Alfonso Armada: "A veces los periodistas, en vez de ayudar a entender el mundo, lo hacemos ilegible"

Alfonso Armada es periodista y cubrió el cerco de Sarajevo y el genocidio de Ruanda. También fue corresponsal en África y Nueva York

Irene Cartaya / Marcos Moreno

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Alfonso Armada, periodista, escritor y dramaturgo. / Cedida
Alfonso Armada, periodista, escritor y dramaturgo. / Cedida

Alfonso Armada (Vigo, 1958) es un reputado periodista y escritor español que ha estado destinado como corresponsal en diferentes países. Estados Unidos, Ruanda, Sudán, República Democrática del Congo y Bosnia han sido destinos donde ha cubierto hechos históricos como el cerco de Sarajevo o el genocidio de Ruanda. Sobre el futuro de la Guerra de Ucrania prefiere no pronunciarse porque dice que "cuando los periodistas hacemos vaticinios es cuando más nos equivocamos". "Depende de muchísimos factores que no puedes controlar", agrega.

Esta semana ha visitado Gran Canaria para participar en Protocolo del quebranto, un evento donde se celebran varias mesas redonda para debatir en el Auditorio Alfredo Kraus. Él participó este martes en una de ellas con otros compañeros del oficio como Montserrat Domínguez, Alfonso Armada, Rosa María Calaf, Ebbaba Hameida y Nicolás Castellano

[Pregunta] ¿Qué no le puede faltar nunca a un corresponsal de guerra en su mochila?

[Respuesta] Creo que lo mismo que a un reportero de información local, a un reportero de información parlamentaria, económica o deportiva: curiosidad, humildad, rigor, pasión por contar y muchas lecturas. Es verdad que hay géneros, estilos, tipos de periodismo… pero el buen periodismo siempre es el mismo, da igual desde dónde lo hagas. 

Hacer información local, por ejemplo, quizás no es tan arriesgado como enfrentarse a una guerra, pero las presiones políticas y de otra índole también existen. La información local es muy complicada pero también creo que a la gente le interesa muchísimo. De hecho, pasa en las elecciones, la gente vota con mucho más conocimiento en las elecciones locales porque suele conocer a los candidatos. 

Respecto a la universidad, ¿entre los alumnos de las facultades de periodismo la información local está infravalorada?

Sí. Hace mucho tiempo que hice la carrera y la verdad es que —aunque no es solo achacable al periodismo, sino a todas las carreras— la distancia entre la realidad de la vida y lo que te enseñan en las facultades deja mucho que desear. Esto no quiere decir que todo el aprendizaje tenga que ser práctico, me parece muy bien todo el complemento vitamínico que puede ser la filosofía, historia, geografía o psicología; pero creo que hay un desconocimiento de la profesión. 

En general, entre los compañeros hay un cierto desdén hacia la información local, lo ven como algo secundario. Pero me parece que las historias que puedes ver en tu ciudad pueden ser tan apasionantes como irte a Ucrania o a Burkina Faso. Basta con meterse en barrios donde existan comunidades de inmigrantes, barrios degradados de la ciudad o barrios donde el nivel de vida sea altísimo, hay muchísimas historias a escala local. 

Por tanto, la información local tiene que cuidarse más porque es una escuela de grandes reporteros y periodistas porque tienen mucha presión de anunciantes, políticos y muchos sectores interesados en que solo aparezca el aspecto más favorecedor y que no aparezcan sombras o dudas. 

Ucranianos delante de un edificio dañado por bombas rusas en Jersón. /EFE
Ucranianos delante de un edificio dañado por bombas rusas en Jersón. /EFE

"En España hemos regalado la información"

¿Ve similitudes entre Sarajevo y lo que está pasando en Ucrania?

Se suele escuchar entre reporteros y enviados especiales que todas las guerras se parecen y es verdad que hay rasgos semejantes pero todas las guerras son distintas. La obligación del enviado especial es tratar de explicar al máximo el contexto, los antecedentes, la historia, la geografía…

Hay rasgos comunes en todas las guerras, sin embargo. El horror, el dolor, el sufrimiento son indistintos y parecidos y las razones que esgrimen los que combaten también varían de un lugar a otro. La tecnología que se utiliza para matar también es distinta aunque es curioso que está guerra tenga rasgos que muchos comparan con la Primera Guerra Mundial —las trincheras, la artillería, la lucha cuerpo a cuerpo—. 

