“Mi abuelo tocando la guitarra en el cuarto del oratorio de El Grifo”. Así comienza la historia de Juan José Otamendi cuando se le pide que evoque un recuerdo. No habla de vinos, ni de cargos, ni de premios: habla de música, de familia y de una bodega que ha sido siempre más que una empresa. Esa imagen —un abuelo con una guitarra en un oratorio, el eco de las notas flotando entre los muros antiguos— parece contener toda la filosofía de vida de un hombre que ha sabido convertir la memoria en brújula y el vino en lenguaje de identidad.
Porque la historia de El Grifo, en San Bartolomé (Lanzarote), es también la de su familia. Fundada en 1775, es la bodega más antigua de Canarias y una de las más longevas de España. En 2025 cumple 250 años, y lo hace de la mano de Juan José y Fermín Otamendi Rodríguez-Bethencourt, herederos de una saga que ha sabido mantener viva la llama de la tradición en medio de un paisaje volcánico, y a la vez abrir la bodega al siglo XXI con innovación y sensibilidad.
De la lava al lagar
Lanzarote fue la última isla canaria en producir vino. Entre 1730 y 1736, una gran erupción cubrió la isla de lava y ceniza, aumentando su tamaño y transformando por completo su suelo. Lo que parecía el fin se convirtió en principio: la arena volcánica, capaz de retener la humedad y reducir la evaporación, hizo posible que las viñas sobrevivieran en aquel entorno extremo.
El pionero fue Antonio de Torres y Ribera, beneficiado de la única parroquia que existía entonces en Lanzarote, quien comenzó a comprar tierras y a plantar vides. A él se debe el antiguo lagar que todavía conserva El Grifo. Tras varias generaciones y disputas jurídicas, la finca y la bodega pasaron en 1880 a manos de la familia Rodríguez-Bethencourt, antecesora directa de los actuales propietarios.
Ese fue el punto de partida de una historia que, casi siglo y medio después, sigue latiendo entre las coladas de lava y los zocos de La Geria.
Un amor en cubierta
El destino de la bodega también se escribió en el mar. Los padres de Juan José y Fermín Otamendi se conocieron en un barco de Trasmediterránea rumbo a Lanzarote. Él era de Pamplona; ella, descendiente de los Rodríguez-Bethencourt.

“Debieron pasar la noche en la cubierta”, recuerda con discreción Juan José, con una sonrisa que ilumina la anécdota. Tras la Guerra Civil decidieron casarse y establecerse en Navarra, aunque cada verano regresaban a Lanzarote para visitar a la familia y atender el negocio. Durante décadas, la gestionaron desde la distancia, cuidando la bodega como un bien familiar que debía sobrevivir a los vaivenes del tiempo y a la fiebre del ladrillo que, años después, transformaría la isla.
Aquel vínculo estival fue el hilo que conectó a sus hijos con la tierra de su madre. De esos veranos nació la pasión que hoy mantiene viva la bodega.
Del Senado al viñedo
Antes de volcarse plenamente en El Grifo, Juan José Otamendi tuvo una etapa de servicio público. Entre 1987 y 1993, fue senador por Navarra con el Centro Democrático y Social (CDS), en una época de enorme tensión marcada por el terrorismo de ETA. Eran años duros, en los que la política navarra exigía coraje y serenidad.
Aquella experiencia dejó en él una visión profunda de la responsabilidad, del diálogo y del compromiso, valores que más tarde aplicaría a su vida empresarial. Terminada su etapa política, regresó al camino que siempre había sentido más suyo: la tierra, la vid, el vino. Junto a su hermano Fermín, se puso al frente de la bodega familiar para consolidar su modernización.
Modernización de una bodega centenaria
A mediados de los años setenta, los hermanos Otamendi iniciaron una nueva etapa para El Grifo. Lanzarote aún no era un destino vitivinícola consolidado, y el vino se vendía sobre todo a granel. Ellos apostaron por la profesionalización, la malvasía volcánica como emblema y la colaboración con enólogos que aportaran técnica sin perder el alma del terruño.

