No vuelvas a lo de siempre

Agoney Melián, secretario de organización de la Confederación Española de Asociaciones de Jóvenes Empresarios (CEAJE). /Cedida

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Cada inicio de ciclo, cada septiembre, cada amanecer que nos sorprende sin haberlo buscado, nos regala la misma pregunta disfrazada de mil formas distintas: ¿volver a lo de siempre o atrevernos a empezar de verdad? Puede parecer una cuestión menor, un gesto cotidiano más, pero lo cierto es que ahí se juega gran parte de nuestra vida. Porque lo de siempre es cómodo, lo de siempre es conocido, lo de siempre no exige explicaciones ni valentías; sin embargo, lo de siempre también encierra la trampa más peligrosa: la del estancamiento.

No volver a lo de siempre es un acto de rebeldía, una declaración íntima de libertad. Significa mirar a los ojos a la rutina que nos doméstica y decirle que ya no queremos pertenecer a sus jaulas. Significa abandonar los proyectos que se arrastran por inercia, cortar las conversaciones que solo alimentan el ego, renunciar a las dinámicas tóxicas que nos drenan energía. Significa, en definitiva, asumir que la vida merece ser vivida con dignidad, aunque duela; con incertidumbre, aunque asuste; con autenticidad, aunque nos exponga.

La tentación de lo conocido

Es normal, humano, casi inevitable sentir la tentación de volver a lo de siempre. Después de un verano, de una crisis, de un despido, de una ruptura, hay una voz interna que nos dice: “Quédate en lo que conoces, no te arriesgues, vuelve al lugar seguro”. Y ese lugar seguro puede ser un trabajo que no nos llena, una empresa que repite fórmulas gastadas, una relación que perdió la magia hace años, o incluso una manera de pensar que ya no encaja con el momento vital que atravesamos.

El problema no es escuchar esa voz; el problema es obedecerla sin cuestionarla. Porque lo conocido, cuando deja de impulsarnos, se convierte en cadena. Y las cadenas, aunque sean invisibles, aunque estén hechas de rutinas aceptadas socialmente, siguen siendo cadenas.

La historia está llena de sociedades y de empresas que se estancaron por volver siempre a lo mismo. Por no atreverse a evolucionar. Por preferir el espejismo de la estabilidad antes que el vértigo de la transformación. Y lo que ocurre en la macroescala se refleja en la vida de cada uno: volver a lo de siempre nos protege del dolor inmediato, pero nos condena a la mediocridad a largo plazo.

El poder de abrir otra puerta

Cada vez que decimos “no” a lo de siempre, abrimos la posibilidad de lo nuevo. Y lo nuevo es incómodo, sí, porque nos enfrenta a lo desconocido. Pero también es fértil, porque nos obliga a reinventarnos, a descubrir habilidades que ignorábamos, a conocer personas que aún no forman parte de nuestra historia.

Lo nuevo no siempre es brillante ni fácil; muchas veces está hecho de tropiezos, de aprendizajes, de incertidumbre. Sin embargo, lo nuevo nos mantiene vivos. Nos saca del piloto automático, nos despierta, nos obliga a ensayar respuestas distintas. Y en ese ensayo, aunque a veces se pierda, siempre se gana experiencia, siempre se gana verdad.

Un empresario que no se atreve a lo nuevo termina repitiendo campañas vacías, procesos ineficientes, gestiones sin alma. Una persona que no se atreve a lo nuevo termina apagando su propia luz, justificando lo injustificable, aceptando lo inaceptable. Por eso es tan urgente recordar que cada inicio de ciclo es una puerta, y que lo verdaderamente importante no es si tendremos miedo al cruzarla, sino si seremos capaces de elegir no quedarnos atrapados en el umbral.

El espejismo del “ya lo intenté”Quizás la excusa más frecuente para volver a lo de siempre sea esa: “ya lo intenté”. Como si un fracaso en el pasado invalidara toda posibilidad en el futuro. Como si el error fuese una sentencia en lugar de una lección.

