El comer es un ritual. Cada persona lo lleva a cabo a su manera, con sus códigos, sus reglas y sus tiempos. Comer en casa es diferente a elegir la mesa perfecta en un restaurante cualquiera o que pensar qué lugar de la barra es mejor cuando las habilidades sociales brillan por su ausencia. Comer en casa es diferente. Puedes levantarte de la mesa las veces que necesites —o las que la mala memoria te obligue—, no importa si bebiendo vino se te caen unas gotas o la copa entera en la camiseta, estás en tu casa, puedes lavarla de manera inmediata. Comer en casa es diferente. Pero comer en un bar o un restaurante requiere de cierta técnica.
Comer en un restaurante a solas tampoco es lo mismo que hacerlo en compañía. No sería buena idea pedir unos espaguetis en una primera cita si no dominas la técnica y que llevar la pasta del plato a la boca se convierta en un deporte de riesgo, sobre todo cuando quieres limpiarte y te das cuenta que la única servilleta de la mesa ya la habías usado y lo del servilletero forma parte de un recuerdo cada vez más lejano. "Vaya pringue", piensas entonces.
¿Dónde están las servilletas?
"¿Me puedes traer un servilletero?", preguntas. "Te puedo dar servilletas". Es la canción de fondo que se escucha en muchos establecimientos hosteleros. La COVID-19 sigue causando estragos. Cuando la pandemia estalló, una de las primeras medidas de higiene fue retirar aquellos elementos de uso común que pudieran propagar el virus. Los servilleteros se quitaron de las mesas y se sustituyeron por servilletas individuales.
Pero como todo, el trasfondo puede ser mucho mayor, según algunos propietarios cada céntimo cuenta, y servilleta a servilleta han notado un pequeño ahorro. "Aunque la gente piense que no, sí que se nota en la factura". Una medida que llegó como alivio sanitario, se quedará ahora para frenar el agujero en los bolsillos que sufren muchos empresarios a raíz de la inflación y el encarecimiento de los productos. Habrá que aprender a vivir con ello.