Además, creo que el papel que están jugando las nuevas tecnologías es muy importante también y me inquieta mucho que prácticamente todos los medios hagan tanto hincapié en las redes sociales y la inmediatez porque esto perturba mucho la mirada. La mirada del reportero y del lector porque esto de generar constantemente contenido —o supuestamente contenido— para redes sociales al final lo que potencia es la inmediatez, la velocidad y al mismo tiempo el impacto emocional y esto no contribuye a entender las cosas. Las historias de la guerra son muy complejas necesitan mucho espacio y tiempo para ir, ver, escuchar, verificar, escribir, cuidar, repasar, corregir y buscar buenas fotos para que la historia tenga sentido. 

Cuando veo un telediario un minuto para una crónica desde Ucrania, me parece prodigioso que alguien sea capaz de hacerlo. Creo, además, que esta ansiedad por comprimir todo lo que hace es introducir más ruido, más distorsión, mucha emoción y poco entendimiento. Al final esto banaliza la información y lo convierte en una especie de fuegos artificiales que pueden ser llamativos en un momento pero pueden deslumbrar más que iluminar. 

La famosa sobreinformación… 

Es que no es sobreinformación, es desinformación, saturación y lo que provoca también es desentendimiento. Mucha gente piensa que picoteando en internet un ratito tienes una idea aproximada y no es así. Lo decía Ignacio Ramonet, antiguo director de Le Monde diplomatique, informarse cuesta, le cuesta al periodista y le cuesta al lector que quiere estar informado. No se puede contar la guerra de Ucrania en un minuto, no se puede. 

Entonces ahí ayuda, primero, los buenos periódicos, buenos periodistas, pero también los libros, los documentales. El  mundo es complejo y todos andamos con la lengua fuera y la sensación, ahora que hay tantas herramientas, es que el mundo se ha vuelto más complejo, más ruidoso y más incomprensible. Y a veces los periodistas, en vez de ayudar a entender el mundo, lo estamos haciendo más ilegible. 

¿Piensas que la culpa de esto la tiene el periodista por malacostumbrar al ciudadano o este por buscar el contenido fácil de consumir?

Creo que la culpa está repartida. No es únicamente de los periodistas ni de los jefes o dueños de los medios, sino también de los ciudadanos. Es decir, nosotros muchas veces transigimos haciendo informaciones sin tiempo porque así funcionan los periódicos, prima la cantidad sobre la calidad. 

Y por parte de los lectores también. Hay muchos lectores que no tienen interés, entonces creo que tenemos que pensar en que si quieres tener mucho impacto y lectores o influencia, al final acabas degradando la propia calidad informativa. 

La buena información es cara, necesita tiempo y lectores que quieran saber. Tienes que ver a quién te diriges y buscar lectores cómplices que quieran saber. Pero esto lo encuentras a lo mejor en la revista The New Yorker que tienen redactores que se van un mes y después de hablar con un montón de gente regresan a su casa y dedican un tiempo largo a escribir un reportaje que a lo mejor tiene 10.000 o 20.000 palabras. Esto es carísimo y necesitas gente dispuesta a pagar por eso. 

Otra cosa que hemos hecho muy mal en España es que hemos regalado en internet la información y mucha gente piensa que esta tiene que ser gratis, esto es una gran falacia. 

Imagen de archivo que muestra a las Torres Gemelas en llamas después del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. /EFE
Imagen de archivo que muestra a las Torres Gemelas en llamas después del atentado del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York. /EFE

"El análisis más equivocado vino del Kremlin"

¿Se ve el final de la guerra de Ucrania? 

Creo que cuando los periodistas hacemos vaticinios es cuando más nos equivocamos. Trato de analizar las cosas según lo que sabemos hasta el momento y los antecedentes y de ahí ver un poco por dónde pueden ir las cosas, pero no me atrevo a hacer ningún vaticinio. Depende de muchísimos factores que no puedes controlar.

