Los ojos de la pobreza

Ahora que vivimos días de luces en las calles, de cabalgatas y de noches mágicas, uno se pregunta qué sería de esta ciudad, y de muchos niños y padres que habitan en ella, si no existiera Cáritas Diocesana de Canarias

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Cáritas lucha contra la pobreza en la capital grancanaria. / Cáritas
Cáritas lucha contra la pobreza en la capital grancanaria. / Cáritas

La calle es una mirada. Nunca es la misma calle. Tampoco es nunca la misma vida. Ni la nuestra, ni la de quienes nos tropezamos casi todos los días, cualquiera de esos cruces de miradas que se quedan luego para siempre en la ciudad que habitamos o en cualquier otra ciudad de paso. Nuestros ojos también suelen buscar aquello que le hemos enseñado que busquen mientras caminan por esas calles. Si uno quiere ver estrellas, mira hacia el cielo por la noche y las encuentra; pero si no se acuerda de ellas, las estrellas brillan mientras nosotros pasamos de largo. Y si miramos más cerca, a quienes tenemos delante, también somos capaces de pasar de largo por lo que no queremos ver o no nos interesa. Los periodistas siempre estamos buscando noticias en cualquier detalle, y los escritores tratamos de atisbar la novela que podría contarnos cualquiera de esas personas a las que miramos de vez en cuando. La pobreza, la que está a nuestro alrededor, en Nueva York, en Madrid o en Las Palmas de Gran Canaria, también es invisible si no la queremos encontrar o caminamos rápido para que los ojos no se detengan más allá de lo inmediato.

Cuando salgo a las calles de cualquier ciudad del mundo, encuentro a personas que duermen a la intemperie, que se sientan en los bancos sin que nadie se acerque a ellos o que se juntan a matar el frío o a escapar de la soledad con otros náufragos que habitan sin hogar en medio de ese océano que es la ciudad cuando llega la noche y hay alguien que no tiene dónde acomodar su cuerpo, ni dónde encontrar un abrazo o a una persona que pronuncie su nombre y que lo consuele de algún fracaso.

En mis paseos diarios por Las Palmas de Gran Canaria encuentro cada vez más pobreza. Desde que salgo a la calle, veo colas de personas esperando cada mañana para desayunar junto a la puerta de una iglesia o cuando transito por la Avenida de Escaleritas. Esas mismas personas vienen también a mediodía a almorzar. Luego parece como si se las tragara la ciudad, como si no existieran. Y desde hace tiempo, su perfil ha variado hasta parecerse cada vez más a cualquiera de nosotros. Ya no es sólo el alcoholismo, las drogas o las enfermedades psiquiátricas no atendidas lo que lleva a muchas personas a los comedores sociales o a pedir en la calle. Perder un trabajo, no tener a nadie cerca que nos eche una mano y ver pasar los días sin posibilidad de volver a la normalidad laboral, es una historia que se repite cada vez más cuando hablas con ellos. Y en estos dos o tres últimos años, ese perfil es el que uno encuentra en las puertas de la esperanza que abren cada día quienes les atienden. La pandemia o las sucesivas crisis económicas nunca pasan de largo, y siempre van dejando atrás a los que no tuvieron suerte o se vieron enredados en algún malhadado destino o en decisiones personales equivocadas.

He llamado a Cáritas Diocesana de Canarias. Ellos sí saben de esos cambios de perfiles y de la pobreza de Las Palmas de Gran Canaria; pero esa pobreza, para no estigmatizar a Las Palmas, es casi la misma que se vive en otras grandes ciudades occidentales, aunque quizá, con la llegada de la inmigración de los últimos años y las consecuencias de la pandemia en el turismo, sí que se ha vuelto aquí un poco más vulnerable. Creo en el respaldo de un estado social que destine buena parte de sus impuestos a ayudar a los más que lo necesitan, pero uno se pregunta qué sería ahora mismo de la ciudad que habito si no estuviera Cáritas Diocesana, sin la solidaridad y la colaboración de tantos voluntarios, sin todos esos proyectos que no vemos y que hacen que esa pobreza no lleve a la desesperación a quienes transitan por ella. Le pregunto a Gonzalo Marrero, director de Cáritas, qué es la pobreza y me responde que son “cada una de las personas que no pueden satisfacer varias necesidades vitales básicas como alimento, agua potable, vestido, vivienda, sanidad, educación o acceso a la información”.

