Agoney Melián, presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Tenerife (Las cosas feas de mi casa)

Opinión

Las cosas feas de mi casa

Presidente de la Asociación de Jóvenes Empresarios de Canarias

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Cuando era chico, me sorprendía el poco gusto de las cosas que había en casa de mi abuela. No podía entender la falta de coherencia en la decoración, y no es que yo sea un excelente decorador de interiores, de hecho, cuando necesito que algo quede bonito llamo a Airam Abella, mi socio, y la persona con más gusto que conozco del mundo.

Sin embargo, y volviendo a lo de mi abuela, no podía comprender como no había nada que pegase, era verdaderamente un misterio para mí, pero hoy, les voy a contar una historia.

Siempre que llegaba del colegio, me sentaba en aquel sillón de escay negro. Supongo que nuestros mayores eran unos verdaderos propulsores de la ecología, porque llegué a ver como tapizaban aquel mueble unas tres o cuatro veces a lo largo de toda mi infancia. Entendía que lo hacían de escay, a pesar del calor que daba aquel material cuando te tumbabas por las tardes, porque era más duradero, y un día, de la manera más inocente del mundo, pregunté que por qué no comprábamos un sillón nuevo.

Ana, la mujer de mi vida, me miró atentamente y me dijo: “Es que este, me lo regaló tu abuelo”. Para la mente de un niño de nueve años, aquella respuesta era insuficiente porque mi abuelo ya no estaba en nuestras vidas, ¿por qué había que mantener algo que ya no cumplía su función por el mero hecho de que te lo hubiese regalado alguien? Cuanto ha llovido y cuanto he aprendido desde entonces.

Interruptores emocionales, las llaves del pensamiento

Somos seres pensantes, eso es un hecho. Y supongo que a veces, tener un sillón viejo tapizado de escay negro, es la forma que tenemos de aferrarnos a un recuerdo. Ahora que tengo la capacidad de entender un poco más, les prometo que ya no me parece que fuera tan incómodo.

Como siempre, en mis letras intento reflexionar sobre el bienestar, pues como saben me obsesiona. Por ello, hoy quiero compartir con ustedes una idea que me funciona. La idea de fabricar interruptores emocionales positivos.

Ya lo he explicado algunas veces, pero los seres humanos, tenemos la enorme capacidad de fluir en el pensamiento. Empezamos los días y de repente, sin saber por qué, nos hemos transportado a lugares, momentos o ideas involuntarias.

Lo malo de este tipo de pensamiento, el pensamiento horizontal, es que a veces es negativo, y esto hace que empecemos producir cortisol y, por lo tanto, que tengamos un estrés, en muchas ocasiones, injustificado.

En mis formaciones, últimamente regalo una piedra que representa la confianza de cada una de las personas que asisten. Y les invito a que, cada vez que alguien les haga sentir mal, recurran a su piedra para no perder la confianza. Esto podría ser un interruptor emocional del que les hablo.

Si trasladamos este concepto a la vida cotidiana, estoy explorando la idea de tener en casa pequeños objetos que me saquen una sonrisa. Una foto con amigos o cualquier otra cosa que me active el pensamiento en positivo. Que actúe de manera intencionada como interruptor emocional de las cosas buenas que me pasan y de las que, por desgracia, nos es tan fácil olvidarnos.

Yo lo estoy probando y les aseguro que estas llaves del pensamiento me hacen la vida un poco más fácil.

Mis viajes anclados

Si me sigues en las redes, sabes que este último año he viajado mucho. He desarrollado una enorme curiosidad por ver y conocer el mundo, y ya se sabe que quien mucho viaja, atesora infinitas anécdotas.

Hace unos años tenía una extraña intolerancia a que las cosas no estuviesen bonitas; por eso, cada vez que iba a algún lugar del mundo, no compraba nada. Me decía a mí mismo que el mejor souvenir era el recuerdo y las fotos que, por cierto, nunca he vuelto a ver de casi ningún viaje anterior.

Hace poco que estuve por Granada, un viaje muy espiritual y precioso, donde fui a reencontrarme conmigo mismo, y tuve la suerte de visitar la Alhambra.  Una obra de arte llena de historia que impresiona. Dentro de la misma vi como la cultura árabe trabajaba la madera, la maestría de la taracea.