No volver a lo de siempre implica reconciliarnos con nuestros fracasos. Entender que el hecho de haber caído una vez no significa que caeremos siempre. Asumir que cada tropiezo guarda la semilla de una fortaleza distinta. La historia de cualquier vida valiosa no es una línea recta de éxitos, sino un mapa lleno de cicatrices, de reinicios, de caminos que parecían cerrados y se abrieron en el momento menos esperado.

En el mundo empresarial, esta lección es aún más evidente. Las compañías que se atreven a ensayar, a arriesgarse, a fracasar rápido y aprender, son las que logran evolucionar. Las que vuelven siempre a lo de siempre terminan por desaparecer, engullidas por la irrelevancia.

La llamada a la empresa con alma

Aquí es donde quiero ser claro: no solo se trata de decisiones personales. También se trata de la forma en que entendemos la empresa y la economía. Porque las empresas no son entes abstractos; están hechas de personas, de valores, de decisiones que se repiten día tras día.

No volver a lo de siempre significa que una empresa no puede seguir midiendo su éxito únicamente en cifras. Porque una compañía que genera beneficios a costa de quemar a sus empleados, de degradar el entorno o de manipular a sus clientes, no está construyendo nada sólido. Está repitiendo un modelo gastado, insostenible, que tarde o temprano se desploma.

El nuevo liderazgo empresarial necesita decir basta al cinismo de lo de siempre. Necesita abrir espacio para la empatía, para la innovación real, para el cuidado de las personas y de la comunidad. No se trata de ser ingenuos, se trata de ser inteligentes: las empresas que ponen el alma en lo que hacen no solo generan impacto humano, también son más rentables a largo plazo.

Y en Canarias, nuestra tierra, este mensaje resuena con fuerza especial. Porque aquí, más que en otros lugares, dependemos de nuestra capacidad de reinventarnos, de apostar por lo local, de no caer en la trampa de repetir lo que nos dicta la costumbre. No volver a lo de siempre es también un acto de responsabilidad con nuestra tierra, con nuestra gente, con las generaciones que vendrán.

El liderazgo de la fragilidad

Una de las formas más potentes de no volver a lo de siempre es atrevernos a liderar desde la fragilidad. Durante demasiado tiempo hemos confundido liderazgo con dureza, con distancia, con esa máscara de perfección que oculta los miedos y las dudas.

Pero lo cierto es que los líderes que inspiran de verdad son los que se atreven a mostrar su humanidad. Los que reconocen cuando no saben, los que piden ayuda, los que confiesan sus errores. Porque esa fragilidad no debilita, al contrario: humaniza, conecta, genera confianza.

No volver a lo de siempre es atrevernos a romper con los liderazgos tóxicos, con las empresas que confunden control con seguridad, con los discursos vacíos que ya nadie cree. Es apostar por un liderazgo humano, imperfecto, pero capaz de encender a los demás.

La incomodidad como brújula

No podemos engañarnos: elegir no volver a lo de siempre duele. Duele dejar atrás lo que conocemos, duele cortar con lo que nos dio identidad durante años, duele enfrentar el vértigo de no saber qué vendrá. Pero ese dolor es la mejor brújula.

Porque la incomodidad nos señala dónde está el crecimiento. Nos indica que estamos saliendo de la zona donde nos adormecemos. Y aunque esa incomodidad no se disfruta en el momento, siempre termina siendo la semilla de una vida más plena, más auténtica, más nuestra.

La verdad incómoda

La verdad incómoda es que nadie nos obliga a volver a lo de siempre. Lo hacemos nosotros, con nuestras excusas, con nuestros miedos, con nuestra necesidad de pertenecer a lo conocido. Pero también está en nosotros romper ese círculo. No hay gobiernos, ni empresas, ni circunstancias que puedan decidirlo en nuestro lugar: la llave siempre estuvo en nuestras manos.

El cierre: elegir la vida

Lo de siempre mata despacio, como el agua estancada. Lo nuevo, en cambio, aunque duela, aunque asuste, aunque nos parta por dentro, nos mantiene vivos. Así que cuando el ciclo vuelva a empezar, cuando la vida te enfrente otra vez al umbral, recuerda: no vuelvas a lo de siempre, porque lo de siempre nunca te llevará a donde sueñas.