Son muchos los proyectos que tiene en marcha Cáritas, y casi todos también se mueven en los lindes de la marginalidad. Le pido a Gonzalo, a quien conozco y valoro desde hace años, que me cuente entonces qué es la marginalidad, y me responde que, en este caso, "son las personas o los grupos sociales que se excluyen (exclusión social) de la estructura productiva y de los beneficios del desarrollo".

También hablamos de las segundas oportunidades, de las personas que salen adelante, o de quienes en los días en que ese tránsito por los naufragios urbanos deja a tantas mujeres y a tantos hombres al borde de la nada y de la desesperanza, sin poder encontrar ningún asidero para salvarse. Gonzalo me cuenta que sí existen las segundas oportunidades y que hay muchos casos en los que es posible ese milagro, y me habla, como ejemplo, de una persona de 35 años que salió de la calle y accedió a un Centro de Cáritas, donde recibió atención a sus necesidades vitales básicas, mejoró su formación personal y profesional y actualmente trabaja en una empresa, es económicamente independiente y está socialmente integrada.

Ahora que vivimos días de luces en las calles, de cabalgatas, de niños con esa ilusión impagable de las mañanas y las noches mágicas, uno se pregunta qué sería de esta ciudad, y de muchos niños y padres que habitan en ella, si no existiera Cáritas Diocesana, si no hubiera tantas personas, empresas, fundaciones y voluntades tratando de echar una mano, de ponerse en el lugar del otro y, sobre todo, de no pasar de largo.

Datos facilitados por Cáritas Diocesana de Canarias:

1. Respecto a las personas que viven en estos momentos en la calle en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria, Cáritas no tiene un recuento íntegro. En estos momentos se está realizando el recuento municipal de las personas que viven en la calle o en alojamientos temporales, pero se encuentra aún en proceso de elaboración.
No obstante, si atendemos a todos los tipos de exclusión residencial de las personas en situación de sin hogar, podemos afirmar que Cáritas Diocesana de Canarias atendió en el primer semestre de 2022 a un total de 1.309 personas (844 desde los servicios capitalinos), siendo quienes viven en un espacio público o pernoctan en un albergue forzadas a pasar el resto del día en un espacio público la minoría.

2. Tomando como referencia los datos semestrales del total de hogares atendidos por Cáritas, ha habido un incremento del 1,8% pasando de 6.244 hogares en 2021 a 6.356 en 2022. En los últimos años se evidencia el mantenimiento de un número constante de hogares que entran y salen de las acogidas. Este año, desde algunos arciprestazgos se están encontrando con el retorno de familias o personas solas que habían sido atendidas en otros momentos y solicitan de nuevo la ayuda de Cáritas.

3. El año 2020, con la crisis de la Covid-19, supone un punto de inflexión en el que aquellos hogares que se encontraban en una situación de integración precaria o exclusión moderada, se ven afectados de forma directa y llegan a los recursos de Cáritas demandando ayuda.

La recuperación de estos hogares es progresiva y el impacto de la crisis inflacionaria en los hogares no está permitiendo su despegue. Por este motivo, lejos de observar esa tendencia a la recuperación, ha habido un aumento del 30,7% de hogares atendidos desde antes de la pandemia, con el pico de 7.612 hogares atendidos en el primer semestre de 2020 que alcanzó a 14.623 hogares al final de ese mismo año. Posiblemente el impacto del encarecimiento del coste de la vida se haga más evidente en los datos anuales de 2022.

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