tenga nada ver con el estado sionista—.
El problema de fondo no es que Antonio Morales haya querido hacer política con el deporte. Eso, en realidad, forma parte de la historia misma del deporte moderno. Ahí están Goebbels y Hitler con los Juegos Olímpicos de Berlín en 1936 o el puño en alto de Tommie Smith y John Carlos en México 68 para recordarnos que las pistas, los estadios y las carreteras también son escenarios ideológicos. El problema es otro, mucho más reconocible en la forma de hacer política del presidente del Cabildo: esa pulsión casi catequética por dividir el mundo entre buenos y malos, entre los puros y los impuros, bajo una óptica de moral absoluta que no resiste el más mínimo contraste con la realidad.
Porque la política, cuando se baja del púlpito y se pisa el asfalto, exige algo más que eslóganes éticos. Exige coherencia, inteligencia estratégica y sentido de la oportunidad. Y ahí es donde todo se viene abajo. Morales rechaza a La Vuelta por la posible presencia de un equipo vinculado a Israel y, días después, la propia institución que preside financia una puesta en escena promocional del UAE Team Emirates, el mismo equipo que representa a una autocracia donde la disidencia se paga con cárcel, la libertad de expresión es una ficción y los derechos humanos se gestionan a conveniencia.
¿Y el Granca?
La pregunta ya no es solo por qué se blanquea a unos sí y a otros no. La pregunta es qué hará el Cabildo cuando el Granca se cruce con un equipo israelí en una competición europea, algo que ocurre con relativa frecuencia —este año, sin ir más lejos, jugó la final de la Eurocup contra el Hapoel Tel Aviv—. ¿Retirará al equipo? ¿Se negará a competir? ¿Aplicará el mismo baremo moral? ¿O volveremos a descubrir que la ética, cuando molesta, se vuelve flexible?
Porque si algo demuestra este episodio es que no basta con tener razón moral —si es que se tiene—, también hay que saber ejercerla sin caer en el ridículo político. Es cuestión de aprovechar las oportunidades para dejar clara tu posición política y lanzar tus ideales, porque luego te encuentras con que la realidad te da en la cara y, de lo contrario, lo que queda no es un gesto de dignidad, sino una contradicción monumental pagada con dinero público. Y eso, más que una postura ética, empieza a parecer una chapuza.
Seamos serios, por favor.
