El espacio y el tiempo

Sin planeta, no hay tiempo, ni vida, ni milagros

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Imagen de la Playa de Las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria, espacio y tiempo / ATLÁNTICO HOY
Imagen de la Playa de Las Canteras en Las Palmas de Gran Canaria, espacio y tiempo / ATLÁNTICO HOY

Las mareas están siempre vivas, no duermen, y el océano ya estaba mucho antes de que llegáramos nosotros. Salimos de las aguas y nos creemos el centro del universo, sin saber que el universo siempre nos está mirando desde nuestros adentros, que nosotros no somos más que un conjunto de átomos en medio de ese espacio interminable que no llegamos a concebir con nuestros cerebros. Estos días, la marea se ha adentrado en muchas casas de las costas de Canarias, pero nosotros seguimos creyendo que no sucede nada cuando miramos con altanería y desdén el daño irreparable que le estamos haciendo al planeta. Claro que irá subiendo inevitablemente la orilla y que tendremos, como sucede ahora mismo, unos días de bochorno con riesgos de incendio cuando estamos dando las primeros pasos de la primavera. Todo tiene su consecuencia, pero está la consecuencia personal, en la que cada cual decide hacerse el harakiri a su manera, y luego está la terrenal, el mandato atávico de conservar y cuidar el espacio en el que vivimos, y en el que deberían poder vivir los seres humanos que sigan viniendo. Este último compromiso lo desdeñamos hace tiempo, ignorantes y soberbios, ante el desastre que nos advertían y que ya estamos comprobando, aunque nos engañemos mirando la felicidad edulcorada y rutilante de las pantallas que nos ciegan.

Estos días leía El arte de la novela de Kundera y me encontré con este certero pensamiento: “El hombre y el mundo están ligados como el caracol y su concha: el hombre forma parte del mundo y, a medida que cambia el mundo, la existencia también cambia.” Y tiene toda la razón, como casi siempre,  el autor checo: sin espacio no hay tiempo, y sin tiempo y espacio, por más que queramos seguir el rastro de los dígitos de las Bolsas, los resultados de la champions o el google earth de nuestras propias almas, no hay nada que encontrar porque, poco a poco, ese caracol que nos acompaña se irá quebrando como las cañas de los cañizos de nuestros barrancos cuando llega el calor y se rompen con el viento. También estos días nos damos cuenta en Canarias de que hemos destrozado buena parte de nuestros paisajes y de que no hemos mirado en ningún momento hacia los que vendrán más tarde, aunque ahora vemos que éramos nosotros mismos los que terminaríamos sufriendo las consecuencias de ese maltrato. De repente, como esos niños que descubren que han roto el juguete por no saber cuidarlo, nos damos cuenta del desastre; pero el problema del maltrato al espacio sucede en todo el planeta, y por eso será todo el planeta el que sufra al mismo tiempo los efectos del cambio climático, la subida de las mareas, la carencia de agua y todo lo que nos llevan advirtiendo hace muchos años que acabaría sucediendo. Ni el paso de la Covid, con todo lo que hubiéramos podido aprender de aquel encierro y de aquella cura de humildad, sirvió para cambiar el comportamiento de unos seres que están empeñados en destrozar el espacio en el que deberían haber honrado a su tiempo.  También lo cuenta Milan Kundera: “El planeta avanza en el vacío sin dueño alguno. Ahí está la insoportable levedad del ser.” A lo mejor algún día nos terminamos dando cuenta de nuestra vulnerabilidad pasajera y reaccionamos solidarios aquí y en Cuenca, en Singapur y en Aracataca, aunque siempre nos quedarán Macondos para escondernos y la esperanza en la condición humana como último madero ante el naufragio. Sin planeta, no hay tiempo, ni vida, ni milagros.