La Navidad es una de esas épocas que podrían catalogarse como agridulces. Es una época casi de extremos: o la amas, o la odias. Dicho de otra manera, o disfrutas de Pesadilla antes de Navidad o te identificas con El Grinch.
Cuando diciembre se asoma en el calendario, para muchas personas comienza un mes de luces, reencuentros y celebraciones. Pero para quienes conviven —o han convivido— con un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA), la Navidad tiene el cóctel perfecto para transformarse en un escenario de enorme complejidad emocional. Así lo confirma a Atlántico Hoy la nutricionista grancanaria Amara Álvarez, especializada en psiconutrición, TCA, alimentación consciente y entrevista motivacional, que cada año ve cómo en su consulta aumentan la ansiedad, el miedo y la culpa en torno a estas fechas.
Cenas de empresa, reencuentros familiares, dulces típicos, bandejas interminables de postres y una cultura que asocia las fiestas al exceso. A esa presión se suma un ingrediente conocido por todos: los comentarios desafortunados sobre el cuerpo, el peso o la cantidad de comida que alguien consume antes de un incómodo "feliz Navidad". Touché.
Una tormenta emocional
Amara Álvarez insiste en que el primer paso para afrontar estas semanas es mirarse con compasión. Ella lo describe como darse “un abrazo mental grande”. Afrontar las fiestas ya es un acto de valentía, “el mero hecho de estar ahí ya es un pasito más hacia la recuperación”.
Su recomendación es tomar perspectiva —lo que antes llamaba “ojo de halcón” y ahora “modo dron”— y entender que este es un periodo concreto, con un peso cultural, emocional y social. “También forma parte de la salud conectar con esa parte tradicional de nuestra alimentación. No vamos a comer turrón en julio; estamos ajustándonos al momento del año”.
Los comentarios que duelen
Aunque muchas veces se hagan sin mala intención, ciertos comentarios pueden resultar devastadores. Álvarez lo recalca porque, "decir ‘te veo más delgada’ puede reforzar una conducta muy peligrosa. Tanto ese comentario como el contrario deberían desaparecer de nuestras conversaciones”.
Para ella, hay una alternativa sencilla y respetuosa, “me alegro de verte”. Nada más. Nada menos.
Cómo acompañar desde la familia
“El mayor regalo navideño que puede dar una familia es ser una figura de tranquilidad, apoyo y confianza”, afirma. Esto incluye, cuando sea necesario, avisar a otros familiares para evitar ciertos temas en la mesa.
Forzar a comer, insistir en aumentar raciones o retirar alimentos “para evitar atracones” son errores comunes. “La presión no ayuda y vaciar la despensa tampoco soluciona nada”, advierte. Recordar que un TCA es una enfermedad multifactorial, no un problema de fuerza de voluntad, resulta clave.
Mitos que aún persisten sobre los TCA
Para Álvarez, uno de los mitos más peligrosos es pensar que los TCA “se ven”. Nada más lejos:
“Hay anorexias atípicas en personas con sobrepeso, y hay bulimias en cuerpos normativos". No todos los cuerpos cuentan la historia visible.
Otro mito igual de dañino: creer que el trastorno desaparece cuando la persona empieza a comer. “El TCA no es un problema con la comida, es un problema que se refleja en la comida”, recuerda, citando al psicólogo Manuel Antolín. Por eso, la base del tratamiento siempre es psicológica, acompañada de la parte nutricional y, cuando corresponde, psiquiátrica.
Estrategias para afrontar las comidas sin obsesión
La nutricionista propone un ejercicio práctico: hacer una lista de motivos no relacionados con la comida para acudir a un evento. “Vale que me inquieta la oferta alimentaria, pero… ¿qué hay más allá? Quizás reírme con mis amigas, ponerme al día, sentir apoyo”. Ese enfoque ayuda a recordar que la comida es solo una parte del encuentro.
“No voy a estar al 100% tranquila, pero ya me estoy exponiendo… y eso me hace un poquito más libre”, señala.
El daño real del discurso ficticio
La dieta del cucurucho, el cuerpo de enero, los ayunos intermitentes sin seguimiento, "quemar excesos" o "compensar", son algunos de los mensajes cada vez más presentes en redes, gimnasios y medios y son especialmente peligrosos. “El impacto es terrible”, afirma Álvarez, “nos llevan al bucle de culpa y remordimiento, y son mensajes dirigidos sobre todo a mujeres”.
Por eso, explica, su posición es clara, “yo no tengo que compensar absolutamente nada. Después de Navidad, simplemente retomamos la rutina”.
Este discurso, tan arraigado en revistas y publicidad, perpetúa la cultura de la dieta y genera patrones restrictivos que derivan en efecto rebote. “La salud no se basa en comer lechuga. Es bienestar físico, mental y social”, recuerda.
En un ecosistema digital donde “todo el mundo opina sobre nutrición”, Álvarez subraya la importancia de acudir a profesionales formados y con acreditación. Y alerta de que “el caldo de cultivo de las redes está aumentando la incidencia de los TCA”.
Hábitos que sí ayudan
El primer paso es observar nuestro patrón alimentario: variedad, sostenibilidad, flexibilidad y el tiempo mental que nos ocupa la comida. “Si alguien pasa todo el día pensando en la comida, ahí hay que prestar atención”.
Cuando el patrón no está regulado o cuando la relación con la comida es rígida, la recomendación es clara: derivar a un dietista-nutricionista que eduque y acompañe.
¿Cuándo acudir a consulta?
Aunque la mayoría de personas llega buscando perder peso —“Un 90 o 95%, y me estoy quedando corta”, admite— el papel del nutricionista va mucho más allá. Ayudan a manejar patologías, a comprender el propio cuerpo y, sobre todo, a aprender a comer sin obsesión.
Además, recuerda que “bajar de peso” no es una acción en sí misma. “Yo puedo lavarme los dientes, pero no ‘bajarme de peso’. Hay que buscar acciones reales”.
Un mensaje final
Para las personas que conviven con un TCA, Álvarez envía un mensaje de calma, “sigue con tu vida como hasta ahora. La Navidad no es la única oportunidad para comer: comerás todos los días del año”.
Y para las familias, un recordatorio lleno de empatía: “Mucho apoyo, mucha calma y mucha comprensión. Y cuídense también ustedes, porque acompañar en un TCA es duro y desgastante”.
La clave, dice, es no caer en las compensaciones y recordar que, incluso en Navidad, el cuerpo sabe equilibrarse mucho mejor de lo que creemos.
