El pasado jueves convivieron en Gran Canaria dos imágenes simultáneas, dos metáforas contrapuestas de un mismo territorio. Dos formas de entender el país, el futuro y a la propia ciudadanía. Dos discursos moralmente incompatibles: una Canarias que piensa y una Canarias que grita. La primera —silenciosa, colectiva, compleja— se expresó en Gáldar. La segunda —estridente, simplificadora, reactiva— se desplegó en la Plaza de España de la capital.
Ambas se produjeron a la misma hora. Pero no en el mismo tiempo histórico. Así lo sentí en el patio de butacas del Teatro Consistorial de Gáldar. Mientras mi cerebro se expandía para intentar interpretar el presente y alcanzar el futuro, una foto enviada a mi móvil rememoraba tiempos en los que se gritaba "¡Muera la inteligencia, viva la muerte!".
Allí, un encuentro pergeñado por el hiperactivo cerebro de Moisés Santana bajo el título Arte, Ciencia y Tecnología: La ética del propósito reunió a filósofos, músicos, escritores, ingenieros informáticos, empresarios, periodistas y docentes universitarios. No era un acto ornamental: era un ejercicio de inteligencia colectiva, una puesta en común de disciplinas para pensar los desafíos culturales, éticos y económicos que plantea hoy la inteligencia artificial.
Canarias que piensa
La intervención del viceconsejero del Gabinete del Presidente, Octavio Caraballo, sirvió de hilo conductor para una reflexión más profunda sobre el lugar que debe ocupar el ser humano en un horizonte tecnológico que avanza más rápido que nuestros marcos éticos. Caraballo recordó que "la inteligencia artificial podrá calcular, pero solo la inteligencia emocional puede conmover". La frase sintetiza una tesis fundamental en la filosofía contemporánea: que la capacidad de conmover, comprender y vincularse es anterior y superior a la capacidad de procesar información.
Su segunda reflexión —"la vida que nos resta no se mide en años, sino en propósitos"— enlazó la ética pública con la biografía íntima. No se trata de programar un futuro tecnocrático, sino de dotarlo de sentido. El acto, de hecho, propuso una mirada de largo plazo para Canarias: 2030, 2040, 2050. Una agenda que exige responsabilidad intergeneracional y una ciudadanía adulta, capaz de reconocerse no solo como beneficiaria del presente, sino como constructora del porvenir.
La Canarias que se reunió en Gáldar es la Canarias que trabaja, que investiga, que debate, que crea y que se hace preguntas difíciles. Es la Canarias que entiende que la cultura, la ciencia y la tecnología no son compartimentos estancos, sino pilares de una misma arquitectura democrática.
Canarias que grita
A unos 30 kilómetros de Gáldar, en la Plaza de España —antigua Plaza de la Victoria, bautizada en su momento para conmemorar un triunfo militar de raíces fascistas—, Vito Zoppellari Quiles, agitador profesional de la ultraderecha, desplegaba un discurso diametralmente opuesto: un relato que reduce la complejidad social a una simplificación emocional basada en el miedo.
Hijo de un inmigrante italiano, Quiles eligió ese espacio simbólico para presentar una Canarias cerrada, racista —para señalar al inmigrante que viene de África—, insolidaria y desconfiada. No hablaba: ejecutaba. No argumentaba: excitaba. No invitaba a pensar: invitaba a temer.
Es importante subrayarlo: lo que Quiles ofrece no es una visión política, sino una pedagogía de la desafección. Su retórica es un producto cultural diseñado para desactivar el pensamiento crítico mediante la sobrecarga emocional. Se alimenta del malestar, lo amplifica y lo proyecta sobre grupos vulnerables, con la esperanza de transformar la frustración en hostilidad.

Lo más paradójico es que su público —leal, enfervorizado, cautivo, dócil al relato— no parece advertir que ese mismo agitador ha apoyado discursos contrarios a su bienestar material: en contra del aumento del salario mínimo; en contra de la subida de las pensiones; en contra del reparto solidario de migrantes; en contra del fortalecimiento de la sanidad y la educación pública; en contra de instrumentos de solidaridad autonómica; en contra de reformas que amplían derechos sociales, prestan apoyo a grupos vulnerables o consolidan servicios públicos más fuertes.
Su propuesta no es un proyecto de país, sino un espejo emocional deformado que devuelve al espectador una versión exacerbada de sus miedos.
Disputa por el imaginario
Lo que ocurrió el viernes no fue una coincidencia horaria. Fue una disputa simbólica por el relato del Archipiélago. En Gáldar, la Canarias que se proyecta hacia el futuro, que piensa en el bien común, que entiende la diversidad como un recurso y no como una amenaza. En Las Palmas, la Canarias que mira hacia atrás, que busca culpables, que necesita inventarse enemigos para sostener su identidad en negativo.
Ambas imágenes revelan la tensión fundamental de nuestro tiempo: la pugna entre una ciudadanía ilustrada y una ciudadanía emocionalmente secuestrada. La primera se sostiene en la conversación, el conocimiento, la ética y el propósito. La segunda, en el ruido, la simplificación y la manipulación afectiva.
Papel de los medios
En este contexto, los medios de comunicación tenemos una responsabilidad que va más allá de informar: debemos orientar, contextualizar, desmontar falsedades y proteger el espacio público de la intoxicación emocional. No se trata de promover una posición partidista, sino de defender una posición civilizatoria.
Y la diferencia entre Caraballo y Quiles no es política: es ética, intelectual y moral. Es la diferencia entre una visión de Canarias basada en el propósito y otra basada en la rabia.
Por eso, nuestra tarea como prensa es clara: narrar y amplificar la Canarias que piensa, la que innova, la que crea, la que se hace preguntas; confrontar con datos y rigor la Canarias que grita, la que manipula, la que intoxica, la que instrumentaliza los miedos de la población.
Porque los efectos culturales de la desinformación pueden durar décadas. Y porque, como Caraballo recordó, la vida —y también la democracia— solo tiene sentido si se sostiene sobre un propósito compartido.
Ética del porvenir
La pregunta no es qué Canarias somos hoy, sino qué Canarias queremos ser. La Canarias del propósito o la Canarias del resentimiento. La Canarias que imagina 2050 o la que revive 1939.
El viernes, afortunadamente, quedó claro que la primera existe. Que trabaja. Que piensa. Que construye. Y que todavía tiene algo valioso que ofrecer al mundo. La segunda también existe. Pero no tiene futuro: solo ruido.
Y frente al ruido, la única respuesta posible —serena, firme, democrática— es esta: pensar más, comprender más, dialogar más y proteger más la verdad.
Solo así, como dijo Caraballo, la vida que nos resta —como sociedad— no se medirá en años, sino en propósitos.
