El agradecimiento de Javier Sierra a Teruel como Hijo Predilecto, "cuestión de identidad"

El título del discurso del Premio Planeta de Novela 2017 en la ciudad turolense condensa lo que todos debemos a nuestras "patrias chicas". Allí estuvo Canarias.

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Fran Belín

No hay que ser de "otros mundos" para que un buen día -en todos los sentidos-, cuando te encuentras con la Amistad, ésta atesore lo mejor del ser humano que hay en nosotros. Eso me ocurrió con este ser humano y literato ejemplar, esposo y padre de familia, hijo pendiente de sus padres,... y sembrador de facilidades a lo que es vivir sin aristas con todo aquel que se encuentra.

Javier Sierra me invitó a acudir a su ciudad natal, Teruel, donde el pasado mes de septiembre le brindaron uno de esos homenajes que -hablo sólo del acto, no del trasfondo- me sobrecogieron. Se puede entender, en muchas reivindicaciones el "grito de guerra" de "Teruel existe". ¡Pero vaya si Teruel existe!

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Artesonado mudéjar de la Catedral turolense | Francisco Belín


La iglesia de San Pedro de la capital turolense acogió ese acto institucional que provocaba la emoción en todos sus pasos. La emotividad se palpaba y yo, en particular, vivía unos momentos de verdadero privilegio de la Amistad y del reconocimiento de una tierra, una ciudad, unos turolenses entregados al Hijo que, es cierto, logró el Premio Planeta de Novela 2017 con "El fuego invisible".

Con los previos del restaurante Yaín, en el centro histórico -en lo que me extenderé en el Canal de Gastronomía- y la visita a la Catedral para contemplar los artesonados mudéjares, el mensaje de Sierra en su discurso de agradecimiento fue el centro neuráligo, para mí, de un desplazamiento fugaz e inolvidable, desde Tenerife a las tierras mágicas y de gente acogedora.

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Casco histórico: prodigio de arquitectura | Francisco Belín


Reproduzco ese discurso porque tiene mucho de lo que yo interpretaría como "valores" -entrecomillo porque ya no son tan patentes ni palpables en nuestra sociedad actual- y porque reflejan el alma de un hombre admirable, que busca ductilidad a la curiosidad de entender lo que se ve diáfano y lo que, aparentemente, no tiene explicación.

Las palabras dirigidas a los que completábamos el aforo de la iglesia de San Pedro se basaban en un pilar claro y diáfano: 

Cuestión de identidad. Javier Sierra discurso pronunciado durante el acto de reconocimiento como Hijo Predilecto de Teruel. 19 de septiembre de 2018.

Gratitud es un término que se queda corto. En este momento ser reconocido por los tuyos en un acto como el que nos ha reunido aquí no solo es algo excepcional en la vida de una persona sino también el testimonio de una enorme generosidad por parte de la ciudad que lo concede.

Hoy soy hijo predilecto de Teruel pero también un hijo pródigo que regresa a casa, siempre que puede, con el ánimo de ayudar a dar esplendor y esperanza a los suyos. Un compromiso que hoy no puedo sino renovar.

En mi caso, lo saben bien mis padres que están presentes aquí, dejé esta ciudad en el verano en el que iba a cumplir 15 años. Creedme: nunca he llorado tanto como en aquellos lejanos días. En ese final de curso de 1985 dejaba atrás, empujado por circunstancias familiares, mis recuerdos de infancia, mis primeras incursiones en la radio, mis amigos de la Biblioteca Pública, mis compañeros y maestros del colegio y de los campamentos de verano en Albarracín, y todas aquellas pequeñas y grandes cosas que durante los primeros tres lustros de vida configuraron mi  identidad como persona.

Y es precisamente de identidad de lo que quería hablaros esta tarde.

Todo lo que somos se fragua precisamente durante esos primeros años de vid. Es ahí donde construimos buena parte de la leyenda personal que definirá como seremos del resto de nuestra vida. La mía, por cierto, tuvo algo de profética. Tomó cuerpo "al otro lado del Viaducto", expresión muy turolense entonces, en el edificio donde hoy se encuentran los estudios de la Cadena SER, en una noche de tormenta, rodeado de monjas, en lo que fue la antigua maternidad.  Nadie podía imaginar entonces que las noches misteriosas, la radio y hasta las monjas -como mi querida sor María de Jesús de Ágreda, protagonista de mi primera novela- serían claves en el futuro de aquel bebé.
Rainer María Rilke, uno de los poetas más importantes en lengua alemana, escribió que la verdadera patria del hombre (y de la mujer) es la infancia. Como ya supondrán, no puedo estar más de acuerdo con esa de sentencia. La infancia que me tocó vivir en Teruel fue excepcional. Crecí en un lugar en el que los niños podían ir solos, desde muy pronto, al colegio. Recorrer el Carrel rumbo a la Ciudad Escolar en las mañanas de aquellos inviernos fríos de los 80 era maravillarse a pasar bajo el último de los arcos huérfanos del Acueducto, pero también asombrarse ante la infinita escalinata que conduce al cementerio y que a mí, siendo tan pequeño, se me antojaba como una enorme infinita "Escalera de Jacob". Ya sabéis: esa que, según la Biblia, soñó el patriarca bíblico camino de Harrán, y por la que dijo haber visto descender ángeles del cielo.

