A veces, las grandes historias se esconden en los rincones menos evidentes: en las calles que recorremos a diario o en los edificios que forman parte de nuestra rutina. Los miramos sin saber que, hace siglos, fueron escenario de épicas batallas ya olvidadas.
Hay una ciudad de Canarias, hoy bulliciosa capital turísitca y administrativa, que vivió en 1599 un episodio tan breve como devastador: la única ocupación extranjera de su historia moderna. Fueron apenas once días. Un parpadeo para la historia universal. Pero para la ciudad, fue un asalto que dejó cicatrices profundas y un recuerdo que aún hoy se transmite entre generaciones.
Una guerra en expansión
La ocupación de Las Palmas de Gran Canaria ocurrió en el marco de la Guerra de los Ochenta Años, el largo conflicto por el que los Países Bajos buscaron independizarse de la Corona española. Para los holandeses, controlar enclaves estratégicos en el Atlántico era clave para asfixiar el poder imperial. Y Canarias era una joya codiciada: escala natural hacia América y bastión de comunicaciones.
El almirante Pieter van der Does, al frente de una poderosa flota de más de 70 naves y 12.000 hombres, fijó su mirada en la ciudad. Justificó su ataque como represalia por los excesos del Imperio en Flandes, pero el objetivo real era debilitar las rutas españolas y hacerse con un valioso botín.
El saqueo de la capital
El 26 de junio de 1599, los barcos holandeses llegaron a la costa norte de Gran Canaria. Tras algunas escaramuzas, desembarcaron por la zona de Santa Catalina, dando comienzo a una ocupación brutal. Las Palmas fue saqueada durante más de diez días. Se vaciaron iglesias, se robaron campanas, archivos y se prendieron fuegos en los principales edificios de la ciudad.
La población local, desbordada y sin defensa profesional, se replegó hacia el interior. Desde Santa Brígida, entonces capital provisional, se organizaron pequeñas milicias populares que lograron contener el avance enemigo. Fue en Tafira y otras zonas altas donde la resistencia logró desgastar al invasor.
Retirada y reconstrucción
El 8 de julio, la flota holandesa se retiró con Van der Does herido y muchas bajas. La ciudad quedó destrozada, pero no vencida. En los años siguientes, Las Palmas reforzó sus defensas y emergió con un nuevo espíritu: el de no ser tomada por sorpresa jamás. En Santa Brígida aún resuena el lema que nació de esa lucha: "Por España y por la fe, vencimos al holandés".
Este intento de conquista no cambió el destino de la guerra, pero sí reforzó el papel de Canarias como enclave estratégico. Fue una victoria simbólica de un pueblo que, sin ejército, resistió al que entonces era uno de los imperios navales más poderosos del mundo.