Víctor Yanes

Opinión

Gran Vilas

Guardar

Featured Image 25441
Featured Image 25441

Leo a Manuel Vilas y se despierta en mí un claro deseo de escribir. Escribir lo que sea, pero escribir. Releo, después de unos años, el poemario Gran Vilas y la sensación de bienestar pletórico es importante. Vilas es un desvergonzado, casi el mayor desvergonzado de la literatura española de las últimas décadas. Vilas ha venido y ha dejado huella en un país llamado España, en el que, a veces, los escritores destinan una buena cantidad de horas a estar pendientes de su propio pudor y de su mojigatería de escaparate. España es un lugar del mundo (seguramente no el único) en el que parece que muchos se ofenden con suma facilidad por cualquier irrelevancia pero que, a su vez, esos que se crispan por nada, desean explorar la libertad en sus más puras manifestaciones. En la poesía de Vilas sale España. España también como filón y corpus literario, como principio y fin, porque Vilas se arraiga a España, tanto desde el amor como desde el rechazo.

Gran Vilas (Visor, 2012 y XXXIII Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla) puede ser un libro inquietante. Al leer el título, se nos presenta ante nuestros ojos la primera provocación. Para llamarse Gran Vilas hay que haber atravesado un largo camino. No está al alcance de cualquiera autodenominarse grande. Embarcarse en la empresa del atrevimiento, requiere muchas horas de prácticas en desdramatización de la vida y de uno mismo. Solo aprendemos a llamarnos pública y abiertamente grandes cuando sentimos que no lo somos y nuestra insignificancia es tan patente como poderosa. Gran Vilas es una entidad psicológica que vive la vida hasta el extremo, que ha trascendido los grandes asuntos de la existencia humana. Gran Vilas es, por lo tanto, la gran ironía del que acepta su minúscula existencia, dejando claro que la provocación solo podrá asustar a los soldados austeros del buen orden.

Libro Gran Vilas

Libro Gran Vilas | CEDIDA

Una vez aclarados los términos iniciales, cabe apuntar que Gran Vilas se revela como un pionero de la evolución, porque convierte el placer, definitivamente, en su único y gran objetivo vital.

Gran Vilas regala dinero por la calle en una sublime exaltación de la generosidad, porque Gran Vilas ama a sus semejantes o bebe en La Habana, el 30 de mayo de 2009, como si fuese un santo bebedor que espera algún día beber con Dios o a ama cada pedazo de sus arterias, de sus órganos vitales, de sus huesos. Todo parece convertirse en una inaplazable invitación a experimentar la vida. No hay ceremonias litúrgicas en Gran Vilas, hay acción y grandiosidad, casi un aura mística rodea la cabeza de Gran Vilas, porque la descomunal capacidad para vivir y quemar la vida está reservada a los semidioses humanos, que superaron las diatribas violentas y las estructuras morales obsoletas.

En Gran Vilas hay velocidad, amor y alusiones a la clase media española que hereda los rigores de la ética del trabajo y que, de manera tan contumaz, niega a sus obedientes discípulos, el placer. Esa clase media española con todos sus sentimientos de aparente desprotección y de desvalimiento emocional en una sociedad de consumo que va más. En Gran Vilas hay democracia, porque la democracia es el padre originario de toda una cosmovisión personal.

En Gran Vilas también hay un Hotel, el Hotel Vilas, que es casi un canto general de amor y de reinvención al borde de un abismo extraño e indefinido, que nadie lo señala pero que está presente. En Gran Vilas hay una Ciudad, la Ciudad Vilas, que es brutal libertad, una abundante pluralidad de otro mundo pero que es muy posible que se corresponda con el mundo real, el que ya existe. Gran Vilas pone luz sobre los instintos olvidados, sobre la fiebre caótica olvidada, sobre el latido olvidado. Gran Vilas es un poeta de la acción, un personaje literario dentro de un intenso y profundo poema que nos sacude y nos empuja con amor y con fuerza a la vida.