La invasión de los bárbaros, por Farruqo.
La invasión de los bárbaros, por Farruqo.

La invasión de los nuevos bárbaros

Sin educación no hay nada que frene a la mentira ni a la malandanza

Resistir y proyectar. Asombrarse y seguir creando. Recordar y comenzar de nuevo. No dar nada por sentado y saber que el mundo que ves es el único que existe, y que si existe es justamente porque tú puedes verlo. Cambiar y no dejar que nadie nos robe nunca la esperanza. A veces nos piden que demos consejos o que analicemos la realidad con la experiencia de los años, y lo único que se me ocurre es volver a repetir que lo que se aprende nos vale para saber que casi todo se repite y que la serenidad que dan esos años quizá sirva para saber detenerse de vez en cuando, analizar y no dejar que nos atropellen los acontecimientos; pero que luego todas las teorías se vuelven papel mojado si uno no es capaz de empezar de nuevo y de navegar las aguas que nos encontramos cada vez que nos despertamos. Esas aguas nunca son las mismas, como ya aprendimos de Heráclito, y no solo porque no se detengan sino porque hay días en que llegan tan turbias que uno tiene que navegar por ellas jugándose más de una dentellada.

Estos días, uno tiene ese sensación extraña de saberse rodeado de malajes y malasombras por todas partes, y de tener que lidiar con ellos, vencerlos, y esperar que el tiempo haga su trabajo y vaya, poco a poco, colocando las cosas y dejando que caiga por su propio peso inevitable lo que tiene que caer lejos de las estrellas. Sucede aquí y sucede a miles de kilómetros de distancia, una distancia que además sabemos que ya no existe porque al final te encuentras a los bárbaros en la puerta de tu casa y también en el fondo de todas las pantallas. Pero nadie llega de repente.

Todos esos bravucones que están apareciendo ahora en cada uno los puntos cardinales del planeta siguen llegando porque a la educación la hemos dejado caer cada día más abajo, y sin educación no hay nada que frene a la mentira ni a la malandanza, ni tampoco puede haber pensamiento crítico o empatía, y también es mucho más difícil tener capacidad para reinventarse y cambiar lo que se tiene delante. Cada vez la hunden un poco más, la maltratan en todos los presupuestos y además llenan de pantallas las aulas en lugar de llenarlas de palabras, y si ya nosotros, que tuvimos la suerte de individualizarnos con nuestros conocimientos, nuestros juegos y también nuestros fracasos, estamos despistados, imaginen todos esos niños que no escapan de la tentación de la máquina ni siquiera cuando están en el aula.

Esa falta de concentración es la que pone todo fácil, el bombardeo de noticias que no tenemos tiempo de procesar y de acontecimientos que se atropellan hasta dejarnos exhaustos. Son los tiempos que nos han tocado, es cierto, pero los tiempos también los podemos cambiar con nuestras actitudes, nuestras costumbres y nuestros proyectos. Apretamos los dientes cada día, pero no podemos olvidar la siembra de nuestros sueños y la lucha por ellos. Esa guerra, que no sale en sus pantallas, acontece en nuestros entornos y en nuestros adentros. Quizá sea en esos predios cercanos que todavía nos pertenecen donde podamos encontrar el freno a esa carrera alocada hacia el abismo al que quieren llevarnos los nuevos bárbaros.