Lo que sí está claro es que el análisis más equivocado de esta guerra vino del Kremlin cuando pensó que en tres días el gobierno ucraniano se iba a desmoronar como un castillo de naipes y al final la comunidad internacional aceptaría los hechos como pasó en Crimea. Esto ha sido un error de cálculo por parte de Putin. 

Estuviste en Estados Unidos cuando ocurrieron los atentados contra las torres gemelas, ¿cómo cambia la mentalidad norteamericana en una ciudad tan cosmopolita como Nueva York tras esto? 

No solo cambió la mentalidad de Nueva York, sino de todo Estados Unidos. Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial solo Pearl Harbor fue atacada, unas islas alejadas del territorio continental norteamericano y tenían la sensación de ser un país invulnerable —por sus propias dimensiones o la potencia de su ejército—. Entonces, cuando los que idearon los atentados derribaron las Torres Gemelas en 102 minutos y atacaron el Pentágono, demostraron —con las propias herramientas del poderío tecnológico norteamericano— esa sensación de vulnerabilidad caló en la sociedad del país. 

Esto cambió la política internacional y algunos de los estragos del miedo y de la desconfianza se han convertido en parte de la vida cotidiana. Lo más llamativo son los aeropuertos donde nos hemos convertido todos en sospechosos y nos tratan como presuntos delincuentes o terroristas. Creo que la actitud de Estados Unidos después de los atentados, cuando al final eligió la venganza y no la justicia y decidió invadir Irak bajo presupuestos falsos, hizo mucho daño. 

Soldados ucranianos en una calle de Jersón. /EFE
Soldados ucranianos en una calle de Jersón. /EFE

"No volvería a Nueva York"

De todos los sitios donde has estado, si tuvieras que volver, ¿a dónde no volverías?

A Nueva York. Me encanta Nueva York, disfruté mucho de la ciudad y me gusta mucho Estados Unidos, pero se me ocurren mil lugares a los que ir antes que a Nueva York. Aunque el país se ha vuelto bastante antipático, sobre todo desde tiempos de Trump. 

Otros lugares a los que no volvería es a Kinsasa, capital de la República Democrática del Congo. Era un lugar, en tiempos de Mobutu, muy inhóspito y desagradable, muy terrible. Pasar todos los controles de aduanas y panda de militares y policías corruptos dedicados a estrujarte como sanguijuelas…. Sin embargo, me encantaba visitar el Congo a pesar de todo, así que volvería si pudiera. 

¿Estabas más cómodo a pie de campo que en una redacción?

Nunca me he sentido cómodo siendo reportero de guerra, aunque he cubierto unas cuantas. Lo que intentaba hacer cuando estaba, por ejemplo, en Sarajevo, era hablar con las compañías de teatro para ver qué hacía un grupo de actores en la ciudad. Intentaba hacer periodismo local porque me parecía que así la gente entendería lo que era lo que era vivir en una ciudad sitiada y en guerra. Esa es una de las labores del periodismo: ponerse en el lugar del otro e intentar que el lector lo haga. 

¿Cómo enfrentar una entrevista a una persona que está siendo o ha sido víctima de la guerra?

Igual que cuando entrevistas aquí a alguien que ha llegado en una patera, que no tiene permiso de residencia, tiene hijos a su cargo y que tiene que hacer colas inmensas y vive en circunstancias tremendas. Con la misma curiosidad y el mismo respeto por el otro. Por ejemplo, en Bosnia entrevistamos a unas mujeres violadas, ¿cómo enfrentar una entrevista a una mujer que ha sido usada como arma de guerra y humillada? Sabías que las preguntas, aunque fueran delicadas, iban a remover algo que era profundamente doloroso. Tienes que hacerlo de la manera más respetuosa posible. 

La fórmula tiene que ser siempre la misma: respetar al otro, escucharle, no tergiversar las palabras y utilizar las que mejor reflejen la historia. Hay que dejar de lado todo patetismo y eliminar, aunque no del todo, los adjetivos. Que el lector saque sus conclusiones, sin orientar su mirada. Si es una historia tremenda, esta tiene que hablar por sí misma. 

