Fran Belín./ CEDIDA

Opinión

A ver qué se puede hacer… (va a ser que nada)

Periodista

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Esto de ponerse a escribir el artículo semanal se inspira en contenidos que en ocasiones fluye de temáticas concisas -por lo evidentes o actuales- y en otras a partir de las vivencias más cotidianas de la ciudadanía de a pie. Éstas se me antojan tan relevantes como las de supuesto interés general con las que atufan constantemente.

Hoy me decanto claramente por la “segunda vía” pero no se apuren: no voy a apuntar a la coronación de Carlos III, el affaire “Ayuso-Bolaños” o cómo va lo de supervivientes, que acerca de esto no tengo ni la más mínima idea.

Puestos a subrayar esos pequeños gestos a favor de la sostenibilidad, que ya saben que procuro abarcar desde la cocina o la alimentación, al medio ambiente o la economía circular de los desfavorecidos, desde la perspectiva de lo insostenible, más bien desde lo inaguantable, quiero enfocar estas evidencias.

Comportamientos incívicos, en definitiva, que buena parte de la población hemos de sufrir por un porcentaje –a lo mejor no tan irrisorio- de individuos a los que el respeto les debe sonar a ‘clínex’ de usar y tirar.

Me gustaría hilvanar una serie de esas situaciones que usted también pueda estar aguantando y que se puede enmarcar en el tinte socarrón del título de este artículo.

Ruido

Resulta categórico que vivimos en un país y unas Islas ruidosas. Los decibelios “nos machacan”. La “atmósfera” de muchos núcleos urbanos se inunda de gritos, voces altas, rugidos de motores, sirenas (no sé a qué obedece pero se escuchan en demasía).

Ya sabemos que impera la bulla y que se puede o no ‘amortiguar’ pero lo que sí ya no es de recibo –y que no tiene sentido en 2023- es que el vecino, la vecina, el de enfrente, el de al lado,… se regocije en la madrugada con su serie, su peli, su bachata, su fiesta o incluso se ponga a ensayar sin más con el piano o el saxo. Que sí, que ocurre.

No hay derecho a tal mortificación. No hay manera tampoco de resolverlo de manera civilizada. Busquen todas las formas con la comunidad, la policía local, la diplomacia con el infractor o infractora… En la mayoría de esos casos recibiremos por respuesta lo que se estampa en el título: “a ver qué se puede hacer”. Instantáneamente se comprobará que “va a ser que nada” pues se va a imponer lo de “si te he visto no me acuerdo”.

Es que digo yo que si personalmente me apetece escuchar música a partir de las 10 de la noche o antes de las 8 de la mañana  –además de un estilo que no tiene por qué coincidir con el de mi vecina- me ajusto tan campante mis auriculares para evitar dar la tabarra a los que merodean. Estaría bien que muchas personas ruidosas tomaran nota ante la respuesta nula a casos sangrantes que proliferan en abundantes comunidades de vecinos.

Basuras

Qué decir de esta práctica demencial. ¿Cómo calificar la sinvergüencería de elementos-as que ante la ubicación de contenedores perfectamente habilitados se ‘ahorran’ subir la tapa y colocan –esto es un eufemismo- las bolsas en los recovecos tal cuál? No solamente infringen las normas municipales sino las más elementales  del sentido común y, es más: las de la convivencia general. Todo un despropósito que va en detrimento no solo del decoro sino de la salud.

Es incomprensible, asimismo, asimilar que alguien en pleno veranillo se acerque con una par de bolsas de desechos y las arroje a… las dos de la tarde. El ‘solajero’ y el paso de las horas antes de la recogida harán el resto. ¡Ya me entienden!

Agüita agüita

Ya podemos insistir con lo de la sequía que los desaprensivos-as –y “más listos que nadie”- hacen como que la cosa no va con ellos. El líquido elemento también se ahorra, oigan, y podemos comprobar, pasmados, cómo se derrocha con el lavado del coche; máquina que puede esperar y que con un minuto a presión tiene más que suficiente.

Hemos sido testigos de “gente” que persiste durante horas en los trenes de lavado sin importarles un pimiento que “llueva sobre mojado” sobre su mimado vehículo. Lo vamos a pagar todos.

¡No me lo llevo a casa!

También es evidente que cuando se cita aquí a menudo la cocina sostenible siempre llevará implícita la voluntad de contribuir a conseguir el objetivo de “desechos cero”. Cuando vamos a comer fuera y en nuestros hogares. Hubo una época, si recuerdan bien, que el “compinche” necesario era nuestro perrito o mascota y solicitábamos que nos envolvieran la comida sobrante en un papel platina. ¡Para Toby!

La propensión a pedir más de lo que vamos a consumir es tan normal como también la normalización de llevarnos con nosotros lo que no hemos podido consumir; ya son tiempos de parapetarnos en Toby pues se da por innegociable que el aprovechamiento está por encima del ‘recato’ y la tontería que rezuma alguna fauna humana en estos asuntos vitales. Antes de que esa comida termine en el contenedor de la basura  exijamos la correspondiente cajita bien preparada para evitar tal despropósito.

Por lo menos un buen sabor de boca

No iba a despedir el escrito con estos trazos de la intolerancia que practica un porcentaje de vecinos y vecinas digamos que lo suficientemente alto como para no pararnos a reflexionar acerca de lo inadmisible que es no atender a razones en las mencionadas situaciones.

Ya me puede encantar expresar a continuación, como indicaba, el estupendo rato que transcurrió cuando paseaba por la Rambla el Día de Santa Cruz, este 3 de mayo. Una vez más me recreé, a modo de tradición, observando los detalles de las Cruces a lo largo de una Rambla abarrotada de personas.

Los diseños propuestos por los centros educativos, montados con toda la minuciosidad por el alumnado, alientan  y mucho no solo por la imaginación a la hora de exponer cada temática, además de emblemas de nuestra tierra, sino específicamente por los materiales a los que se ha recurrido para ornamentar cada Cruz en particular.

Pormenores en los conjuntos artístico-florales susceptibles de ser debidamente reciclados. Así da gusto desde luego. Mensajes claros de respeto al medio ambiente con elementos divertidos y vistosos (como las mini-bombillas pintadas para recrear los peces de nuestras aguas atlánticas); una vez que hayan cumplido con su misión, terminarán en el correspondiente contenedor de reciclado.

Perdonen y antes de despedirme: ¡bájeme el volumen de ese reguetón cristiano! ¡Que ya no es hora!