En la calle Anzofé, en pleno corazón de La Isleta, sobrevive un espacio que nada tiene que ver con el nuevo modelo de barrio que se impone a golpe de alquiler turístico y precios imposibles. Se llama El Taller, y es un centro social autogestionado donde no se mueve dinero más allá de lo justo para mantener las puertas abiertas. Aquí no hay sueldos ni beneficios: lo que entra se reinvierte en la comunidad.
Cuando llegamos, Paco Hernández, profesor jubilado y uno de los impulsores del proyecto, enseña castellano a un grupo de seis jóvenes migrantes. Repasan verbos, toman apuntes y bromean entre sí en un español que avanza rápido. “Cumplen 18 años y los sueltan a la calle, sin recursos ni orientación. Nosotros hacemos lo que podemos: ayudarles con trámites burocráticos, acompañarles, darles clases y comida. Lo que la Administración debería hacer y no hace”, explica José, conocido en el barrio como el 'Carabrecol'.
Autogestión sin lucro
El Taller se organiza en asambleas y se sostiene con actividades propias. La más emblemática es el comedor popular vegano de los jueves, reservado a socios y con un menú completo a precios asequibles. “La comida vegana se ha convertido en un lujo. Nosotros queremos que esté al alcance de cualquiera”, apunta José.
Además de la comida, el espacio sirve para todo: ensayos de música, mercadillos, charlas, conciertos acústicos y eventos LGTBQI+. Pancartas en apoyo a Palestina y mensajes antirracistas cubren las paredes, dejando claro que se trata de algo más que un comedor: un lugar de resistencia en un barrio que cambia demasiado deprisa.

Frente al racismo
No todo ha sido fácil. En un contexto donde crecen los discursos de odio, El Taller ha tenido que soportar insultos y alguna agresión aislada. Aun así, sus impulsores no se han movido un ápice. “Aquí hemos visto comer juntos a canarios, senegaleses y marroquíes, con música heavy de fondo y comida vegana en la mesa. Ese es el verdadero sentido de comunidad”, resume José.
La mayoría del vecindario valora el espacio, aunque reconocen que cuesta atraer a más isleteros de toda la vida. “Nos gustaría que los vecinos participaran más en la asociación, pero cuesta. Viene mucha gente de fuera y de diferentes edades, pero el barrio a veces se mantiene al margen”, admite con cierta resignación.

Refugio comunitario
El Taller nació de la urgencia, cuando decenas de migrantes quedaron desamparados en el barrio tras la masificación del Canarias 50, en 2021. Aquel gesto inicial de repartir comida y agua en El Confital creció hasta convertirse en un centro donde hoy se sigue defendiendo la solidaridad como un valor político.
En un barrio marcado por la gentrificación, donde cada vez es más difícil alquilar una vivienda, El Taller representa lo contrario: un espacio abierto, sin ánimo de lucro, que apuesta por la vida comunitaria frente al individualismo. “Nunca pensamos en el futuro a largo plazo. Seguiremos haciendo lo que podamos, y si alguien trae nuevas ideas, aquí tendrá sitio”, concluye José.
Mientras tanto, en una de las mesas del local, los jóvenes migrantes siguen conjugando verbos. En su esfuerzo por aprender español se resume el espíritu del Taller: construir futuro desde lo colectivo, aunque la ciudad avance en dirección contraria.