Un hombre observa los nombres de las personas asesinadas durante el genocidio en Ruanda, en el Centro Conmemorativo del genocidio en Kigali (Ruanda). /EFE
Un hombre observa los nombres de las personas asesinadas durante el genocidio en Ruanda, en el Centro Conmemorativo del genocidio en Kigali (Ruanda). /EFE

"La memoria, en general, es muy corta"

¿Qué historia te hubiera gustado no contar nunca? 

Algunas que escribí en África, sobre todo en Liberia, cuando vi cómo mataban a una persona delante de nosotros a sangre fría. O en Ruanda cuando me encontré con una masa de cadáveres enorme tras una matanza del día anterior y vi un brazo que se movía en medio y no hice nada. Estaba con unos soldados italianos —que eran los que tenían los vehículos y las armas— y hablé con el capitán, pero no hizo nada. Me habría gustado no contarlo, pero forma parte de la experiencia vital y está ahí. Me acompañará hasta que me muera. 

¿Crees que la Comunidad Internacional ha olvidado demasiado rápido el genocidio de Ruanda? 

El genocidio de Ruanda, la guerra de Bosnia… La memoria, en general, es muy corta. Hay un componente, sobre todo, de protección para evitar que nos quedemos enterrados en el luto y dolor, preferimos apartarlo.

Ha pasado con la COVID-19. La sociedad ha decidido que este tema es muy doloroso y no quiere saber nada de ello. Esta relación con la muerte dice mucho de nuestra relación con la vida y de nuestra calidad moral. Las historias se acaban olvidando y acabamos cometiendo errores otra vez. 

Ahora mismo en Ruanda hay un régimen en el que Paul Kagame tiene todo el poder. Es un régimen que tiene lazos muy valiosos con el mundo anglosajón y estos miran hacia otro lado respecto a los abusos sistemáticos de los derechos humanos y la eliminación física de disidentes tanto en suelo ruandés como en países limítrofes. Igual que pasa con Ruanda, qué pasa con la República Centroafricana, con Burundi, Somalia, Sudán del Sur… Hay muchos países de los que no se habla. 

Hay otro problema también, un problema que tenemos los periodistas y explica quizás el porqué la gente ha dejado de leer periódicos o de informarse. Hacemos demasiado hincapié en los aspectos negativos y no contamos historias positivas que forman parte de la compleja realidad. Creo que hay parte de razón en esto porque el retrato que hacemos al final de África es un retrato en blanco y negro, muy simplista y la sensacion es que solo ocurren cosas horrosas en africa y no es así, es muy injusto. 

Miles de piezas de huesos de las personas asesinadas en 1994. /EFE
Miles de piezas de huesos de las personas asesinadas en 1994. /EFE

"Hace falta lectores dispuestos a pagar"

Justo mencionabas la migración en Canarias, ¿estamos informando correctamente sobre esta? 

Está la saturación de la compasión. Cuando estás constantemente hablando de historias trágicas, al final la gente, como mecanismo de defensa, las ignora. Como periodistas nuestra obligación es seguir contando lo que pensamos que es relevante, aunque es verdad que cuando una historia se repite es inevitable crear cierto automatismo.

El problema de la información es que en sí tiene algo profundamente obsceno porque, por una parte, es información que creemos importante para entender el mundo y, por otro lado, está el espectáculo y el entretenimiento. Cuando una historia se repite, dejas de prestarle atención y la gente se aburre. Entonces, los periodistas también estamos metidos en este carrusel de generar historias que sean interesantes, atractivas y nos den una visión más completa de la realidad. 

Es un dilema porque hay que buscar nuevos ángulos para seguir contando la historia y que siga siendo relevante. 

¿Cuáles son los mayores desafíos que tiene en la actualidad el periodismo?

Creo que los de siempre, los desafíos siempre son los mismos. Hacer buena información, tener buenos periodistas y bien pagados que cuenten historias que nos ayuden a entender el mundo y después encontrar un modelo de negocio que nos ayude a desarrollar esto. Para ello hace falta lectores dispuestos a pagar por la información, lectores que se den cuenta de que es imprescindible estar bien informado sobre lo que pasa en el mundo.