Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

Salteado medioambiental, asalto al medio ambiente

Periodista

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Bien. Hay que reconocerlo y se hace con franqueza. En estos artículos me desvivo por defender acciones personales, humildes, casi intimistas para defender el medio ambiente. Eso que ahora denominamos sostenibilidad y que suena a algo así como a funambulismo frente al futuro de las futuras generaciones y de la Humanidad.

Entonces es cuando aparece, de vez en cuando, el archiconocido latinazgo del “mea culpa”. Hoy voy a ‘entonarlo’ en lo que concierne a ese día a día en el que hay que perseverar con los hábitos razonables como puede ser el reciclaje o el mismo concepto de la cocina sostenible.
Pues confieso. No es la primera vez (y espero tomar la decisión de que sea de las ´últimas’, en esas estamos) que voy al supermercado, me pongo la velocidad por montera (con la excusa de llegar a tiempo con un artículo por ejemplo) y meter en la cesta envases de queso/con plástico; jamón serrano con plástico; pan sin gluten pero con plástico; berenjenas (envueltas en cartón (¿?) y plástico; ah, y hojillas de afeitar, que no son para comer, pero vienen con plástico).

Es la clásica muestra de predicar (sin el ejemplo) aunque bien es verdad que cuando acudo a esos mercadillos canarios se activa el chip de esto va a la talega de tela y esto otro está ’feo’ pero está más rico que lo que tan bien luce (entre plásticos) en la zona de confort de la velocidad: el supermercado. También un yogur, cuyo envase parece sospechosamente reciclable, cuando se mira cara a cara; puede que tampoco, me temo, vaya a encajar a ningún contenedor acorde con tal material.

Ya lo he confesado y cuando se hace y se queda uno aliviado procura retomar la senda de la cordura alimentaria y medioambiental por el bien individual y general.

Asalto al medioambiente

De verdad: hago el café, salta el espectáculo en la cafetera italiana de toda la vida; despliego mantequilla, mermelada… pan que ni remotamente es de ‘masa abuela’. Los susodichos empaquetados de queso y jamón de serraneo. Todo en aras de la velocidad para empezar cuanto antes con la productividad cotidiana.

Ahí es cuando entran los trabajos manuales: buscar cómo se abre ese plástico de plásticos. Cuando uno da con el quid entonces tenemos ante nosotros la rica propuesta de queso (¿?) de cabra (¿?) que sabrá indiscutiblemente a ¿? Ahí no está lo sangrante, es que, además, entre loncha y loncha, de queso, jamón, o lo que se les pueda ocurrir, hay unos celofanes, plásticos, ‘seres inánimes! difíciles de definir, de catalogar. Entonces uno se dispone a desayunar entre sabores indefinidos y una manada desbocada de plastiquitos que a veces se mezclan con la materia comestible en un aquelarre infernal.

Como dice mi madre, cuando uno los ve reunidos  (a los plastiquitos, perfectamente cuadrados o rectangulares) entre la mantequilla y los panes sin gluten (en su correspondiente envase de plástico, faltaría más): “¡estos animales hay que matarlos de chiquititos!”. ¡Cuánta razón tiene!

Supuestamente ese loncheado “mixto” plástico-queso-jamón viene a facilitarnos la vida, a hacerla más liviana, más agradable para que en un santiamén podamos ponernos a la faena, cada uno-a la suya durante la que nos encontraremos, seguro, más plástico, hasta la próxima compra en el super, en la que nos acopiaremos de más todavía.En definitiva, en algún momento se ha mezclado el plástico con el “ibérico” de mentirijilla y la sensación ya es de que “de esto no nos salva ni la activista Greta Thunberg.

Digo esto de nuevo; y una vez he confesado lo digo con alivio: que cuando puedo, tengo tiempo y tomo conciencia (y consciencia) elijo un queso o un jamón (pata asada, por supuesto) de los nuestros, cercanito, que va perfectamente cortado en su papel reciclable y que, les aseguro, loncha por loncha se puede separar sin los desagradables ‘separadores’ de material insoportable que invaden la cocina y, si se despista uno, toda la casa.

No es exagerar: lo hemos vivido y es otra de esas facetas en las que debemos reparar porque, cuando nos enfrentamos a noticias que nos muestran el nivel de plásticos en los Océanos, pues ya sabemos de dónde provienen.

Asalto al medioambiental

La Televisión Canaria tiene a bien invitarme periódicamente a la tertulia periodística del Buenos Días, Canarias y el otro día trataban el asunto de los vertidos incontrolados en Canarias (de lo que ustedes se imaginen y más), que hacen la vida imposible, literalmente, a la ciudadanía. En esta ocasión se mencionaba el problema de El Médano y lo que desemboca en el litoral marino. Ya saben.

Una señora, en El Pris, me contaba el otro día que los últimos días había sido testigo de que el mar (azul) se había convertido en chocolate, ya me entienden. Igual escuché mal pero el dato acerca de lo que se ‘vertía’, nunca mejor dicho, era de unos 4.000 puntos conflictivos. Disculpen: no sé si exagero, pero es que con uno, con un caso que se presente la respuesta tiene que ser inmediata por parte de la administración. Al causante o causantes, que paguen con las consecuencias judiciales que acarrea tales prácticas en contra de la salud de las personas y de los entornos con unas islas de frágil biodiversidad.

Salteado medioambiental. Conversaba en Con Cúrcuma Radio esta semana con la vicepresidenta del Cabildo de El Hierro, Dolores Padrón, acerca de unos talleres que se organizaron en la Isla del Meridiano fundamentados en la cocina sostenible y cómo esta se puede sustentar en la utilización del producto local. Ya escribí en otros artículos de AH sobre los modelos de energía eficiente en ese pequeño territorio y cómo hay que tomar ejemplo de formatos que sirven y no el clásico canto de sirena en otros lares.

Asalto al medioambiente

Esto último, aunque podría corresponder al salteado medioambiental, resulta que se puede encajar en este juego de percepciones y es que se presentó (lo menciono a grandes rasgos) el documento internacional por el que se van a preservar áreas marinas del planeta para su preservación. No se crean que es un gran porcentaje; no vayan a pensar que ha costado ponerse de acuerdo (quince años de trabajos) y que, además, va a tener que ser ratificado por 200 países. También que todo esto está sujeto a la Agenda 2050, la Agenda Verde de no sé qué y bla, bla, bla,… Todo a sujeto a papeles que quedan mojados a los pocos meses de firmarse.

Disculpen: soy escéptico. ¿Se deciden soluciones? Bueno. ¿Se cumplen? Apenas. ¿Hay horizonte? Pasa el tiempo.

Yo no espero. Como he dicho, grandes decisiones ni cambios, ni transformaciones, pero sí les prometo que con mi café con leche habrá pan de masa madre y queso y jamón (una rica pata asada) sin que me asalte por sorpresa uno de esos plastiquitos que ya saben: ¡se hacen grandes!