Las Palmas de Gran Canaria presume de ser una ciudad abierta al mar. Nada más entrar a la capital, el barrio marinero de San Cristóbal da la bienvenida a quienes llegan cada día para trabajar o saluda a aquellos que solo van a pasar el día para evadirse de la rutina. Justo ahí, en el punto de acceso a la urbe más grande del Archipiélago y tras los escombros de la MetroGuagua, ha aparecido un asentamiento chabolista que genera cierta incertidumbre.
Ropa tendida, casetas de campaña, mesas y algunas sillas. Allí, como puede, sobrevive Raquel [nombre ficticio] desde hace algún tiempo porque no tiene a dónde ir. Con cierto recelo y tras romper a llorar por la impotencia, atiende a Atlántico Hoy para dar a conocer su historia. La desconfianza parece estar justificada por todas las vicisitudes que ha atravesado hasta llegar a su situación actual.
Relato personal
“Estoy que me muero, no sé a quién acudir”, afirma entre lágrimas. De origen asturiano, llegó a la Isla después de haber vivido en sus carnes una serie de experiencias que la atormentan. Cuenta que hace más de 20 años conoció a un inglés con el que empezó una relación, tuvieron dos hijos y se mudaron a Reino Unido. Allí no solo sufrió —presuntamente— maltrato psicológico por parte de su pareja, sino que el Estado le “quitó” a los menores.
Asegura que los chicos soportaron muchas cosas en el centro de tutela donde estaban. “Mi hija sufrió un abuso sexual y a mi hijo casi lo violan”, recuerda. El chico, que es el más pequeño, está a punto de cumplir los la mayoría de edad y su hermana tiene 19. “No sé cómo están, pero por mi situación no pueden venir conmigo”, asevera. Antes de volver a Asturias desde Inglaterra, Raquel sufrió un desahucio, cayó en las drogas y una vez en España acabó prostituyéndose.
Supervivencia difícil
Indica que es la única manera que encontró para subsistir por aquel entonces y cuando andaba por Benidorm (Alicante, Comunidad Valenciana), se enteró de que la T4 del Aeropuerto de Barajas (Madrid) estaba siendo refugio para muchas personas sin hogar. Se fue para allá y estuvo pernoctando en la terminal hasta que conoció a su pareja actual, con quien decidió viajar a Gran Canaria e instalaron las chabolas en San Cristóbal hace casi un año.
Narra que su situación actual no es la idónea porque —además de sus condiciones de vida— ha tenido algunas discusiones con su novio que han terminado mal. “Estoy pensando en irme de aquí”, sostiene. En los últimos días ha estado sola después de que una pelea desembocara en que él se marchara. Ella no habla de nadie más, pero desde el Ayuntamiento indican que han identificado a tres personas.
Conflicto familiar
Otro de los problemas que arrastra es un conflicto con su madre —que vive en Asturias— porque, declara, no la deja volver a casa si antes no pasa por Proyecto Hombre para dejar las drogas. Ella quiere hacerlo en su comunidad autónoma, donde está empadronada, y no en Canarias. Desea salir cuanto antes de su situación porque el miedo ante lo que pueda pasar la corroe: “Tengo un pánico tremendo”.
Raquel, que prefiere permanecer en el anonimato para evitar problemas, es un ejemplo más de la precariedad y la desigualdad que arrastra tanto España en su conjunto como Canarias en particular. Merece la pena resaltar que el auge del chabolismo en la isla no es exclusivo de la ciudad capitalina, sino que también se han dado casos en otros municipios como Agüimes. Todo en un contexto social, además, donde la vivienda se ha convertido casi en un lujo.