Durante los años ochenta, impulsaron una revolución silenciosa: embotellaron sus propios vinos, mejoraron la calidad y apostaron por el valor del origen. Mientras el mundo del vino miraba a las modas de los tintos internacionales, El Grifo defendió su identidad volcánica. “Introdujimos uva syrah cuando el mercado pedía tintos de color; hoy no lo haríamos”, reconoce Juan José, con esa mezcla de autocrítica y aprendizaje que define su carácter.
En 1989 produjeron el primer espumoso de Lanzarote y, en 2022, sorprendieron a Europa con una Vendimia de Invierno, aprovechando las particularidades climáticas de la isla. Ese espíritu pionero les ha permitido mantenerse fieles a la tradición y, al mismo tiempo, adelantarse al futuro.
Viticultura heroica de La Geria
El Grifo está enclavado en pleno corazón de La Geria, un paisaje que parece lunar. Las vides se plantan en hoyos excavados en la arena volcánica y se protegen con muros de piedra semicirculares que frenan el viento. Es un trabajo manual, casi artesanal, que exige paciencia y devoción.
“Competimos con las bodegas de fuera con una mano atada a la espalda”, confiesa Juan José. Pero ese esfuerzo es precisamente lo que da valor al vino lanzaroteño. De esas tierras nacen unas 350.000 botellas al año, elaboradas con mimo y respeto por el entorno.
Ahora, la meta es lograr que todo el viñedo sea ecológico antes de finalizar 2025, cerrando así el círculo entre sostenibilidad, identidad y memoria.
Cultura, vino y familia
En la historia reciente de El Grifo hay dos nombres inseparables: Juan José y Fermín Otamendi. Dos hermanos distintos pero complementarios. Fermín, centrado en la organización y la gestión; Juan José, en la cultura, la historia y la relación con el paisaje.
Bajo su dirección, la bodega se ha convertido en un espacio de encuentro entre vino y arte. En 1998, el poeta José Hierro inauguró la Biblioteca de El Grifo, con más de 5.000 volúmenes sobre viticultura. Dos años después, José Saramago, vecino de Tías, participó en su conmemoración. También César Manrique se inspiró en el paisaje de La Geria y en la estética de la bodega para algunas de sus reflexiones sobre el arte y la naturaleza.
Esa unión entre cultura y vino continúa hoy a través del festival Sonidos Líquidos, que ha convertido los muros de El Grifo en escenario de música y celebración.
250 aniversario
En 2025, El Grifo celebra 250 años de historia. La efeméride se conmemora con una agenda repleta de actividades culturales, presentaciones y vinos especiales. Entre ellos, destaca el Malvasía Lías 250 Aniversario, un blanco de guarda con 28 meses sobre lías que ha sido elogiado por la crítica nacional.
El aniversario es también una forma de rendir tributo a las generaciones que hicieron posible la bodega. De aquellos pioneros que plantaron la primera cepa en un suelo quemado, a los padres que se enamoraron en la cubierta de un barco, y al abuelo que tocaba la guitarra en el oratorio familiar. Todos suenan, de alguna forma, en cada botella.
Vino que se recuerda
“El mejor vino es el que se recuerda”, repite Juan José Otamendi, como si resumiera en esa frase toda una filosofía de vida. No se trata solo del sabor, sino de la emoción que queda. De la historia que acompaña cada copa. De la tierra, la familia y los amigos.

A sus más de ochenta años, sigue defendiendo la idea de que el verdadero creador del vino y del paisaje es el viticultor, ese trabajador que se inclina sobre la tierra negra de La Geria para que cada cosecha vuelva a florecer.
Porque, al final, la historia de Juan José Otamendi es la historia de una familia que ha sabido custodiar un legado en tiempos difíciles —de erupciones, crisis, violencia y cambios— sin renunciar jamás a su esencia.
Y tal vez todo se entienda mejor volviendo a aquella imagen primera: un niño que escucha a su abuelo tocar la guitarra en el oratorio de la bodega, sin saber aún que algún día él sería quien mantuviera viva esa melodía, entre los ecos del vino y la memoria.
