Entre pinares infinitos y laderas de origen volcánico se esconde uno de los secretos mejor guardados de Tenerife. En Vilaflor de Chasna, a más de 1.500 metros sobre el nivel del mar, la vid ha encontrado un hogar insólito que convierte al municipio en referente agrícola y rural de la isla. Allí se cultiva el viñedo más alto de Europa —Altos de Trevejos a unos 1.300 metros sobre el nivel del mar—, un paisaje de cepas que crecen entre el frescor de la altitud y la fuerza mineral de la tierra negra.
Con una superficie de 56,26 km², este municipio del sur de Tenerife no solo destaca por su producción vitivinícola, sino también por su identidad rural, sus casitas encaladas y su cercanía al Parque Nacional del Teide, lo que lo convierte en un destino único para quienes buscan autenticidad y naturaleza.
Un enclave con carácter propio
Vilaflor limita con municipios como La Orotava, Arona, Adeje, San Miguel y Granadilla de Abona, formando un corredor natural en las medianías de la isla. Su altitud y la pureza de sus aguas han favorecido desde antiguo cultivos como la papa, la vid y el almendro, que hoy resurgen con fuerza, consolidando el protagonismo del sector primario en la economía local.
Pasear por sus calles empedradas, entre casas blancas y rincones silenciosos, es adentrarse en un paisaje donde la tradición agrícola convive con un patrimonio histórico y cultural que aún conserva huellas inesperadas.
Patrimonio canario
Entre los tesoros patrimoniales de Vilaflor sobresale la llamada Casa Inglesa, un inmueble del siglo XIX vinculado a la británica Mary Edwards y al reverendo Thomas Gifford Nash. Situada junto a la iglesia de San Pedro Apóstol, mantiene la tipología arquitectónica original y se ha transformado en sede parroquial.
Esta construcción se ha convertido en un símbolo del municipio, testimonio del vínculo histórico de Canarias con visitantes europeos que encontraron en la isla un lugar donde residir, invertir o dejar huella cultural.

La vid como motor económico
Pero si hay un cultivo que define a Vilaflor es la vid. Sus viñedos, situados entre los 1.100 y los 1.600 metros de altitud, se alzan como los más altos de Europa. La combinación de suelos volcánicos, clima fresco y notables contrastes térmicos da lugar a vinos con identidad propia, de aromas intensos y carácter mineral.
En las últimas décadas, este cultivo ha experimentado una clara expansión, convirtiéndose en uno de los motores económicos de las medianías del sur. Las bodegas de la zona no solo abastecen al mercado local, sino que han logrado abrirse paso en certámenes y competiciones, consolidando a Vilaflor como nombre de referencia en la viticultura canaria.
Un vino con paisaje
Cada copa de vino de Vilaflor es un reflejo de su entorno: el frescor de los pinares, la fuerza de la lava solidificada, la pureza de las aguas de medianías. Esa singularidad hace que sus vinos tengan una marcada personalidad, reconocida tanto por expertos como por aficionados que buscan sabores auténticos.
La altitud no es un detalle anecdótico, sino el factor diferencial que convierte a estos viñedos en un paisaje agrícola único en Europa, donde cada vendimia es un desafío marcado por las condiciones extremas del terreno.
Turismo rural en auge
La viticultura ha impulsado también la proyección turística del municipio. Vilaflor de Chasna se presenta hoy como un destino que combina experiencias enoturísticas, senderismo entre pinares y visitas a enclaves históricos. La cercanía con el Teide y la posibilidad de degustar vinos nacidos en el viñedo más alto del continente lo consolidan como parada imprescindible para quienes buscan otro Tenerife: el de la tradición y el paisaje rural.
El municipio, que durante siglos basó su vida en la agricultura y el agua de manantial, ha sabido adaptarse a los nuevos tiempos sin renunciar a su esencia. Hoy ofrece al visitante un viaje donde la cultura vitivinícola, la historia y la naturaleza se entrelazan en un relato que solo aquí puede contarse.