Maimuna

Pienso en todas las niñas como ella que se han ahogado en el océano mientras nosotros escuchamos esas noticias con la frialdad de los autómatas.

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Imagen de archivo de dos voluntarios de Cruz Roja / EFE
Imagen de archivo de dos voluntarios de Cruz Roja / EFE

Maimuna juega con la raqueta. Tiene unos diez años. Es la primera vez que ve ese objeto con red y con mango con el que golpea a una pelota que vuela alto. Juega con otra niña de su edad en una plaza de Las Palmas de Gran Canaria. Está con sus padres. No sé su historia, pero uno intuye que ha atravesado el océano en un cayuco hace pocos días, que conoció la oscuridad de la noche, la fuerza de las olas, el frío y el miedo; pero todo eso lo borra ahora su sonrisa y los saltos de alegría que va dando por tener una amiga y descubrir la raqueta.

No para de sonreír y de saltar alegremente por la sensación de saberse a salvo y de descubrir un nuevo juego. Viene de Costa de Marfil. Habla francés y creo que la palabra raqueta, cuando le dijeron cómo se pronunciaba, es de las primeras palabras que ha aprendido en el idioma en el que escucha a las otras niñas que pasan a su lado. Maimuna golpea la pelota y a veces llega a la altura de los árboles. También aprende la palabra árbol y lo mira como habrá mirado animales, árboles y horizontes recorriendo África hasta llegar a las costas senegalesas. No pregunto a nadie por su vida, sus padres sonríen felices al verla a ella jugando, de alguna manera ya saben que valió la pena la aventura de salir a buscar una vida mejor para Maimuna. No tienen nada, pero la sonrisa no se borra de sus caras. 

La niña con la que juega le regala luego las raquetas y una señora se acerca con unas playeras nuevas para que Maimuna no juegue descalza. Todo eso sucede sin políticos y sin mediadores burocráticos, una niña juega feliz con otra niña y, sobre la marcha, se renuevan todas la esperanzas, la vida misma desde que el ser humano busca nuevas orillas en las que escribir sus sueños. Todo eso sucedió en una plaza de Vegueta. En medio de todo ese gran acontecimiento que no llega a los medios, estaban las noticias funestas de guerras, de amenazas de crisis económicas, de injusticias y de corruptelas, pero esa niña de Costa de Marfil te reconcilia con la vida en un momento. La palabra inmigración es fea y no tiene alma, ni caras como las de Maimuna y sus padres. Pienso en todas las niñas como ella que se han ahogado en el océano mientras nosotros escuchamos esas noticias con la frialdad de los autómatas que quieren que seamos los que desean moldearnos robóticos y sin alma. Algún día Maimuna contará ese viaje entre las olas y el miedo, pero también recordará la generosidad y el juego de sus primeros días en Gran Canaria. Nunca olvidará las raquetas que le regalaron, serán su Rosebud y su magdalena proustiana. Yo tampoco olvidaré nunca su sonrisa cuando escuche las cifras de inmigrantes o el modelo de noticia mil veces repetida, casi con idénticos titulares, cada vez que hablan de ella como si no fuera cualquiera de nosotros o de nuestras hijas en sus mismas circunstancias.