El mar es la serenidad si lo miramos largamente, el origen de la vida y lo que siempre buscamos los insulares cuando nos falta algo de resuello vital en la tierra. Pero el mar también es traicionero y peligroso. No puedes darle la espalda en algunas costas, y debes conocer la dirección de las corrientes o la frecuencia de las series de olas para poder disfrutar de los paraísos que ha ido creando en muchas orillas, o para estar seguro en las piscinas naturales que han creado los humanos en algunas zonas en las que el baño era peligroso por la fuerza de las mareas y el arrastre de las corrientes.
En la zona norte de Gran Canaria hay playas y piscinas naturales realmente paradisíacas. Las conozco desde niño y me escapo siempre que puedo a darme un baño en sus aguas frías y transparentes; pero antes de ir miro el estado de la mar, y si está subiendo o bajando la marea. Si la marea está subiendo y el océano está revuelto no me suelo meter en el agua, o lo hago en las zonas en las que sé que no hay arrastre. Lo aprendí de los pescadores de toda la vida (ahora también me encuentro con muchos pescadores alongados irresponsablemete a las rocas del norte). Ellos decían que al mar no hay que tenerle miedo pero sí mucho respeto, el respeto que no le tienen quienes no lo conocen, o los que nos visitan pensando que esos charcos serenos no cambian con la entrada de cuatro o cinco olas que aparecen de repente cuando llega la pleamar, o cuando hay mar de fondo o jalío. Me ha pasado varias veces: avisas a quien ves que va a entrar en el agua en zonas de riesgo y la mayoría te hace caso, pero siempre hay quien te toma por cenizo y no cree tus advertencias.
Imprudencia
Me ha sucedido en Guayedra, en la playa del Risco, en El Juncal, en La Furnia o en Roque Prieto. El pasado domingo me pasó en Roque Prieto, y el chico que se metió en el Charco de las Mujeres, el de la izquierda, cuando era un piélago, vio cómo no podía luchar contra las olas que, en un par de minutos, rompían en la orilla y lo empujaban hacia dentro. Logró salir, pero casi tenemos que meternos para sacarlo del agua. Luego reconoció su imprudencia. Era un hombre fuerte y creía que estaba en la piscina del Metropole. Aprendió la lección, pero se jugó la vida por imprudente. Espero que él ahora avise a otros para que eso no suceda, porque los socorristas solo están en verano, y la gente no lee los carteles que avisan de la peligrosidad de esas costas cuando varían las mareas. Otra señora, una turista peninsular de mediana edad, cayó a las rocas cuando llegaron las mismas olas. Caminaba por el borde del charco y acabó con varias heridas en su cuerpo.
Al llegar a casa un par de horas más tarde, leí que justo al lado, en la costa de San Felipe, habían sacado a tres personas en helicóptero de la Playa del Vagabundo. Desde que llegamos, todos los que sabemos de mar ya vimos que iba ser un día de grandes olas y de golpes de mar que te meten para dentro sin que puedas hacer nada. Escribo esto para intentar transmitir esa prudencia necesaria en las costas que no conozcamos en cualquier parte del planeta, pero también para que no se confíen con ese lago aparente de muchas charcas naturales y pregunten antes de meterse en el agua. Claro que es el paraíso el océano, pero hay muchas familias que quedan destrozadas para siempre por olas traicioneras. Cada vez veo llegar a más gente que se nota que ha visto la foto edénica de esas piscinas oceánicas, pero no confundan nunca la mentira de las pantallas con la realidad de un océano que siempre se mueve y que, a veces, se revuelve inesperadamente cuando creemos que está quieto.
