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Donald Trump, presidente de EE UU, da la palabra a un periodista durante una rueda de prensa. / YURI GRIPAS-EFE-POOL

El gran mequetrefe

Trump es malencarado, abusón, pendenciero y no duda en retar con la peor cara que ponía I cuando quería amedrentar a todo el que tenía delante

Recuerdo el recreo de mi colegio a mediados de los años setenta. Había un alumno, vamos a llamarle I, que era su inicial, que se subía a un pequeño muro y, enseñando bíceps, se ponía a mirar con cara de matón y como si le diera asco todo, como si todos los que estábamos allí nos hubiéramos puesto una colonia que no le gustaba. Yo trataba de no acercarme mucho por las inmediaciones del matón. Era famoso por pegar piñas que parecían obuses y por agarrar del cuello a los que no le reían la gracia. En el otro lado del patio se ponía otro tipo parecido que vamos a llamar A. Los dos se retaban de lejos, y cada uno de ellos tenía sus paniguados y sus pelotas, que eran a veces más peligrosos que ellos. I escupía cuando pasabas a su lado a ver si le decías algo, pero yo iba siempre con cinco o seis amigos inseparables que no teníamos los bíceps de esos matones pero que sí nos protegíamos como mosqueteros inquebrantables.

No sé qué habrá sido de I y de A (a lo mejor son la IA de ahora). No he preguntado nunca por ellos, pero si leen esto igual se reconocen. I miraba siempre como Trump, sobre todo cuando escupía, y la verdad es que ahora que lo visualizo, A era la viva imagen de Putin pero con un pelucón de los setenta. Si I no hubiera sido más o menos de mi edad diría que vive en la Casa Blanca. Uno crece y los chulos y los abusadores se repiten, miran igual y se comportan de la misma forma rastrera y prepotente, solo que te los encuentras con chaqueta y corbata o subidos en poltronas como mismo se subía aquel gañán de mi escuela al muro del patio del colegio. 

En clase de religión nos hablaban de Jesucristo y nos decían que ganaban los buenos, aunque luego, en cualquier rebumbio, aparecía el I o el A de turno a desmentir a aquella monja que nos inculcaba valores y nos enseñaba a amar al prójimo y a no ir por la vida como Caínes despiadados. Ya luego en el instituto nos enseñaron los valores de la filosofía y una educación que fue convirtiéndonos en personas cada vez más civilizadas. Ni a I ni a A los recuerdo ya en el patio de ese instituto. Con los años cada cual siguió su camino aprendiendo de la vida y tratando de prosperar con esfuerzo. Pero viendo estos días los desplantes de Trump en la cumbre de la OTAN, y el sometimiento de los mandatarios de un continente del que estudiamos casi todo lo que tenía que ver con la cultura, te das cuenta del fracaso de nuestra generación y del triunfo de I el del patio. 

Trump es malencarado, abusón, pendenciero y no duda en retar con la peor cara que ponía I cuando quería amedrentar a todo el que tenía delante. Todo el mundo tiene que pagarle la seguridad si no quieren que el otro, que por otro lado fue el que le ayudó a llegar al poder, les invada y les tire misiles a distancia, que ya sabemos que los misiles de ahora los disparan desde Cádiz, o desde más lejos, y te quitan de en medio cuando estás entrando a darte un remojón en la playa de Las Canteras. Yo no sé lo que hubiera hecho I si hubiera tenido misiles, pero Trump los tiene, y Putin, y Netanyahu, y el iraní, y el de Corea del Norte, y el de China, mires donde mires estamos rodeados, y ahí está Marruecos rearmándose, y supongo que aplaudiendo con las orejas viendo que Trump y sus aliados apartan a España de la foto como mismo humillaba I, aquel matón subido en la peana de un muro de mi colegio, a los que señalaba con el dedo con el que luego se tocaba los bíceps o se agarraba el paquete. Ese es el mundo que tenemos, un fracaso, una repetición, como el pasado continuo inglés que terminaba en ing y que aprendíamos entonces, la misma terminación que ese mobbing con el que se arruina la vida de los más débiles, de los que no tienen los bíceps del bellaco del colegio o el poder militar del gran mequetrefe.