Manuel Hermoso, el alquimista que unió a las siete tribus de Canarias bajo una misma bandera. En la imagen, durante una votación en el Parlamento junto a José Mendoza, Antonio Castro y José Miguel Hernández. / TRINO GARRIGA
Manuel Hermoso, el alquimista que unió a las siete tribus de Canarias bajo una misma bandera. En la imagen, durante una votación en el Parlamento junto a José Mendoza, Antonio Castro y José Miguel Hernández. / TRINO GARRIGA

Manuel Hermoso, el alquimista que unió a las siete tribus de Canarias bajo una misma bandera

Fue el artífice de la transformación del insularismo tinerfeño en un proyecto regional que unió a las islas en torno a Coalición Canaria, pese al recelo inicial en Gran Canaria

Martín Alonso

Si hay una figura clave en la génesis del nacionalismo canario moderno, esa es la de Manuel Hermoso —fallecido este martes en Santa Cruz de Tenerife a los 89 años—. No tanto por haber ideado una teoría política, ni por fundar un partido desde cero, sino por algo más complejo y menos frecuente: unir en un solo proyecto las voces insulares que hasta entonces hablaban en paralelo. Hermoso fue el artífice silencioso y tenaz de la confederación de las siete tribus que hoy forman Coalición Canaria. Y lo fue desde la convicción, desde la trinchera municipal, y también desde la experiencia del rechazo.

Hermoso no nació nacionalista, ni siquiera insularista. Alcalde de Santa Cruz de Tenerife —pese a las reticiencias iniciales de su mujer Asunción— desde la órbita centrista de la extinta UCD, acabó enrolado en la Agrupación Tinerfeña de Independientes (ATI) cuando el partido creado por Adolfo Suárez para abordar la Transición se hundió, dando el paso de abrazar una política construida en torno a la identidad insular y desde municipios rurales.

Bandera de Tenerife

Desde ahí, comenzó su largo recorrido hacia lo que acabaría siendo Coalición Canaria (CC). Un viaje que partió del conflicto con el PSOE —con una visión regional proyectada desde Gran Canaria— y con el centralismo autonómico, y que fue ganando forma en el pulso que mantuvo como alcalde con el Ejecutivo de Jerónimo Saavedra que, en plena confrontación política, aplicó una estrategia de castigo presupuestario hacia la capital tinerfeña.

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De presidente a presidente: Manuel Hermoso dialoga con Adolfo Suárez. / TRINO GARRIGA

Ese relato del ultraje caló. Hermoso supo interpretarlo y amplificarlo. A su alrededor tejió una red de apoyos que iba desde empresarios turísticos del sur hasta históricos del Carnaval santacrucero. Un magma social y político tan amplio como pragmático, en el que cabían antiguos ucedistas, nacionalistas sin partido y exmilitantes de la Unión del Pueblo Canario. Así fue como ATI se convirtió en símbolo de Tenerife, en un paraguas identitario que lo cobijaba casi todo. A Hermoso se le puede acusar de haber alimentado el pleito insular, pero también de haberlo usado como palanca para levantar una alternativa regional.

¿Proyecto regional?

Lo complejo vino después: transformar aquel insularismo en un proyecto regional. El primer paso se dio con las AIC, las Agrupaciones Independientes Canarias, una federación de partidos locales con raíces en la UCD repartidas entre Tenerife, La Palma y La Gomera que se coló en el Parlamento canario con fuerza —11 escaños— en las elecciones de 1987. Con todo, aquella bandera se percibía con suspicacia desde Las Palmas.

Para combatir eso, había que cruzar el charco. Hermoso no era bien recibido en Gran Canaria, donde su figura era vista con recelo en pleno conflicto por la petición popular para crear y poner en marcha la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria (ULPGC). Así que en julio de 1987 realizó su primera visita oficial a la capital grancanaria en ocho años como alcalde de Santa Cruz con una misión clara: negociar un pacto de gobierno entre las AIC, CDS, Alianza Popular y AHI para hacer presidente a Fernando Fernández —al que una moción de confianza a cuenta de la política universitaria se lo llevó por delante poco después—.

Ni cuernos ni rabo

Tuvo que dejar claro —como él mismo dijo, medio en broma— que “no tenía cuernos ni rabo” en una rueda de prensa en las Palmas. Pero sabía que sin Gran Canaria no habría proyecto nacionalista posible. Así que tejió alianzas, cedió espacios, repartió poder. Lorenzo Olarte fue su socio oriental, con quien pactó no solo un Gobierno de centroderecha, sino algo más duradero: un reparto territorial del espacio político que permitiría avanzar hacia la vertebración regional.

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Antonio Castro, tercero por la derecha, rodeado de presidentes de Canarias: Manuel Hermoso, Lorenzo Olarte, Paulino Rivero, Jerónimo Saavedra y Adán Martín. / TRINO GARRIGA

Ese acuerdo, que se fraguó entre reuniones en el Hotel Reina Isabel de Las Palmas y maniobras en los sótanos del Colón Rambla de Santa Cruz, fue también el principio del fin de las trincheras insulares. Hermoso logró articular —junto a actores diversos como Antonio Castro, Ildefonso Chacón o Tomás Padrón— una alianza de partidos insularistas con capacidad de pactar programa y reparto de carteras. Y lo hizo en una época marcada por tensiones, con el PSOE bloqueando acuerdos, el CDS en crisis interna y la sociedad canaria todavía muy marcada por el eco del pleito universitario.

Moción de censura

Pero quizás el mayor mérito de Hermoso fue saber cuándo abandonar la resistencia. Cuando la historia le ofreció la posibilidad de construir algo mayor, aceptó el reto. Renunció al enfrentamiento con Gran Canaria como eje de su discurso, cambió de adversario —Madrid en lugar de Las Palmas— y se implicó en la creación de un nacionalismo útil, autónomo pero institucional. Fue, en definitiva, el catalizador de un tránsito político: del insularismo tinerfeño al nacionalismo canario moderno.

En 1993, siendo vicepresidente del Gobierno canario, presentó una moción de censura. Hermoso siempre explicó que aquel movimiento no fue contra Jerónimo Saavedra —presidente del Ejecutivo regional, al que siempre consideró como el mejor en su cargo en la historia del Archipiélago—; se fraguó frente al PSOE que ocupaba La Moncloa —con Felipe González al frente— y que era incapaz de desarrollar el Estatuto Canario de Autonomía o articular el REF.

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Fernando Clavijo, presidente de Canarias —en primer término—, en la capilla ardiente de Manuel Hermoso instalada en Presidencia del Gobierno. / MIGUEL BARRETO-EFE

Arquitectura compleja

Coalición Canaria nació de esa alquimia en 1993. No como una suma aritmética de partidos, sino como una arquitectura compleja en la que Hermoso fue el maestro de obra. Su liderazgo fue menos carismático que estratégico. Supo moverse entre empresarios que pedían inversiones, dirigentes que reclamaban poder insular, y votantes que aún desconfiaban del otro lado del Archipiélago. Y aunque nunca logró entrar con fuerza en la capital grancanaria, sí consiguió que la idea de Canarias como un todo empezara a ganar terreno.

Su legado no se mide solo en escaños o en gobiernos, sino en haber tendido puentes donde antes había muros. Manuel Hermoso murió este martes, 17 de julio de 2025, pero deja detrás de sí un Archipiélago que, en buena parte, comenzó a pensarse como conjunto político gracias a él. Un hombre que entendió que solo desde la suma de las islas podía Canarias alzar la voz. Aunque para lograrlo tuviera que convencer primero a quienes pensaban que no era de los suyos.