Lanzarote ofrece muchas cosas más allá del sol y la playa. Sus paisajes volcánicos, la cultura y sus tradiciones forman parte de la isla y los conjeros las defienden a capa y espada. Uno de los lugares que mejor representa este espíritu es un pueblo histórico donde el paisaje parece haberse quedado atrapado en el tiempo, revelando la historia y raíces de la isla.
Aquí, la arquitectura tradicional se mezcla con el paisaje para crear un entorno único y especial. Casas blancas, puertas y balcones de madera, calles empedradas; su esencia lo convierte en un escenario que recuerda a un pasado lejano y espectacular. Se trata del municipio más grande de Lanzarote y se extiende de costa a costa con varios núcleos poblacionales, siendo la villa principal el corazón de este viaje.
Viaje al pasado
Se trata de Teguise y su historia se remonta a los tiempos de los aborígenes y se convirtió en la tercera población europea establecida en Canarias. Gracias a su posición estratégica, protegida de los vientos alisios, la villa creció hasta convertirse en la capital de Lanzarote hasta 1852, cuando la administración se trasladó a Arrecife.
Durante siglos, su crecimiento económico la convirtió en el blanco perfecto para los ataques piratas. Esto sirvió para comenzar con la construcción del Castillo de Santa Bárbara con el objetivo de defenderse de estos ataques. A pesar de su importancia, la pérdida de su estatus capitalino en el siglo XIX la sumió en una crisis económica.
Un rincón atemporal
Sin embargo, esta decadencia jugó a su favor: lejos de ser transformada por la modernidad, la villa conservó intacto su patrimonio histórico. Gracias a esto, hoy en día es un pueblo encantador, testimonio del pasado y la historia vividos.
Sus calles, iglesias y casas reflejan una época en la que fue el epicentro de la isla. Su belleza intacta y su atmósfera única la convierten en una de las joyas mejor conservadas de Canarias.