Inmediación

Cuando entras en un museo parece como si pudieras ordenar el sentido de tus pasos

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Cartel de la exposición de Ulf Saupe, Inmediación / ARCHIVO
Cartel de la exposición de Ulf Saupe, Inmediación / ARCHIVO

Si fragmentáramos la mirada, las ciudades serían siempre interminables, mirarían al cielo, se perderían en los horizontes y si tuvieran agua en sus alrededores navegarían hasta donde uno intuye que ya no llegan los ojos sino la recreación de las palabras. Una ciudad también son las salas de arte que se asoman a sus calles y todos esos cuadros, temporales o intemporales, que miran el detalle, la pequeña pista, el fulgor de cualquier vida humana.

Estos días, paseando por Las Palmas de Gran Canaria, me adentré en la sala San Antonio Abad sin saber qué es lo que encontraría en sus paredes. Allí estaba la obra del alemán Ulf Saupe, las texturas, los colores, el encuentro de la fotografía y la pintura, y un empeño de eternizar todo lo que muestra entre las fronteras del marco, como si atrapara un trozo de eternidad de tanto mirarlo. 

Hay un vídeo en el que Saupe cuenta todo su proceso creativo, la obsesión de ese rastreo inacabable que es nuestra propia conciencia, nuestros recuerdos, y también lo que intuimos y no conocemos hasta que no lo vemos escrito o dibujado. Lo que nos regala son argumentos para que nosotros salgamos a la calle y no pasemos de largo ante la forma de un adoquín desgastado, de una puerta entreabierta y de nuestra propia sombra si la seguimos un rato como quien mira a otro que nos acompaña.

Cuando entras en un museo parece como si pudieras ordenar el sentido de tus pasos y esa búsqueda del detalle que requiere atención y conexión con todo lo que has visto antes y con lo que verás, ya con ojos nuevos, cuando salgas de nuevo a la calle. No le pidas utilidad al arte, pídele que te haga vibrar unos instantes, que te ayude a encontrar las vetas que te sorprendan y que no te dejan caminando igual que siempre. Yo le pido que me despabile o que rompa el mar de hielo que llevamos dentro y del que escribía Kafka para tratar de contar lo que sólo se puede vivir como un hallazgo inesperado que nos redime de tantos días despistados. 

La inmediación que propone Ulf Saupe estos días en Las Palmas de Gran Canaria se parece a aquel fósforo que decía Faulkner que encendíamos en una habitación no para ver la luz, sino para tratar de adentrarnos un poco más en la oscuridad. Ni la oscuridad, ni el arte terminan en ninguna parte. Tampoco nosotros hasta que no nos cuenten de dónde venimos y a dónde se va esta materia que nos regala la vibración de la belleza como si fuera una pista con la que adentrarnos en el laberinto de lo cotidiano. Todo parece más simple cuando amamos o cuando se ordena el caos en las dimensiones de un cuadro o de una novela, simple como aquel anillo del que escribía Neruda, como el tránsito de las nubes que miraban Baudelaire o José Hierro ensimismados, o como aquellos retornos del alma que escribía Alonso Quesada con la sutileza de lo sencillo que tanto agradecemos ahora que todo se llena de carteles electorales.