La vulnerabilidad

La vida es un grandioso momento en el que no podemos perder el tiempo, una lucha contra uno mismo para conocernos

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Una persona con depresión./  Nik Shuliahin/ Unsplash
Una persona con depresión./ Nik Shuliahin/ Unsplash

No es fácil reconocer la vulnerabilidad. Vivimos un mundo público de oropeles, éxitos y ditirambos, un espacio virtual en donde parece que nadie sufre y que nadie se quiebra de vez en cuando. Lo que vende es lo rutilante, lo  que nos convierte en inmortales, en invulnerables, deportistas, modelos, cantantes y gente de la tele o de la farándula siempre espléndidos, como preparados para venderte la próxima nevera o el próximo acontecimiento. 

Estos días ha vuelto a jugar en Australia la tenista Paula Badosa. Hace un tiempo pasó de ser la número dos del mundo a ser la número cien, de la noche a la mañana dejó de ser la estrella que todos esperaban, no pudo con la ansiedad de ser la mejor todo el rato, porque nadie puede ser la mejor a todas horas y en todos lados. Sucede muchas veces, pero casi todos callan. Badosa no calló y contó los detalles de la depresión que estaba sufriendo, el miedo, la tristeza, y ese temor al fracaso que nos aleja del sentido de la existencia y la esperanza. Ha salido adelante. Confesó que le afectaban mucho los comentarios dañinos en las redes sociales y que tuvo que salir de ellas para estar a salvo. Muchos hemos estado alguna vez en ese lado oscuro del que no siempre se sale. Hay muchas causas para caer, pero también muchos caminos para regresar más fuertes, más armoniosos y más equilibrados. También para que no nos engañen más veces con esa mendaz rutilancia que contaba al principio. No se cuentan nuestros fracasos, los meses o los años en los que no sale nada o en lo que perdemos casi todo lo que creíamos que era perdurable. Las fotos sólo sacan ganadores, sin decir casi nunca que para ganar, para aprender y para salir mejores es necesario ese camino silencioso y sacrificado que nos lleva a subir pequeños peldaños con humildad y con paciencia.

Recuerdo la historia de Andrés Iniesta antes de marcar el gol que le dio a España el Mundial de Suráfrica. Poco antes del campeonato atravesaba una depresión que le hacía caer lesionado cada dos por tres, porque también nos olvidamos que lo psíquico y lo físico van de la mano y que vamos somatizando todos los miedos y los fracasos que a veces ni siquiera racionalizamos. Andrés Iniesta también contó su depresión y su caída, y lo hizo antes de tocar el cielo, así que su cielo fue siempre humano, y por eso quizá fue elegido por el destino para protagonizar el momento más grandioso de la historia del fútbol español. Y cuando tocó ese cielo con la manos en la prórroga contra Holanda, lo que hizo fue enseñar el nombre del amigo que no había podido llegar a ese partido porque se cruzó la parca, la misma  parca que escondemos todo el tiempo, en asépticos tanatorios y en las portadas de quienes queremos hacer inmortales todo el rato, la muerte que no queremos asumir para comprender la fragilidad de nuestra propia existencia. Y no se muere sólo en el cuerpo. El pensamiento es realmente quien determina lo que sentimos y lo que vemos. Si regresas de ese lado oscuro del sufrimiento, creo que por fin entiendes que la vida es un grandioso momento en el que no podemos perder el tiempo, una lucha contra uno mismo para conocernos.  
 

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