La hora de Cristo

Fue con 22 años cuando el CD Tenerife le abrió las puertas de su filial, edad demasiado tardía para un equipo de promesas

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Cristo Marrero CD Tenerife
Cristo Marrero CD Tenerife
A Cristo Marrero Henríquez (Las Zocas, 1978) el fútbol profesional le brindó tarde -pero a tiempo- la oportunidad que se ganó a base de goles en el equipo de su pueblo. Fue con 22 años cuando el CD Tenerife le abrió las puertas de su filial, edad demasiado tardía para un equipo de promesas. Pero Cristo la aprovechó con trabajo, tenacidad y coraje. Sus condiciones y su puntería eran indiscutibles; y donde tal vez faltase la elegancia de otros arietes, él suplía cualquier carencia a base de corazón.

"¡Cristo, no me mandes más hijos!", fue lo que exclamó su madre al nacer él, de ahí su nombre. Era el menor de varios hermanos, la mayoría futbolistas de Las Zocas. Entre ellos el recordado Juanito, que da nombre al campo de los rojos en el municipio de San Miguel. A los 24 cayó desvanecido tras un partido en La Palma y al día siguiente se produjo su último adiós. Su mejor legado: que aún se le recuerda.

El fútbol -siempre el fútbol- brindó a Marrero tantas gratitudes como sinsabores. Entre las primeras, la ocasión del estreno que le ofreció David Amaral, a quien aún considera un referente y la persona a la que más le debe en el deporte de la pelota y la portería; entre las decepciones, la amargura por no haber podido disfrutar de un año en Primera, que se ganó a pulso y el Tenerife le negó. Eso sí, se llevó de Montilivi el balón del partido inolvidable contra el Girona como Pier metió en su mochila el de Butarque. Luego, lo donó a una peña para que pudiese disfrutar de la reliquia todo el tinerfeñismo. Siempre generoso, lo demostró hasta en la donación de su recuerdo más preciado.

De Cristo también sabemos que fue enterrador en su pueblo porque así nos lo contó Petón la noche que 'El larguero' se emitió desde Santa Cruz para celebrar aquel ascenso, conseguido bajo dirección de Oltra, con un fútbol de salón, la afición entregada y los goles de Nino y Alfaro. Eran otros triempos. Tras subir, Marrero aplazó su retirada y se fue al Universidad. Pero sus caminos y los del Tenerife estaban condenados a reencontrarse. El representativo le dio galones para iniciarse como entrenador. Primero a las órdenes de Quico de Diego, su primer maestro; y luego con mando en plaza en el juvenil A. Su trabajo ha sido impecable. Tras un primer año exitoso, hizo el más difícil todavía y construyó un equipo casi nuevo para hacer historia. A lo grande. Así quebró una larguísima sequía e interrumpió la hegemonía de Las Palmas. Su Tenerife salió campeón.

"Llegar a jugar en el equipo de mi tierra sí era un sueño y hasta una obsesión. ¿Entrenarlo? No, eso no, llegaré hasta donde pueda", respondía hace unas semanas en Radio Club cuando se le preguntaba por una posibilidad que ahora está más cerca. Esta semana, al símbolo, icono y leyenda Cristo Marrero, el club le ha otorgado la responsabilidad de ser el 'cicerone' de Luis César en esta nueva etapa para el banquillo blanquiazul.

​El gran capitán, querido como pocos exfutbolistas más en toda la historia contemporánea del Tenerife, asume el reto y pone corazón a una tarea en la que le va la vida. No se perdonaría que desapareciese como agua entre las manos su 'Tenerifito' del fútbol profesional. Ya se ha puesto manos a la obra.

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