Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

Diego, Víctor, José Luis y su estrella

Periodista

Guardar

Recuerdo como si fuera ayer que me convocaron varias veces desde la plataforma digital “7 Caníbales”, medio nacional especializado en el que escribí como corresponsal de Canarias, para trasladar mi intuición acerca de los restaurantes que podían ser laureados en el Archipiélago -y los de ámbito nacional- con la estrella-estrellas Michelín. En la ‘porra’ intervine algunos años y acerté y fallé a partes iguales.

Algunas de esos brillos que yo divisaba claras no cuajaron y me dejaron un cierto cerco de desazón, vamos a definirlo así. El camino se va hollando al andar y, mientras he seguido y sigo la trayectoria de muchos chefs gracias a mi trabajo cotidiano; la ‘liturgia’ de la Guía roja francesa continúa inexorable y con giros evidentes en sus criterios.

Claro que sí: todo acorde con ello, de que los tiempos y las circunstancias cambian. En esa evolución inexorable que he visto desfilar ante mis ojos, un servidor, que se precia de haber sido riguroso y no siempre al gusto de todos-as con los conceptos de lo que dan en llamar ‘crítica gastronómica’, también se ha ido internando en la metamorfosis a lo largo de los tiempos y digamos que mi euforia ante las expectativas del gran día se han rebajado considerablemente.

Algún día escribiré acerca de los motivos pero estimo que se debe, principalmente, a la suerte de mesura que brinda la experiencia (personal y profesional) aquilatada
hasta el momento.

De verdad que no quita esto, a la hora de la verdad, para sentir la enorme emoción ante la posibilidad y luego, puntualmente, con la noticia de esas personas y equipos (con mayúsculas) que obtienen la Estrella. Lo he sentido en tantas ocasiones (al igual que con los Soles de la Guía Repsol) en el momento en el que se nombran a los ‘Nuestros’, sí los ‘Nuestros’: que por algo han conseguido lo que se puede definir como consideración de alta cocina en representación de estas ocho Islas.

Esta vez el respingo se dio gracias a Diego Schattenhofer (Taste 1973, Arona); Víctor Suárez (Haydeé, La Orotava) y José Luis Espino (Bevir, Las Palmas de Gran Canaria). Se suele exclamar, como manido latiguillo, “¡qué decir!”. Sí: qué decir de estos perseverantes jóvenes cocineros. Porque antes de ejercer como chefs fueron cocineros, evidentemente; antes de gestionar grupos humanos a tan alta cota sabían preparar un decente huevo frito, por ‘simpática’ o nimia que parezca esta aseveración.

Antes de proseguir esta felicitación en forma de artículo personal, permitan reconocer también a aquellos que mantuvieron sus estrellas. Por supuesto; porque perder, constatado, que se pierden.

En definitiva, comencé a creer en el periodismo gastronómico hace un cuarto de siglo (profesionalmente, pues antes trabajé este tipo de información para otros canales de comunicación) y he ido atesorando conocimiento, pasiones y nada de “ego” para transmitirlo hoy a ustedes de esta manera franca y sincera.

Diego, ‘Enstein’, admirable, perseverante, tozudo, único, incondicional, solidario, riguroso… Víctor, ‘desparpajo’, virtuosismo y talento, ‘ambicioso’ de horizontes nuevos y siempre con hambre de aprender y hacerlo cada vez mejor… José Luis, la seriedad, el temple, el punto exacto, la ‘sorpresa’ de decirnos a cada bocado: “¡qué maravilla es esta!”…

Efectivamente: me quedo corto pero, quizá, lo exprese todo a pesar del formato telegráfico. Lo que fueron mis expectativas, lo que supusieron mis momentos en distintas latitudes desde las que pude felicitar a esas personas y equipos  por lograr la estrella o el sol se traduce en que estos astros son más que astros –que una constelación, diría incluso-. Un símbolo del esfuerzo que disfrutaremos los que acudiremos a esos restaurantes y del que no tenemos ni idea.

En ese brillo, pues, quedan comprimidas miles de horas de dedicación y, no nos engañemos, de tantos y tantos momentos robados a las respectivas vidas volcadas al objetivo. Más que la alta, la ‘gran gastronomía’. Solo he de expresar que esto quedará y que otros-as vendrán pero un servidor, que ha observado desde el periodismo a estos y anteriores estrellados, no tiene más que aseverar desde detrás del bolígrafo (del ordenador): ¡Vaya orgullo! ¡A por otra!