Esas modernas botas de vivos colores que calzan hoy en día los futbolistas están diseñadas con materiales de laboratorio, casi irrompibles. Pero quienes jugaron en campos de tierra antes de que el césped artificial conquistara los rectángulos, quienes dieron sus primeros pasos futbolísticos en esa época en la que la oferta de calzado era mucho más reducida, aprendieron una valiosa lección de vida a través de la resistencia de los cordones de sus botas.
Para sostener el tobillo y evitar que se salgan de un pisotón, hay que atar las botas con fuerza. Los cordones sufren en cada arrancada, en cada quiebro, en cada frenada, y eventualmente acaban por deshilacharse y partirse. Más vale guardar en el vestuario unos de repuesto porque, si se rompen a mitad de partido, los remiendos no sirven. Puedes intentar pegarlos, coserlos, o anudar los dos extremos pero la intensidad del fútbol acaba por separar lo que ya se había roto.
En estas situaciones, la única solución es reemplazar los cordones, renovar las botas, cambiar de equipamiento. De lo contrario cada pase errado, cada penalti fallado y cada disparo por encima del larguero serán atribuidos a esos cordones rotos, esas botas maltrechas que no nos permiten brillar sobre el terreno de juego. Los vínculos de confianza son difíciles de construir y una vez que se rompen son tan irreparables como los cordones de unas botas de fútbol.
Crónica de un desencuentro
A este mismo punto parece haber llegado la relación entre la afición y el máximo accionista del CD Tenerife, José Miguel Garrido. Partida, rota, irreparable. Desde la temporada pasada, con el empecinamiento en mantener a Asier Garitano en el cargo, la parroquia ya andaba cabreada y los cánticos contra Garrido y su directiva se escuchaban en el templo blanquiazul, con mayor o menor intensidad, en cada partido de la segunda vuelta del campeonato en el Heliodoro.
Hace unas semanas, ante el Almería, las reivindicaciones volvieron a ciertas zonas de la grada. Ya en el último partido en casa, contra el Racing, la indignación se convirtió en un clamor generalizado en la mayor parte del estadio, al que ese día acudieron más de 15.000 espectadores. Para el próximo domingo 22 de septiembre, la protesta convocada en alrededores del estadio escribirá una página más en la crónica de este desencuentro entre la masa social y la propiedad del club.
Un breve soplo de aire fresco
Lejos quedaron aquéllos primeros meses en que la irrupción de José Miguel Garrido como máximo accionista insufló un soplo de aire fresco a la institución que Miguel Concepción llevaba presidiendo 17 años. Con Paulino Rivero al frente del club y Mauro Pérez al cargo de la parcela deportiva, el nuevo propietario apostó por profesionales con arraigo.
A pesar de los éxitos en la gestión institucional del Tenerife en ámbitos como la apuesta por la cantera, los acuerdos de colaboración con clubes de la isla o el acercamiento a nuevos patrocinadores, pronto quedó claro que las decisiones de calado se tomaban fuera de la isla, concretamente en Londres, donde reside Garrido. Así ocurrió en verano cuando, después de meses de rumores sobre técnicos de larga trayectoria en la categoría, el club anunció la contratación de Óscar Cano.
Este movimiento inesperado de la comisión deportiva, que en la práctica somete al director deportivo a la tutela del consejero Juan Guerrero y del máximo accionista, evidenció una vez más -como ya demostraron aquéllas reuniones con Asier Garitano y Mauro Pérez en el Hotel Mencey- la injerencia de Garrido en las decisiones futbolísticas. De hecho, Cano ya había sido la apuesta del empresario para el banquillo del Castellón en 2018, cuando Garrido era accionista mayoritario del club orellut.
Garrido, sin apoyos
A las imposiciones en materia deportiva se unieron las confrontaciones con el entorno, desde periodistas hasta instituciones como el Cabildo de Tenerife, además de las polémicas de Juan Guerrero en sus perfiles de redes y otros escándalos de dudosa autoría, enmascarados en el anonimato de estas plataformas. Finalmente, cada movimiento del club parecía corroborar las sospechas del tinerfeñismo en cuanto a la existencia de dos estructuras paralelas: una que representa a la entidad y otra, más alejada del foco, que toma las decisiones.
Este clima de ruptura entre la sociedad tinerfeña y los propietarios de su representativo futbolístico promete alcanzar su punto álgido con la manifestación del próximo día 22 en el Heliodoro. Incluso el director deportivo Mauro Pérez admitió que, en caso de no tener un cargo en el club, asistiría como aficionado a la manifestación, aunque finalmente se retractó este jueves de sus declaraciones con una rueda de prensa a marchas forzadas.
En esta línea crítica se pronunció el mismo presidente Paulino Rivero cuando alertó la semana pasada de las discrepancias que genera el modelo implantado a raíz de la llegada de Garrido al Tenerife, si bien aseguró que "el problema" en la entidad blanquiazul "no tiene que ver con quiénes son los propietarios" sino con ese modelo de gestión por el que optaron los accionistas sindicados -Garrido, Miguel Concepción, Amid Achi y Conrado González-, con un alto nivel de intervencionismo en el día a día de los administradores y empleados de la casa.
A todo esto, esta semana José Miguel Garrido señaló que no ha recibido ninguna oferta por sus acciones y que, en caso de que llegara, la estudiaría. Mientras tanto, peñas y aficionados siguen organizando la protesta al tiempo que una pregunta sobrevuela al tinerfeñismo: ¿se puede jugar al fútbol con los cordones rotos?