En los pueblos del interior de Canarias, donde el mar queda a kilómetros y las guaguas tardan una eternidad en llegar a la costa, el verano se mide en grados y en litros de agua. Para muchos, la solución está a unas calles de casa: una piscina municipal, modesta pero suficiente, donde refrescarse y conversar a la sombra.
Son lugares que cumplen una función mucho más amplia que la de ofrecer un chapuzón. Incluyen a quienes no pueden desplazarse, a los mayores que ya no bajan a la playa, a las familias que no pueden pagar la entrada a un parque acuático, a los niños que aprenden a nadar en su propio barrio. Espacios comunitarios, con precios simbólicos o incluso gratuitos, que refuerzan el tejido social de cada municipio.
El precedente de Agaete
En agosto del año pasado, la rutina tranquila de la piscina municipal del Valle de Agaete se rompió de golpe. Trece años llevaba abierta sin grandes sobresaltos, hasta que un vídeo en TikTok, grabado por una influencer bajo el pinar de Tamadaba, hizo que cientos de personas pusieran rumbo a este rincón.
Con un aforo de apenas 80 personas, las colas comenzaron antes de las once, cuando se abrían las puertas. Los vecinos que no podían madrugar o que dependían de otra persona para desplazarse se quedaban fuera. Para quienes tienen movilidad reducida y no pueden ir a la playa de callaos de Las Nieves, aquello supuso algo más que una molestia: fue perder su único lugar seguro para sobrellevar el calor.
Viralidad que desborda
La llegada masiva de visitantes trajo nuevos hábitos. Neveras, sillas y sombrillas ocuparon el césped; se instalaban como en una playa improvisada. La Policía Local tuvo que acudir tras encontrar botellas de cerveza, prohibidas en las normas de uso.
Tras aquel episodio, el Ayuntamiento reforzó la presencia policial y estableció un control estricto del aforo, medidas que todavía se aplican durante la temporada estival. El acceso gratuito y la apertura diaria, de lunes a lunes, mantienen la piscina como un atractivo constante, aunque ahora con mayor vigilancia para evitar que se repitan las escenas de saturación.
El efecto “lugares secretos”
La historia de Agaete no es única. En redes sociales, es habitual que influencers y creadores de contenido compartan la ubicación de piscinas naturales o enclaves “escondidos”. Lo hacen para mostrar paisajes idílicos, pero el eco digital actúa como un altavoz que a veces atrae más de lo que el lugar puede soportar.
En piscinas naturales, charcas de barranco o instalaciones municipales con recursos limitados, la afluencia repentina puede dañar el entorno y alterar por completo la experiencia. Lo que antes era un espacio sereno y controlado se convierte, de un día para otro, en un punto caliente de Google Maps.
Un riesgo que crece
En municipios del interior de todas las islas, las piscinas municipales empiezan a aparecer en vídeos de TikTok e Instagram con la misma estética que las calas mediterráneas. La promoción puede beneficiar a los comercios cercanos, sí, pero también rompe el equilibrio entre atraer visitantes y garantizar que los vecinos conserven su espacio.
Algunos ayuntamientos ya han optado por blindar, en parte, el acceso de sus residentes. Santa Lucía de Tirajana aplica precios reducidos para empadronados —3 euros para adultos y 2 para menores— y tarifas más altas para visitantes. En Artenara, la medida es aún más clara: entrada gratuita para residentes y 3 euros para no empadronados. Y en Tejeda, el Ayuntamiento deja claro en su web que el uso de la piscina es prioritario para los residentes, con plazas reservadas para ellos dentro de su aforo de 200 personas. Tres fórmulas distintas con un mismo objetivo: que la viralidad no deje sin sitio a quienes mantienen viva la piscina el resto del año.
El debate abierto
Cada mañana de verano, los vecinos que dependen de estas piscinas llegan con la toalla al hombro, buscando un hueco. Para ellos no es solo ocio: es salud, es socializar, es sentirse parte de algo.
El reto es hallar un punto de equilibrio: que las redes puedan mostrar la belleza de estos rincones sin que eso signifique expulsar, por saturación, a quienes los sostienen durante todo el año. En el fondo, es la misma pregunta que se hacen muchas comunidades costeras: ¿cómo proteger lo que se ama sin ocultarlo?