Esta mañana repicaban las campanas en Vegueta. Uno agradece los repiques de campanas. Siempre fueron el sonido de la fiesta, de los domingos y de las grandes celebraciones. Nada que ver con los toques de muerte que entristecían el sonido de las calles de mi infancia. No sabía por qué repicaban hasta que a los pocos minutos leí que Eloy Santiago era nombrado obispo de Tenerife. Imagino que esa era la razón del repique.
Conozco a Eloy desde hace cuarenta años. Es vecino de mi calle. Su padre regentó la tienda de esa calle durante mucho tiempo y él era un niño que andaba por Vegueta escribiendo ese destino que ahora le lleva al Obispado. No valoro a las personas ni por sus cargos, ni por sus logros, y me da miedo cuando suben porque como periodista he sido testigo de muchos atontamientos y de muchas transformaciones negativas e inesperadas. No creo que sea el caso de Eloy. Hablo mucho con él y jamás hemos tocado la religión. Es buena gente y uno se queda un poco más tranquilo sabiendo que sus mensajes no tendrán nada que ver con los del anterior obispo de Tenerife.
Eloy Santiago es un hombre solidario, muy implicado en todo lo que tiene que ver con la ayuda a los desfavorecidos y a los inmigrantes. Su coche es el que conducía su padre hace más de cuarenta años y en Vegueta sigue siendo ese hombre tímido, con cara de buena gente, con el que siempre terminas cruzando unas palabras.
Hace pocas semanas falleció su madre. Se la echa de menos cuando se mira a la azotea de su casa. El padre de Eloy se vino de Valleseco a abrir esa tienda en Vegueta y trabajó de sol a sol para pagarle carrera a sus hijos y para sacarlos adelante. Donde quiera que estén, esa madre y ese padre se sentirán hoy muy orgullosos de ver dónde ha llegado su hijo en su camino vocacional, porque me consta que Eloy está donde está por ese compromiso con los demás y por entender la vida como un compromiso solidario.
Como digo, hablo del lado humano, del vecino de mi calle, y me alegra, como con el actual Papa, que en un mundo cada día más poblado de pendencieros y arribistas en muchos puestos importantes, haya gente con esa mirada humanitaria. Se fue a estudiar a Italia y ha trabajado en Hispanoamérica y en África, y en la isla ha estado principalmente en pequeñas iglesias donde poder estar más cerca de la gente. En unos días se mudará de calle, pero uno se alegra de que a la gente buena la vida le regale esos lugares desde donde poder contribuir a que el mundo sea un lugar un poco más habitable.