Mientras miraba la vela

Había confiado ciegamente en alguien que pensé que entendería mi visión, mi propósito. Delegué no solo responsabilidades, sino también mi confianza, y esa confianza fue traicionada de la manera más silenciosa y devastadora posible

Agoney Melián, secretario de organización de la Confederación Española de Asociaciones de Jóvenes Empresarios (CEAJE). /Cedida

La vela oscilaba suavemente, su pequeña llama parecía debatirse entre quedarse o apagarse. Me quedé mirándola, como quien busca respuestasen algo tan simple como la luz. Frente a mí, el Buda que compré hace años parecía tan tranquilo como siempre, inmutable ante el caos que sentía por dentro. Su serenidad, en ese momento, era un contraste doloroso con mi realidad.

Era de noche, y aunque la casa estaba en silencio, mi mente era un torbellino. Repasaba una y otra vez todo lo que había sucedido en los últimos meses. Las empresas que con tanto esfuerzo había construido estaban al borde del colapso. Pero lo peor no era eso. Lo peor era la sensación de que había perdido algo más valioso: la conexión con las personas que formaban parte de mi vida profesional.

Había confiado ciegamente en alguien que pensé que entendería mi visión, mi propósito. Delegué no solo responsabilidades, sino también mi confianza, y esa confianza fue traicionada de la manera más silenciosa y devastadora posible. Tareas que no se cumplían, clientes descontentos, relaciones tensas… Pero lo que más dolió fue el cambio en el ambiente. El aire en la  oficina se volvió pesado, como si todo el equipo sintiera que algo no iba bien, pero nadie se atreviera a ponerlo en palabras.

Es curioso cómo funciona la mente en los momentos difíciles. Te aferras a pequeños rituales, a acciones sencillas que parecen darte un respiro. Para mí, esas noches frente a la vela se convirtieron en un refugio. Esa pequeña llama me ofrecía algo que no encontraba en ningún otro lugar: un momento para parar, para respirar, para sentir. Era como si me susurrara que, aunque todo estuviera oscuro, siempre hay un resquicio de luz.

El clic que lo cambió todo

En medio de ese caos, hubo un momento que lo cambió todo. Me senté con dos personas que no solo son parte esencial de mi equipo, sino también de mi vida: mi socio y mi amiga Elvira. Ellos han sido testigos de cada triunfo, cada fracaso y cada momento de duda que he vivido.

Esa tarde, sus miradas eran diferentes. Había cansancio en sus ojos, pero también una preocupación genuina. Hasta que Elvira dijo lo que nadie se había atrevido a decir:

—Quizás deberíamos cerrar.

Esas palabras quedaron suspendidas en el aire. No eran una acusación ni una queja, sino una invitación a enfrentar la realidad. Y tenía razón. En ese momento, cerrar parecía lo más lógico. Pero algo dentro de mí se resistía.

Sentí una chispa que se negaba a apagarse. Era pequeña, casi imperceptible, pero estaba ahí. Y esa chispa fue suficiente para empujarme a responder:

—No.

Ese “no” no fue una decisión valiente, sino una declaración de lucha. No sabía cómo, pero estaba decidido a intentarlo. En ese instante, entendí que incluso cuando parece que todo se desmorona, aún puedes encontrar la fuerza para luchar.

El día que me rompí

No fue la única conversación que me marcó durante ese tiempo. Uno de los momentos más duros llegó cuando una clienta, que también es amiga, me miró con calma y me dijo:

—Si ya no quieres trabajar conmigo, dímelo.

Sus palabras, aunque suaves, eran como un puñal. Había intentado aparentar que todo estaba bajo control, pero esa frase fue un espejo que me devolvió la realidad. Llegué a casa esa noche y me desplomé.

Lloré como hacía tiempo que no lo hacía. No era solo por la situación, sino por la culpa. Culpa de haber permitido que las cosas llegaran tan lejos, de haber fallado a personas que confiaban en mí. Pero mientras lloraba, algo comenzó a cambiar.

