A veces, las apariencias engañan. Lo que a simple vista muchos podrían confundir con una sobrasada es, en realidad, un emblema gastronómico de Canarias —concretamente, de Lanzarote—. Un producto de untar que huele a historia, a herencia familiar y a las raíces más profundas de la cocina tradicional canaria. Un embutido que, aunque discreto en forma, guarda un relato de décadas y generaciones.
Hay quien lo prueba por primera vez y no puede olvidarlo. Porque detrás de su sabor suave y su textura cremosa, se esconde el alma de una isla.
Un chorizo con apellido
Su nombre lo dice todo: Chorizo Chacón. El único chorizo de Canarias que lleva el nombre de una familia y que ha sobrevivido al paso del tiempo con su receta original intacta. La historia comienza en 1920, cuando Cándido Armas Chacón abre una pequeña carnicería en la calle Fajardo de Arrecife, una ciudad que por entonces apenas contaba con 5.000 habitantes.
En aquel entorno, donde la exportación de cebolla era una de las pocas salidas económicas, nació un embutido que con los años se convertiría en símbolo de identidad.
De la carnicería a la industria
Los inicios fueron artesanales, pero el esfuerzo familiar y la pasión por el oficio permitieron que el grupo Chacón creciera hasta convertirse en un referente del sector cárnico en las islas orientales. Desde su moderna fábrica en Valterra, abastecen a más de 400 hoteles y restaurantes en Lanzarote y Fuerteventura. Importan productos de Europa, Sudamérica y Asia, y a la vez mantienen una fuerte conexión con el producto local, apoyándose en proveedores de Fuerteventura, Tenerife y Gran Canaria.
El chorizo de Chacón se sigue elaborando con una fórmula casi inalterable: carne, pimentón, sal y “dos o tres cosas más”, cuyos detalles permanecen en secreto —¿puede ser que en el secreto esté la clave?—. Fue Manuela Doreste, abuela del actual responsable, quien transmitió el saber hacer a sus hijos y nietos. Con el tiempo, se industrializó el proceso, pero sin perder la esencia.