Desde entonces mis ojos siempre han mirado más arriba que abajo. Y en eso, como no, tiene mucho que ver esta ciudad. Aquí aprendí a mirar las estrellas, e incluso a maravillarme con la Vía Láctea, que todavía es visible en sus noches más oscuras. Aquí imaginé el perfil de fieros dragones bajo Las Arcillas, a las afueras de mi barrio, junto a la destartalada fábrica de ladrillos donde mi padre me enseñó a montar en bicicleta. Entonces nadie hablaba de observatorios ni de dinosaurios, pero la imaginación de aquel pequeño Javier, que veía a Carl Sagan y a Jiménez del Oso por la tele, ya estaban rondando los elementos que configurarían el futuro de estas tierras.

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El Torico, que da nombre a la plaza neurálgica del casco antiguo | FB


En Teruel, por supuesto, fundé mi primer periódico, "EL DIARIO DE CASTRALVO", un émulo en cuaderno de rayas de "DIARIO DE TERUEL", que rellenábamos mi hermano Jorge y algunos amigos de los chalets cercanos en un merendero. Fue también el tiempo en el que di mis primeros pasos en la comunicación, en un programa radiofónico de las matinés de los sábados llamado Peques Superpop. Los domingos por la mañana, cuando las calles del centro se quedaban vacías, mi amigo Carlos Muñoz y yo dibujábamos a lápiz sus monumentos. Aquí asistí a mis primeras conferencias e incluso soñé con darlas algún día. Y, por supuesto, aunque nunca lo haya confesado, no muy lejos de la Iglesia iglesia de San Pedro escribí mis primeros libros. Son -lo aviso por mis editores de Planeta, que también me acompañan hoy- obras que nunca daré a imprenta como "El triángulo de la muerte", "El misterio jamás resuelto por el hombre" o "El fantasma del castillo de Fontainebleau. Cuentos ilustrados y encuadernados que redacté con apenas 10 años y que algún día -eso sí- descansarán en el legado que lleva mi nombre y que se está construyendo desde hace más de una década en nuestra Biblioteca Pública.

Todo esto, pues, forma parte indisoluble de mi identidad. De mi paraíso más íntimo. Pero también del vuestro. Nunca me cansaré de animaros a rebuscar en la infancia el fogonazo de genialidad con el que todos llegamos a este mundo. Esa luz que nos acompaña desde niños como la estrella del escudo de Teruel lo hace con el toro. Pablo Picasso lo confirmó cuando dijo que "todo niño es un artista". El problema es seguir siendo un artista cuando creces. Yo creo firmemente en eso. En el talento que late en cada ser humano y que se manifiesta cada vez que esa identidad profunda se cultiva y se estimula adecuadamente.

Teruel y su provincia han dado pruebas de muchas infancias fecundas. Las vacaciones que Luis Buñuel pasaba en su Calanda natal lo llevaron, dijo en alguna ocasión, a interesarse de forma casi obsesiva por los insectos. No es de extrañar que terminara por convertirse en un entomólogo del alma humana a través del cine. O qué decir de Segundo de Chomón, que creció en estas calles al lado de un padre médico aficionado a la fotografía -una rarísima pasión a finales del siglo XIX y que acabó siendo uno de los pioneros del cine, junto a George Méliés. O de Antón García Abril, aquí presente, querido Hermano Predilecto desde hoy, que siempre ha sabido cómo captar en el éter, en las nubes, en eso tan invisible que es la imaginación, sus maravillosas composiciones, y ha obrado la magia de hacerlas descender a tierra para compartirlas con nosotros.

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Exposición de obras de Sierra junto a otros Premios Planeta | FB


Aunque, por suerte para el justo equilibrio que debe imperar en el Universo, no todos somos hijos "en las nubes". También tenemos hermanos brillantes con los pies muy en tierra, como Manuel Pizarro, con quien hoy me honra también compartir este honor de Hijo Predilecto, y que tan presente ha tenido siempre las necesidades más materiales de una tierra tan necesitada como la nuestra.

Todos ellos, de un modo u otro, cada uno a su manera, vislumbraron esa escalera de Jacob que conecta el talento y lo mundano, el cielo y la tierra, en estos pagos.

Quizá nuestro secreto -si es que en esto hay alguno-, es que en Teruel solo se vence si se desarrolla esa misión especial que nos permite superar las dificultades y que invita a desarrollar una personalidad imaginativa.

En definitiva, quiero creer que me distinguís como Hijo Predilecto porque he conservado intacto el alma de aquel niño curioso que dejó Teruel, sin irse nunca del todo, hace 33 veranos. Un niño al que no le hace falta imaginación para seguir recorriendo la plaza del Torico a diario, cuando quiere, y vislumbrando historias de dragones y caballeros en cada rincón. Un niño, en definitiva, que un día soñó con ser Premio Planeta de Novela... pero, que ya véis, jamás imagino recibir el honor que hoy me concedéis.

Gracias

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Como he podido avanzar, creo que un ejemplo de un hombre universal que proyecta el amor y reconocimiento por su tierra y cuyo discurso sirve de modelo para todas las patrias chicas que tenemos en el corazón. Yo sumo a Teruel como una de ellas.

Sólo hacer hincapié en que la ovación para la persona y escritor, Hijo Predilecto de Teruel, se prolongó por varios emocionantes minutos.