Martín Alonso

Opinión

La juventud

Director de Atlántico Hoy

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Darle hostias a la juventud se ha convertido, durante los últimos meses, en un pasatiempo muy extendido entre señores de cierta edad, todos resabiados y que pontifican desde sus altares. A la muchachada le caen palos por todo: por sus gustos musicales, por su preparación académica, por sus maneras de pasar el tiempo de ocio, por querer cobrar más y por aspirar a poder pagar un alquiler.

La moda de señalar y atizar a la gente joven igual empezó antes, pero yo al menos la percibí este verano a cuento del éxito de Quevedo y BZRP con la canción Quédate. A algunos les dio por realizar sesudos análisis de su letra, unos criticaron el uso del playback del cantante canario en sus conciertos y otros se pusieron dignos con la crítica.

No voy a decir lo que me parece a mí el tema de Quevedo porque no le interesa a nadie, pero no puedo evitar tirar de memoria ante tanto ataque de dignidad: a algunos de los que rajan ahora de Quevedo los vi yo hace 26 años bailando el Duro de pelar de Rebeca –mejor no analizamos el hit– y dándolo todo con el Smack My Bitch Up de Prodigy –mejor no reparamos en su letra o en su vídeo para no herir sensibilidades actuales–.

Todos fuimos jóvenes, todos quisimos divertirnos y no todos nos hemos comido en plena efervescencia juvenil el marrón de una pandemia, contratiempo que ha condicionado dos de los mejores años en la vida de mucha gente. Así que sí, es normal que bailen y disfruten con el Quédate de Quevedo o con lo que se tercie.

La última excusa para apedrear a los jóvenes tiene que ver con el precio del alquiler. Hace unos días, en un programa de laSexta, el economista Gonzalo Bernardos le soltó a una joven, que gana 1.700 euros y que se quejaba de los precios del alquiler en Madrid, que se fuera a vivir a Móstoles

"Quiero vivir dignamente en Madrid", dijo ella. "En Móstoles se vive muy bien y hay muchos sitios en que se vive muy bien. Lo que no podemos hacer es que el hijo viva al lado de la mamá”, zanjó él.

Al calor de la sobrada de Bernardos han aparecido una serie de opinadores cortesanos, todos fieles a la doctrina que les engorda a base de cobrarlo bien, que han señalado a los jóvenes por querer vivir en Madrid –o en cualquier ciudad atractiva tanto en lo laboral como para el ocio–. Por querer vivir dignamente, añado yo.

Les parece mal esa aspiración. Y les parece mal que quieran cobrar un sueldo también digno para poder cumplir con ese sueño. También les parece mal que los jóvenes no están preparados como ellos consideran que deben estarlo. Les parece mal que les guste el reguetón. Les parece mal que disfruten con los videojuegos. Y les parece mal que experimenten y se coman la vida a bocados. En definitiva, les parece mal la juventud.

Pero el problema no es la juventud. El problema está al otro lado.

¿Quién controla la industria musical, a base de llevar el rebaño a la radiofórmula, y la ha convertido en una explotación que fabrica canciones basura como el que factura salchichones? ¿Quién ha dado forma a todas las leyes educativas que se han aprobado en este país en las últimas tres décadas y que ningunean a los profesores en el aula para dar cada vez más valor al pedagogo? ¿Quién mantiene un sistema universitario que frustra? ¿Quién sobreprotegió a estas generaciones a las que acusan de querer vivir al lado de mamá? ¿Quién paga salarios de mierda? ¿Quién cobra una salvajada por un alquiler? ¿Quién?

Tranquilo, que la respuesta es fácil. Son esos señores de cierta edad, todos resabiados y que pontifican desde sus altares. Justo desde lo alto de la pirámide, justo los que viven muy bien sobre los hombros de esa juventud frustrada.

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