Los barrancos son los caminos del agua, los vestigios de otros tiempos más edénicos, la tierra horadada por la paciencia y la constancia de millones de años, y en el caso de Canarias, son los ríos que van a dar a la mar, que ya no es el morir sino una orilla llena de hoteles, apartamentos y grandes luces que desorientan a las pardelas y a los lagartos. Los barrancos han sido invadidos por el “rabo de gato” que han traído los humanos de otras partes o por cañaverales que han dejado intransitables esos caminos improvisados cuando no bajaba el agua de la cumbre. También se han llenado de serpientes que, como el agua, no cayeron del cielo sino que fueron traídas, como las ardillas o esas aves de colores que ahora pueblan nuestros cielos, por quienes no saben de los ciclos y de los ecosistemas, ni tampoco de ese esfuerzo de la naturaleza cuando nos regala el esplendor de lo bello.
Pero estos días, cuando me adentro por los barrancos, veo cada vez más escombros, más neveras, más lavadoras o más retretes por los cauces y por los lados que otrora dibujaban caminos cuidados que nos llevaban de un lado a otro de la isla, transitando absortos entre riscales o entre unas plantas y unas flores que supieron adaptarse a esos terrenos pedregosos cuando llega la sequía o cuando interrumpen la llegada del agua con grandes presas que evitan que no se pierda en el mar. Ese deterioro del paisaje acontece en estos días. El pasado domingo me adentré en el barranco de Guiniguada y, desde la entrada por el Pambaso, conté cuatro retretes tirados antes de llegar a Fuente Morales; pero también habían tirado en el barranco escombros de obras o se veían sillones que habían lanzado desde la carretera de La Matula o que habían llevado en furgones por el camino del cauce. El barranco estaba más cuidado por los responsables de su gestión, con podas, reparación de muros y adecentamiento del camino, pero esa mejora quedaba en nada ante el comportamiento incívico de quienes siguen maltratando los espacios naturales, y además casi al lado de un Punto Limpio en el que podemos depositar todo eso que tiran sobre las aulagas o las tabaibas.
Barbarie
Hace años, cuando yo era pequeño, sí recuerdo cómo los barrancos eran los lugares en los que se depositaba la basura de muchos municipios de la isla, creando espacios insalubres y peligrosos. Todo eso lo fuimos superando con la educación y la concienciación del cuidado de la naturaleza, o eso era lo que creíamos, porque de un tiempo a esta parte, muchos barrancos, sobre todo los más cercanos a núcleos urbanos, vuelven a ser los destinatarios de lo que sobra en las casas, de lo que ya no se quiere tener cerca, o de lo que quieren cambiar siguiendo el designio de esas modas cada vez más esclavizantes. Todo eso que sucede también tiene que ver con esa obsolescencia de los aparatos eléctricos que se rompen, los cuides como los cuides, para que sigamos consumiendo mientras llenamos de chatarra y de basura el planeta.
A veces uno tiene la sensación de que retrocedemos al mismo tiempo que vamos avanzando, o de que estamos creciendo sobre unos pies de barro que no controlamos y que pueden dejarnos sin el único espacio conocido hasta el momento para seguir viviendo. Esos barrancos con neveras y lavadoras oxidadas, sillones despanzurrados y retretes, muchas veces troceados como si así pudieran camuflar la vergüenza, nos devuelven ante el espejo de la barbarie y el maltrato a la naturaleza. Algo seguimos haciendo mal si dejamos que esos espacios con tanta memoria y tanta belleza también terminen sepultados en la merdé.