Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

Ucrania: en vez de trigo, inútil siega de vidas y naturaleza

Periodista

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Hasta ahora, estamos de acuerdo, que el sinsentido de la invasión en Ucrania no tiene adjetivo calificativo. Sí se me ocurren calificativos –unos cuantos- para los ‘hacedores’ de un despropósito humano que, parece mentira, la humanidad no asimila –incluidos muchos ciudadanos-as de Rusia- y que también a estas alturas no es capaz de frenar.

Me he hinchado, desde el punto de vista personal y periodístico, ha seguir análisis de geo-estrategas, del porqué de esa incesante bazofia de qué es o de qué está hecho Vladimir Putin… Por más que lo vea no entiendo de equilibrios ni de certezas para a valar al bando –uno es invasor, el otro invadido y tendrá que defenderse- desde el primer muerto que ha caído.

Esa es otra: las cifras, los fakes, la propaganda, la justificación… Flota la desazón de una humanidad aplastada por el virus y ahora vemos con ojos perplejos las imágenes de una persona acribillada con su maleta al lado. Solo pretendía huir. Bazofia, insisto, de que los que permiten segar vidas con este señor que nos ha tocado ahora en la historia.

Bien y razonado (de ‘puntillas) mi “NO” categórico a la invasión rusa en Ucrania, y sin palabras para manifestar el dolor de miles de personas que ahora estaría con sus vidas, paso a preguntarme acerca de lo que suelo analizar en esta columna de atlanticohoy.com. ¿Qué impacto tendrá sobre el medio ambiente esta agresión bélica, como quien dice, al ladito mismo de Europa?

Insoportable

Hago hincapié en las pérdidas humanas, para lo que no hay definición, pero el planeta se va a resentir de pleno con esto. Estimo. Salvo la posibilidad de un cambio de rumbo de energías como la del gas, hasta ahora con fuerte dependencia de Rusia, y buscar alternativas limpias (algo que siempre está por ver), la posibilidad de un drama a cuenta de los ataques en las centrales nucleares de Chernobil y Zaporiyia planean como tragedia en toda la extensión europea y, particularmente, en los países limítrofes, caso de Polonia, Rumanía o Moldavia, por decir.

En el fragor del ‘ardor guerrero’, como se viene diciendo en análisis y crónicas de guerra, aún no se está evaluando que ‘punch’ va a tener toda esa artillería desbocada, toda esa masa de toxicidad para las personas, para los campos de trigo (de los que se nutre Europa) y para futuras generaciones que, además de sufrir en su psiquis individual y colectiva, va a tardar décadas en sacar adelante la naturaleza, los paisajes, la salud de los subsuelos.

¿Estamos locos o qué? La radiactividad que acecha de la central más grande de Europa no es suficiente para que no se tenga en cuenta la más mínima y pretendida precisión armamentística. Solamente este datos expuestos antes del comienzo de la invasión. Según un estudio realizado por la Plataforma de Ciencia y Políticas sobre Medio Ambiente y Seguridad de ONU Medio Ambiente, se han destruido ecosistemas en un área de al menos 530.000 hectáreas, incluyendo 18 reservas naturales que cubren 80.000 hectáreas.

Ucrania todavía acusa el impacto ambiental de la última guerra del Donbass. El recuento de estas semanas ni se vislumbra. Por supuesto, las vidas humanas son lo relevante pero ¿dónde se van a desarrollar? ¿en territorios yermos? Esto no es baladí porque afecta a los hábitats, a los ecosistemas y, por tanto, a la salud humana.

Sin poder respirar

Más datos aportados por el periodista Juan Carlos Ruiz. “El 80% de las tierras ucranias es cultivable y está controlado por empresas agrícolas y granjas, una presión adicional sobre las 50 especies de mamíferos amenazadas, 38 de peces, más de 10 de reptiles y alrededor de 300 de aves que habitan el área. Además, el conflicto armado ha añadido a los ecosistemas locales otros daños de consideración”.

“La región contaba con 5.500 industrias que generaban cerca del 44% de las emisiones del país. Ahora, como consecuencia de la destrucción de las infraestructuras de producción y los mecanismos de emergencia, los riesgos de degradación ambiental han aumentado de manera alarmante”.
Horrible. Pérdidas humanas y aniquilación de lugares de vida para vivir. Para botón una muestra en la descripción del citado periodista en “Diario 16”. “El Donbass está al borde de una catástrofe ecológica alimentada por la contaminación del aire, el suelo y el agua por la combustión de grandes cantidades de municiones en los enfrentamientos y las inundaciones en las plantas industriales. Existe una necesidad urgente de un monitoreo ecológico para evaluar y minimizar los riesgos ambientales derivados del conflicto armado, explica Leila Urekenova, analista de ONU Medio Ambiente”.

“A esto se suman –prosigue- los impactos mecánicos y químicos directos en los árboles, incluyendo el daño con metralla en cortezas, ramas, copa y la vegetación del suelo, lo que se produjo el debilitamiento o la muerte de plantaciones enteras. La zona de operaciones militares también se ha visto contaminada por explosivos sin detonar cuya eliminación podría llevar años o décadas, si hacemos una mirada retrospectiva a la experiencia en otros países como Bosnia y Herzegovina, Serbia y Macedonia”.

Más se puede decir pero más que se dirá en el futuro en forma de tragedia medioambiental. Muchas personas van a escapar de la pesadilla pero el planeta no se va a librar de esta mordida mortal. Lo dicho, un sinsentido (dicho o hecho absurdo que carece de lógica y de sentido común, según el Diccionario de la RAE).

Árboles que son fortaleza

Me encanta concluir con amabilidad y esto me parece fabuloso: un estudio identifica en el Parque Nacional del Teide un cedro con más de 1.400 años. Ahí es nada.

Un grupo de investigadores del Instituto Universitario de Gestión Forestal Sostenible de la Universidad de Valladolid (iuFOR), la Universidad Rey Juan Carlos y el Parque Nacional del Teide, publicó en la prestigiosa revista científica “Ecology” de la Ecological Society of America la identificación del árbol (Juniperus cedrus) como el árbol más viejo de la Unión Europea. A este ejemplar se le ha aplicado la técnica de radiocarbono, y de la misma ha resultado que tiene 1.481 años de edad, de modo que es cuatrocientos años más viejo que el árbol que hasta ahora se consideraba como el más antiguo, un pino en Grecia apodado popularmente como Adonis.

El Parque Nacional constituye un gran laboratorio científico en constante funcionamiento y, prueba de ello, es este importante análisis que profundiza en la presencia de los cedros canarios en las cumbres de la isla en un tiempo en que la vegetación pudo haber sido muy diferente a la actual.

Los árboles ancianos han sido capaces de superar cinco erupciones volcánicas en los últimos 500 años, continuas caídas de rocas, y desarrollarse en un clima árido y frío, sin apenas suelo. Tomemos esto como guía para el futuro.