Imagen de un altavoz / CANVA
Imagen de un altavoz / CANVA

El mensajero de la muerte: la curiosa forma de anunciar un fallecimiento en los pueblos de Canarias

No se trata solo de anunciar un fallecimiento, sino de invitar a los vecinos a acompañar en el duelo a la familia y esta tradición actúa como un lazo social

Irene Cartaya

En algunas zonas de Canarias, la vida cotidiana se ve interrumpida de repente por una voz solemne que irrumpe desde un altavoz instalado en una furgoneta. No es un pregón comercial ni el anuncio de una verbena. Se trata de un mensaje breve y directo: la notificación pública de un fallecimiento.

En los pueblos más tradicionales de Tenerife y de otras islas, todavía se mantiene esta práctica que sorprende a los visitantes pero que resulta completamente natural para los vecinos. Una empresa de megafonía recorre las calles y comunica en voz alta el nombre de la persona fallecida, la edad a la que murió y la convocatoria al entierro, siempre con el consentimiento previo de la familia. Lo que a ojos ajenos puede parecer insólito, en Canarias forma parte de una costumbre de décadas que mezcla lo práctico con lo simbólico: informar a la comunidad y, al mismo tiempo, rendir tributo al difunto.

Una tradición con décadas

El texto que se escucha a través de los altavoces suele seguir una fórmula casi invariable“Ha fallecido en (nombre del pueblo y calle) el señor (nombre) a la edad de (edad). Su esposa (nombre), hijos, hijos políticos, nietos y demás familiares ruegan una oración por su alma y la asistencia al entierro que tendrá lugar el (fecha)”.

Este mensaje funerario es conciso y ceremonial. No se trata solo de anunciar una muerte, sino de invitar a los vecinos a acompañar en el duelo a la familia. En las comunidades pequeñas, donde todos se conocen, esta megafonía actúa como un lazo social que refuerza la unión en los momentos más difíciles.

El heraldo de la muerte

Dependiendo de cómo se mire, este oficio tiene múltiples lecturas. En el plano práctico, no es más que el servicio de una empresa de megafonía que, como otras, recorre las calles con un mensaje pregrabado. En un plano literario y cultural, se convierte en una figura casi poética: el mensajero de la muerte, un heraldo moderno que anuncia la partida de un vecino.

La comparación resulta inevitable. Igual que en muchos barrios se reconocía la flauta del afilador o la cantinela del camión del tapicero, en algunos pueblos canarios se asocia el sonido del altavoz a la pérdida de alguien cercano. Es una melodía distinta, cargada de solemnidad, que transmite un mensaje último.

Una costumbre local

Aunque pueda pensarse que se trata de una práctica extendida en toda España, lo cierto es que la megafonía funeraria es algo muy característico de Canarias. Incluso dentro del Archipiélago, no todas las islas la mantienen, y es en Tenerife donde tiene una mayor tradición.

En las ciudades más grandes, donde el anonimato y las redes sociales han reemplazado muchos hábitos comunitarios, esta forma de comunicar los fallecimientos ha ido desapareciendo. Sin embargo, en los municipios pequeños aún se conserva como un gesto de respeto colectivo hacia la persona fallecida y su familia.

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Entre la modernidad y la memoria

Hoy en día, cuando las esquelas digitales, los grupos de WhatsApp o las publicaciones en redes sociales parecen dominar la comunicación inmediata, escuchar el altavoz que anuncia una muerte resulta casi anacrónico. Pero es precisamente esa carga de memoria y arraigo lo que otorga valor a la costumbre.

El mensaje público recuerda que, en algún momento, la comunidad era un espacio donde todos se conocían y compartían alegrías y tristezas. De hecho, muchos mayores consideran que la megafonía sigue siendo la forma más humana y cercana de enterarse de un fallecimiento.

Un fenómeno cultural

Aunque no figure en los manuales de tradiciones populares, la costumbre de anunciar muertes por altavoz se ha convertido en una seña cultural para quienes la han vivido desde niños. Representa una forma de concebir la muerte no como un hecho privado, sino como un triste acontecimiento que involucra a todos.

Más allá de su utilidad, la megafonía funeraria en Canarias se ha transformado en un fenómeno cargado de significados simbólicos. Para algunos, es un recordatorio de que la vida es finita y la muerte inevitable; para otros, una muestra de respeto comunitario. Y para los forasteros, una tradición insólita que resume, en pocos segundos, la particular manera en la que los pueblos isleños mantienen viva su memoria colectiva.

Una costumbre que resiste

El futuro de esta práctica es incierto. Las nuevas generaciones, más vinculadas a la inmediatez de la comunicación digital, pueden percibirla como algo antiguo o innecesario. Sin embargo, en muchos pueblos sigue siendo parte de la identidad local y una manera de reforzar la idea de que nadie muere del todo mientras su nombre resuena por las calles.

En definitiva, estos mensajeros de la muerte continúan recorriendo las carreteras de algunos municipios de Canarias, transformando un altavoz en un vínculo humano. Una costumbre que, aunque pueda parecer extraña a ojos de los visitantes, mantiene vivo el espíritu comunitario de las islas y recuerda que, incluso en la despedida final, seguimos siendo parte de un mismo pueblo.