El Lasso, situado en el cono sur de Las Palmas de Gran Canaria, cumple pronto 50 años desde la adjudicación de sus primeras viviendas sociales. La celebración, sin embargo, está lejos de ser motivo de orgullo. “Nos engañan una y otra vez”, denuncia Kely García, presidenta de la plataforma vecinal El Lasso se Mueve.
Kely habla con la autoridad de quien lleva medio siglo viendo promesas incumplidas. Recuerda la supresión de la línea 53, que obligó a los estudiantes a caminar hasta el instituto. La plataforma nació en 2021 precisamente de esa indignación. “Quitaron la guagua y nunca volvió”, afirma.
Sillas por marquesinas
Uno de los símbolos más visibles del abandono son las paradas de guagua sin marquesinas. En un barrio con una población mayoritariamente envejecida, el Ayuntamiento no ha instalado refugios para proteger de sol o lluvia, ni bancos para sentarse.
La plataforma lleva años reclamando la colocación de asientos, pero no hay ni un solo banco en todo el barrio. Las personas mayores esperan el transporte de pie o, en el mejor de los casos, se apoyan en paredes y muros.
Cansados de la falta de respuesta, los propios vecinos han optado por una solución tan sencilla como reveladora: colocar sillas de sus casas junto a las paradas. A veces el servicio de limpieza las retira creyendo que son basura, pero siempre vuelven a aparecer. “No pasa nada, las volvemos a poner”, dice García, consciente de que este gesto se ha convertido en símbolo de resistencia y denuncia.

Viviendas obsoletas
Los bloques, levantados en los 60 y 70 con materiales de baja calidad, presentan 50 años después filtraciones, bajantes rotos y humedades. Parte de la rehabilitación ejecutada por el Cabildo en los años 2000 se quedó a medias: siete bloques nunca fueron intervenidos. La ausencia de ascensores en quintos pisos encierra a vecinos dependientes en sus viviendas.
Algunos casos han logrado resolverse con años de presión, como la construcción de la rampa del bloque 18, antes inaccesible para sus residentes mayores. Pero en la mayoría de edificios, la movilidad sigue dependiendo de escaleras empinadas y deterioradas.
Local social abandonado
El local social, inaugurado a bombo y platillo en el año 2010 hoy está a la práctica cerrado y degradado: excrementos de paloma, nidos, restos de animales y un elevador para personas con movilidad reducida que nunca ha funcionado. “Esto es por desidia municipal, lo digo en mayúsculas”, afirma la presidenta.
La suciedad y el abandono impiden que se use para actividades comunitarias. “Nos dejaron un sitio para reunirnos, pero no nos dejan hacer nada”, añade García.

Basura y escombros
Las laderas y zonas aledañas se han convertido en vertederos improvisados, donde se acumulan escombros, sofás y basura procedente tanto del propio barrio como de fuera. La falta de iluminación y vigilancia ha convertido algunos espacios en lugares habituales para botellones y picaderos. “Cuando vino la alcaldesa limpiaron todo, hasta los hierbajos de la acera. Hoy vuelve a estar igual”, lamenta García.

Insalubridad entre gallinas
Entre los bloques de viviendas, gallinas y gallos se mueven a sus anchas desde hace años. Lo que podría parecer una curiosidad es, en realidad, un problema serio de salubridad: excrementos en barandillas y escaleras, malos olores y suciedad constante.
El Ayuntamiento ha realizado capturas puntuales, pero según los vecinos “se llevan unas cuantas y dejan otras, y al poco tiempo el problema vuelve”. La acumulación de heces y la proliferación de animales en un espacio urbano sin control sanitario refuerza la sensación de abandono.

El colegio que no volvió
El cierre del Colegio León supuso un golpe para el barrio. En su lugar, el Ayuntamiento cedió el edificio para un centro de acogida de migrantes por 75 años. “Nos prometieron que volvería a abrir como colegio. Está documentado”, recuerda García.
Los vecinos insisten en que no rechazan la acogida, pero critican la pérdida de un recurso que podría haberse destinado a talleres, actividades para mayores o equipamientos comunitarios. “El Lasso no es racista, es realista. Queremos equidad”, resume la presidenta.
Miedo a un futuro desalojo
A día de hoy, El Lasso también vive con la preocupación de que una modificación del Plan General de Ordenación Urbana pueda condenar al barrio a un futuro similar al de Las Torres. Los vecinos temen que, alegando obsolescencia de las viviendas, se plantee un desalojo que afecte a los 30 bloques del barrio.
“No nos queremos marchar de aquí de ninguna manera. Este es nuestro hogar desde hace décadas y no vamos a permitir que nos manden a cualquier sitio”, advierte García.
Intervención necesaria
Un estudio de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC) incluye a El Lasso entre los barrios más vulnerables de la ciudad. Con 2.270 habitantes, una tasa de paro juvenil del 62% y una renta media anual de 23.900 euros, la investigación advierte de una regresión urbana sostenida.
El informe señala que el 50% de las edificaciones están en estado ruinoso, malo o deficiente, y que el barrio carece de equipamientos básicos: no hay centros de salud, educativos ni suficientes espacios comunitarios. La accesibilidad está limitada por la pendiente y la conexión en transporte público es a día de hoy, deficiente.
La conclusión académica es clara: El Lasso necesita una intervención integral que combine regeneración física y acción social, con participación vecinal activa, para revertir tantos años de abandono.