“Suelen las gentes dedicarse a juegos de máscaras, transitando con ella las calles, vistiendo trajes ridículos y tapándose las caras, con cuya precaución quieren evitar la averiguación de sus rostros”, dice, ya en 1786, un bando del corregidor y capitán general de Tenerife y La Palma, Gregorio Guazo Gutiérrez.
Aunque se pueden encontrar documentos sobre celebraciones carnavalescas en Tenerife desde el siglo XVI, es a partir del XVIII cuando los investigadores encuentran más archivos refiriéndose a esta fiesta, que había llegado con los conquistadores del Archipiélago y se quedó como propia.
Bula para pecar
Los carnavales en esa época suponía, según la Iglesia Católica, una gran ofensa a Dios, así que iban de la mano de los ‘Triduos de Carnestolendas’, unos oficios religiosos celebrados los días anteriores al miércoles de Ceniza que buscaban "el desagravio de las fiestas paganas o expiar los propios excesos", cuenta el escritor e investigador lagunero Julio Torres en su libro La Laguna, siglos de Carnaval.
Como era habitual por entonces, a las consecuencias de los pecados en la Iglesia se les podía burlar con una bula, es decir, con una multa. Lo que implicaba que a los vicios de comer carne, salir o cualquier otro exceso contrario a la religión, podían acceder de forma impune aquellos que tuvieran cuartos para permitírselos. Ofendía a Dios quien lo hacía gratis.
"Los días previos a la Cuaresma, los agricultores y ganaderos uleanos, utilizaban los tocinos de sus matanzas y, si querían tener dispensa durante la cuaresma para comer algún tipo de carnes, se veían obligados a ‘comprar un vale’ al párroco, por una cantidad dineraria que, en la mayoría de las ocasiones les era imposible abonar", explican en dicen en la Real Asociación Española de Cronistas Oficiales.
El dinero del pirata
Y es aquí donde entra en juego el corsario más famoso de Canarias: Amaro Rodríguez Felipe y Tejera Machado, más conocido como Amaro Pargo.
Según Julio Torres, Pargo funda un mayorazgo (una figura legal que permite mantener la propiedad de determinados derechos o bienes en el seno de una familia) en 1745 y “establece que se utilice para costear, después de su fallecimiento, un triduo de esta naturaleza los tres días de castrolendas”, en tres parroquias del centro lagunero.
Es decir, las personas pertenecientes a las parroquias de Los Remedios (actual Catedral) y Nuestra Señora de la Concepción, así como en el Convento de Santo Domingo, podían cometer excesos sin pensar en cuánto tenían que rascarse el bolsillo. Y estaban “incluidos los gastos de cera misa cantada o predicador”.
Mitos y leyendas
Amaro Pargo nació 1678 en La Laguna y murió en 1747, con 69 años, dos años después de dejar por escrito para qué quería que se usase su dinero. Rodeado de mitos y de leyendas, "este personaje histórico lagunero es uno de los más interesantes de La Laguna de los siglos XVII y XVIII”, dicen desde el Consistorio.
"En realidad, era un magnífico comerciante, prestamista, capitán y noble canario (consigue la certificación de Nobleza en Armas en 1727), además de ser un respetado corsario, principalmente por sus enemigos", explican en la web del vecino Ayuntamiento de El Rosario.
Es conocida su estrecha relación “con Sor María de Jesús, La Siervita, cuyo cuerpo incorrupto se conserva desde el siglo XVIII en el convento lagunero de Santa Catalina y se exhibe cada 15 de febrero, fecha de su muerte”, continúan en La laguna. “Nunca emprendió negocio, expedición de barco, ni celebró contrato sin antes consultarlo con esta Sierva de Dios y obtuviera su aprobación”, afirma Torres.