Me pareció una técnica preciosa, y me decidí a llevarme una cajita hexagonal, en unos tonos azules y marrones. Era, y es, muy bonita.

Cuando llegué a casa, la coloqué encima de la mesa del salón, junto a unas velas, y mientras lo estaba haciendo, empecé a recordar todos los instantes bonitos vividos en el viaje. Por la mañana, cuando me siento a ponerme el calzado para entrenar, la vista se me va a mi cajita y entiendo que cuando pasen los años, tendré una bonita forma de recordar cada anécdota vivida en Granada, o en cualquier otra parte del mundo.

No es que yo esté en contra del budismo, no estoy proponiendo que practiquemos el apego y menos a cosas materiales. Lo que digo, es que no hay nada de malo por tener algunos objetos que te transporten a los momentos felices, y que te recuerden que tu vida es maravillosa y bonita.

Recibo muchos mensajes de personas que me cuentan que su vida carece de sentido, y creo que el problema es, que no dedicamos un tiempo a agradecer y poner el foco en la enorme suerte que tenemos y las cosas buenas que nos pasan.

Mis flores de plástico

Últimamente tengo un pensamiento recurrente que es hacer una exhaustiva selección de personal en mi vida privada. No es que yo sea un motivado de la vida, o al menos eso creo. Simplemente es que me estoy percatando de algo que quiero compartir contigo.

En mis empresas busco siempre a los mejores profesionales, pero, sobre todo, a las mejores personas … que, por cierto, estoy convencido que las tengo. Sin embargo, en mi día a día siento un enorme compromiso por cumplir con algunas personas que no terminan de hacerme feliz. No porque sean mala gente, sino porque no comulgo con sus pensamientos, con sus acciones o con su forma de juzgar a los demás.

Creo que, si me lees habitualmente, sabes que mis experimentos los comparto contigo para que juntos podamos curiosear. ¿No deberíamos de hacer una selección de personas que nos alegren el alma y dejar de lado a aquellas que nos activen el cortisol?

Yo diría que es lo justo y, a veces, por compromiso, claudicamos a estar o cumplir con quien no nos apetece.

Jamás, por voluntad propia, pondría flores de plástico en ningún sitio. Exceptuando algún césped artificial, por aquello de la ecología y el agua escasa que tenemos en Canarias; sin embargo, el otro día alguien llegó a casa con un ramo de rosas color púrpura de plástico. Les prometo que no me lo podía creer.

Ante tal acción su frase fue: “Flores de verdad te puede regalar cualquiera, pero estas te van a durar para toda la vida”. Dentro de mi ser brotó una gran carcajada; en el fondo, algo de razón había en su argumento.

Si algún día te invito a mi casa, verás mis flores de plástico que no pegan en absoluto con la decoración, pero, que me hacen profundamente feliz, me activan la serotonina y me roban una sonrisa cada vez que recuerdo aquel intrépido momento. Casi me explota el corazón.

¿No deberíamos tener en nuestras vidas solo gente así? Gente bonita y des complicada, con la que te puedas reír a carcajadas, hablar de cualquier cosa sin sentirte juzgado, en definitiva, ¿gente con la que puedas se tú mismo sin miedo a nada?

Al igual que los objetos, las personas son propulsoras del pensamiento, te animo a que comiences tu escrupulosa y necesaria selección de personal para la vida.

Ojalá me prestasen en Delorean

Después de todo lo que les he contado, quiero decirles que me encantaría pillar el coche de la película “Regreso al futuro” y estar en aquella casa vieja, llena de vajillas de diferentes formas y colores. De fotos de todo tipo, y colchas de ganchillo. Ahora que entiendo que la vida son los momentos, y que hay pequeños objetos que te recuerdan los instantes vividos y las personas que hacen que, tu existencia haya valido la pena, me gustaría preguntarle a Ana por cada historia anclada como recuerdo en cada uno de aquellos objetos. Una pena que esto no vaya a suceder.

Tengo una casa bonita, porque estoy intentando que mi vida, en sí misma, sea un hogar. Pero ya voy coleccionando objetos que me gustan porque me sacan una sonrisa cuando aún ni siquiera he tomado café.

Mientras escribo estas letras cae una lagrimilla por mi mejilla, porque poco a poco creo que voy entendiendo el sentido de la vida. Quiero confesarles que estoy absolutamente enamorado de las cosas feas de mi casa.