Me di cuenta de que esa ruptura, por dolorosa que fuera, era necesaria. Era un punto de inflexión, una oportunidad para reconstruir desde la verdad y la autenticidad. A veces, necesitamos quebrarnos para recordar que somos humanos, que no siempre tenemos todas las respuestas y que eso está bien. Esa noche, entre lágrimas, sentí por primera vez en meses un atisbo de paz. Era como si, al permitirme ser vulnerable, hubiera abierto una puerta hacia la sanación.

Reconstruir desde las cenizas

Levantarse al día siguiente no fue fácil. Pero cada noche, frente a la vela, encontraba un pequeño momento de paz.

La llama de esa vela, tan frágil y a la vez tan constante, se convirtió en mi refugio. Me recordaba que incluso en los momentos más oscuros hay algo que ilumina. Encenderla, sentarme frente a ella y respirar profundamente se convirtió en un ritual. Era mi ancla en medio de la tormenta, el espacio donde podía reconectar conmigo mismo.

Reconstruir no fue solo reparar lo que estaba roto. Fue un proceso de transformación. Aprendí que liderar no significa tener todas las respuestas, sino estar dispuesto a buscarlas. Aprendí que la vulnerabilidad no es una debilidad, sino una fortaleza. Y, sobre todo, aprendí que el verdadero liderazgo no se mide por los triunfos, sino por la capacidad de levantarte después de cada caída.

Poco a poco, las piezas comenzaron a encajar nuevamente. Hablar con el equipo, abrirme sobre mis miedos y mis errores, y darles espacio para compartir los suyos creó un ambiente de confianza que había perdido. La reconstrucción no fue rápida ni sencilla, pero fue real. Y en ese proceso, me di cuenta de que no solo estaba reconstruyendo un negocio, sino también a mí mismo.

Lecciones del renacer

1. La confianza es un regalo frágil: Delegar es importante, pero siempre con supervisión. La confianza ciega puede ser peligrosa, pero eso no significa que debas dejar de confiar. Solo necesitas equilibrarla con responsabilidad.

2. La vulnerabilidad es una fortaleza: Admitir tus errores no te hace débil, te hace más humano. La gente valora la autenticidad más de lo que creemos.

3. Encuentra tu refugio: Un ritual, por pequeño que sea, puede ser una herramienta poderosa para mantener la claridad. Para mí, fue la vela. Para otros, puede ser un paseo, un libro o incluso una conversación sincera.

4. Rodéate de las personas adecuadas: Ellas son quienes te sostendrán cuando todo lo demás parezca desmoronarse. Elvira y Airam fueron esas personas para mí.

5. Nunca subestimes el poder de un “no”: A veces, la decisión más valiente es no rendirte, incluso cuando todo apunta a que deberías hacerlo.

Mientras miraba la vela

Canarias, mi tierra, es un recordatorio constante de que el caos puede dar lugar a la belleza. Sus paisajes volcánicos, nacidos del fuego y la destrucción, son ahora hogar de vida y fertilidad. Sus montañas negras, que parecían estériles, ahora son refugio de flores, viñedos y paisajes que te dejan sin aliento.

Eso es lo que aprendí mientras miraba la vela: que las cenizas no son el final, sino el terreno donde algo nuevo puede crecer. Esa pequeña llama, que parecía a punto de apagarse cada noche, me enseñó que incluso en la oscuridad más profunda hay luz. Y esa luz no viene de fuera: está dentro de nosotros, esperando a ser vista.

Quiero dedicar este artículo a las personas que estuvieron ahí para mí, incluso sin saberlo. A quienes me escucharon, a quienes no juzgaron mi vulnerabilidad y me permitieron caer para luego ayudarme a levantarme.

Ustedes, con sus palabras y su presencia, fueron mi faro. Entendí que liderar es un acto de amor: amor por lo que haces, por las personas que te acompañan y, sobre todo, por ti mismo. Y también entendí que no importa cuántas veces caigas, lo importante es encontrar la manera de levantarte. Porque siempre hay algo por lo que luchar, incluso cuando parece que todo está perdido.

Los últimos años me han llevado a caminos realmente complejos e introspectivos. Caminos que he transitado pasando por todas mis emociones, caminos que se han ido vislumbrando… Mientras miraba la vela.